Alan Woods se define a sí mismo como un revolucionario convencido y militante. En presentaciones y debates, defiende la causa con vehemencia y juicios contundentes. Frente al micrófono, antes de concluir sus intervenciones, anima al público a cambiar con urgencia el estado de las cosas. Pero la revolución no es la prédica de Woods, sino su obsesión. Y los es desde la adolescencia, cuando se unió al Partido Laborista, en tiempos en los que ser un joven laborista implicaba esencialmente ser un joven socialista.
Woods, nacido en Swansea, al sur de Gales, creció en un mundo que había pasado directamente de una guerra mundial a una guerra fría. Si bien el escenario resultante no disipaba el temor a un nuevo enfrentamiento, al menos aseguraba que las tensiones y la exasperación serían administradas con mayor cuidado por parte de las superpotencias. Para la generación de Woods, esa estabilidad tan frágil era una invitación a poner el mundo al revés.
El modelo para la transformación, o para la revolución, estaba en el triunfo bolchevique de 1917. Woods se adentró en los estudios marxistas y se formó en filología rusa y eslava en las universidades de Sussex, de Sofía y la Estatal de Moscú. Fueron muchos años invertidos en comprender cada uno de los factores que llevaron al pueblo ruso a derrocar el antiguo régimen para aplicar un modelo diferente de sociedad y producción. Para aplicarlo con sus manos. Y Woods, uno de los intelectuales más destacados de la izquierda británica, lo explica en sus libros Lenin y Trotsky, qué defendieron realmente, Bolchevismo, el camino a la revolución y El marxismo y la cuestión nacional.
No es que las posturas de Woods se radicalizaran, más bien la implosión de la Unión Soviética descolocó a los partidos de izquierda. El laborismo reorientó su estrategia de la mano del ex primer ministro Tony Blair, que apartó a los sindicatos de la escena, corrió las reivindicaciones hacia el centro y se amigó con la economía de mercado. Así debía prepararse para entrar a la era de prosperidad que prometía el siglo XXI. Ya no había espacio para la tendencia Militant, el ala marxista del partido. Se produjo la expulsión de miembros notables como Ted Grant y los camaradas comenzaron a pelear entre sí. En medio del caos, Woods fundó la Corriente Marxista Internacional, que sigue la estrategia de trabajar desde los grandes partidos de masas.
Aunque a veces sienta que sus palabras sean un eco en el desierto, Woods sabe reconocer aquellos lugares donde la revolución germina. Apoyó al gobierno de Hugo Chávez, a quien incluso asesoró, porque vio en Venezuela la posibilidad para un cambio revolucionario. Ahora considera que es una oportunidad perdida, un desastre: la revolución es una relación entre expectativas y audacia. En estos momentos, la apuesta es por Jeremy Corbyn, el líder del laborismo, un hombre que reencontró al partido con sus orígenes y lo acercó a los jóvenes. Mientras, sigue en pie su invitación a sacudir el mundo.