Todo lector que se precie de tal quiere saber qué pasa en una novela que se inicia in medias res, con el cuchillazo de un compañero de cocina a otro. Necesitamos que el relato nos explique lo más pronto posible cuál fue la causa, porque el restaurante ya está puesto en escena y el muerto fue acuchillado. Ahí es en donde habrá una pausa y leeremos la historia de una heroína que, como desde un recuento del tiempo pasado, reinicia la novela. Una aprendiz de cocina que parte desde su Arroyo Seco natal para trabajar de cocinera en la gran ciudad. Así impactarán las primeras páginas de la novela Lucía en la puerta vaivén de Verónica Laurino, publicada por UNR Editora. Pero como un oasis, en la mitad de la novela habrá un poema al Chop Suey. 

Mientras tanto, el juego de las palabras entre la muerte, la sangre, los olores, la violencia, el paisaje de un patio netamente cagado por palomas, los animales muertos esperando en la heladera o el animal más inteligente de todas las especies cocinándolos, serán como piezas mentales de un juego que van encajando en cada casillero o también el producto de la sugerencia más posible: qué comer. Y caramelizado con un sarcasmo que pareciera deslizarse en continuo, en la terminación incluso de cada párrafo como rayando un finísimo sentido del humor, Laurino construye una obra de arte casi culinario que se mueve lenta, pero no será tan efímera como la comida despachada desde el restaurante.

Verónica Laurino nació en Rosario en 1967. Cursó la primaria en un colegio público Juan Arzeno. La secundaria la hizo en una escuela de monjas, “pero no la contamos porque me hice atea”, dice. Y agrega: “La Sagrada Familia se llama, espantoso nombre. Después me anoté en dos carreras, Antropología y Bibliotecología, pero finalmente terminé Bibliotecología. Eso se estudia en el ISET 18, enfrente de la Maternidad Martín, ahí en la calle Moreno, es pública también”, recordó a Rosario/12.

-¿Estudiaste Bibliotecología porque te interesaba la literatura en especial?

-Siempre me gustó la lectura, siempre leí mucho. Mis padres eran muy lectores; mi papá vendía libros casa por casa. Literalmente teníamos una casa llena de libros por vender, digamos y era también como su depósito. Por eso me pareció que podía estudiar Antropología para viajar y dedicarme a los pueblos originarios y creía que Bibliotecología me iba a dar de comer, y finalmente me quedé con eso.

-¿Y cómo fueron tus inicios laborales?

-Empecé a trabajar en una biblioteca popular, en Villa Gobernador Gálvez en 1989 y me toma un poco desprevenida el tema de los saqueos, en especial en esa ciudad. Después entré a trabajar en el colegio Francisco Gurruchaga, cuando abrió el secundario en los ’90. Más tarde concursé y entré a trabajar en la Biblioteca Argentina, en la Hemeroteca. Hace un montonazo de años que trabajo en bibliotecas.

-No hay ninguna duda que la influencia de tus viejos fue determinante para que decantara casi por sí sola la idea de escribir, ¿no?

-Y sí, empecé en el 2001 con la crisis. Esto coincidió con que un montón de gente se iba del país y mi hija ya estaba en una edad como para que anduviera sola y que yo podía dedicarme a escribir y me anoté en el taller literario de Patricia Suárez. Yo sola era la alumna, porque en el 2001, era todo como muy raro. Entonces nos reuníamos en donde se reunían los taxistas, en una estación de servicio. Me sirvió mucho toda esa etapa. Ahí arranqué con una novela que se llama Breve Fragmentos  (2007) que ganó un concurso del Concejo Municipal. La escribí prácticamente bajo la tutela de ella, como una especie de clínica. Después Patricia se fue a vivir a Buenos Aires y ya perdimos el rastro. Con la segunda novela que es Jardines del infierno (2013), la publiqué con los chicos de Erizo Ediciones que tuvimos la suerte de ganar la beca del Ministerio de Innovación y Cultura. Pero en el medio corrió un montón de agua por debajo del puente porque escribí poesía y libros para niños.

Y agrega: “Mi hija que ya tiene 34 años, es cocinera. Y esta última novela, Lucía en la puerta de vaivén, tiene que ver con el mundo de las cocinas y un poco está como levemente inspirada en lo que vive ella. En esta novela había partido de una idea: de que cualquier persona podía matar. Por más pacífica que fuera, en determinado momento podía llegar a ocurrir. Y arranca con el conflicto y después como que se resuelve bastante rápido. Me demoré un montón en escribirla, porque en el medio salieron otros libros, porque viste que para las novelas se necesita más tiempo. Por suerte los de la UNR necesitaban escritoras mujeres porque había pocas, está Virginia Ducler, Cecilia Reviglio, Alisa Lein, que es bastante minoría comparado con escritores varones. Entonces también por eso me dieron la posibilidad". 

Laurino publicó además el libro de poesía “25 malestares y algunos placeres”, Ciudad Gótica, 2006. En 2007 publicó por Vox el libro de poesía “Ruta 11” y en coautoría con Carlos Descarga “Comida china” por Alción. La novela “Vergüenza” escrita junto a Tomás Boasso se publicó en Sigmar, en 2011. En 2014 sale “Sanguíneo” en coautoría con Fernando Marquínez (Baltasara). Publicó los libros para niños “Paren de pisar a ese gato” (Libros Silvestres, 2016), “Alimañas en la casa nueva” (2019), “Mula” (Ciudad gótica) y “El círculo naranja” (Editorial Mburucuyá).

La presentación de su nuevo libro será el 4 de abril en la librería universitaria de la sede de la UNR, Maipú 1065, a las 18. Conversarán con la autora, Laura Rossi y Tomás Boasso.