Todas las filosofías indígenas de América, coinciden que, para hacer una comunidad, hay que tener una cosmovisión. Una visión del cosmos que ordene y le otorgue a cada existencia de esa comunidad un hacer; porque, más allá de toda ceguera antropocéntrica, todo vive y todo tiene un hacer. La vida del río y su hacer-río, la vida de la roca y su hacer-roca, la vida del pájaro, y su hacer-pájaro.
En estas cosmovisiones donde todo vive, la experiencia, la sensibilidad, los conocimientos, el tiempo y el espacio, el caminar y el recordar, el tejer y el sembrar, los astros y su lenguaje, todo lo vivo, existe y se mueve al servicio de una actividad esencial: el arte de hacer-territorio.
La rama, la roca y el río, no es una obra de arte; es el inicio de una cosmovisión y tiene, como toda cosmovisión, un demiurgo, una mitología de origen, un hacedor, o como en este caso, una hacedora. Hacer-territorio, es el arte que nos propone Celina Galera. La posibilidad de imaginar territorios nuevos, una metafísica cosmocéntrica donde las existencias, las que habitan aquí, en este lenguaje, en esta “obra,” en este fragmento de mundo, parecen ser de antaño, milenarias, tan viejas como el polvo y la sombra, burbujas violetas de lava quemadas hace millones de años, cuarzos y diamantes anaranjados por un sol calcinante. Y sin embargo, parecen también, minerales del futuro. Existencias que desafían lo natural y lo artificial, la virtualidad y la materialidad.
¿Significa esto, que estamos ante una obra histórica sobre el pasado mineral de la tierra o, ante una obra futurista de un tiempo pos-humano? Ninguna de las dos, o en todo caso, ambas, a la manera de un futuro muy particular, ese que los sabios indígenas como Ailton Krenack, llaman: futuro ancestral. Celina Galera, territorializa el presente en clave de futuro ancestral, en una época-territorio. Una época de materialidades a descubrir, de minerales a inventar, una época en la que cada existencia debe encontrar su hacer, un nuevo hacer.
Preguntas con corazón
La rama, la roca y el río, es una experiencia artística que propone un recorrido, un tránsito por preguntas que rondan los límites. Pero no lo hace focalizando en la humanidad y sus límites, no hay una pregunta teórica sobre el límite entre naturaleza y cultura, ni sobre el devenir de la naturaleza como si la obra-toda, fuese un mundo futuro, un mundo otro, el mundo del río, la roca y la rama. No, el guion artístico, no intenta reforzar la idea de una separación, de un límite, de una división, de una diferencia humano-natural. Nada de ello. La rama, la roca y el río es una pregunta de otro tipo, es como definen los filósofos andinos y amazónicos, una pregunta con corazón.
Una pregunta con corazón no nace de un individuo, ni de una búsqueda teórica o artística, tampoco de una coyuntura o una crisis. Las preguntas con corazón provienen de un proceso vivencial llamado: territorialización. Preguntas que nacen, justamente, en un hacer-territorio, en el transmutar, material, simbólica y espiritualmente, un espacio cualquiera, en un territorio para vivir en comunidad. Por ello, en el centro de esta experiencia, hay una pregunta, una que no se hacen los filósofos, ni los artistas. ¿Qué necesita el río? No es una pregunta filosófica, ni existencialista. No es humana, ni utilitaria. Es una pregunta que se hacen los guardianes del agua, los apus nevados, las rocas del fondo y los yuyos de la orilla, los pájaros y los peces, una pregunta, que no es abstracta, sino que tiene el ritmo, el caudal y la profundidad de cada río con vida. Insisto, no una pregunta sobre el río conceptual que pintamos de azul en el lienzo, no el río metafórico que navega los versos de la poesía, no. “Qué necesita un rio”, es una pregunta para corazonar un territorio. Una pregunta al corazón de cada río que sostiene vida ¿Que necesita el río Los Patos? ¿Que necesita el río El Tala? ¿Que necesita el río Andalgalá, el río Choya, el río las Trancas, el río Abaucán, el río Del Valle?, ¿qué necesitan las ramas, rocas y aguas de cada río con los que nuestra vida interactúa?, ¿En qué territorio, se multiplica la vida de estos ríos? ¿Qué solidaridades estamos construyendo con el río, las ramas, las rocas? ¿Cómo y cuándo nos comunicamos con ellos? Y en este hacer-territorio ¿que nos dicen estas nuevas modalidades del río, la roca y la rama? ¿Qué preguntas nos devuelven? Tal vez, no a una visión futurista sobre la naturaleza, sino a una pregunta ontológica y ética por la condición mineral de nuestra humanidad. Esta obra, es entonces, una experiencia de hacer-territorio, un transitar y habitar en el que nuestra humanidad mineral, se vuelva contigüidad, co-existencia, interdependencia, una prolongación, una misma existencia con la mineralidad y la materialidad de las ramas, las rocas y el río.
Una ofrenda
Diré, finalmente, que esta experiencia artística, es una ofrenda. Una ofrenda sin condiciones ni precio. No sabemos cuánto ha conversado con el río Celina para traernos parte de su canto; cuántos días, meses, años ha pasado con sus ojos plenos de abierto y sin un parpadeo para figurar estos colores y texturas y relieves, ni cuánto ha sumergido su cuerpo entre minerales, sustancias, humus, para sentir estas nuevas afectividades; ni siquiera sabemos cuántas Celinas, cuantas artistas, cuántas mujeres para ofrendarnos este territorio rama-roca-río.
Todo eso nos ofrenda Celina, y ante tamaña ofrenda no podemos más que devolver algo de nuestro tiempo y algo de nuestro corazón para transitar, habitar y escuchar este territorio. Es gracias a las preguntas con corazón, que nuestro vínculo con el mundo se expande. No todos los días se nos otorga la posibilidad de participar de una pequeña y poderosa expansión del cosmos. Agradezcamos y seamos recíprocos con ella.