Resulta muy difícil viviendo en Rosario, región Argentina no sentir estupor y conmoción frente a la oleada de violencias que se perpetran en la ciudad.

En efecto, decimos estupor dándole al término el significado de asombro y no de pasmo.

Decimos conmoción porque es indignante observar cómo aumenta el número de personas en situación de calle, sin refugio, y en simultáneo, continúa la construcción de torres y viviendas de lujo.

El despilfarro y la pobreza como patéticas postales de la ciudad del boom sojero y el bang cotidiano.

La muerte como lugar común para trabajadores del transporte, las amenazas a centros de salud, escuelas, agrupaciones deportivas, mujeres y hombres de a pie de diversas edades, el intento de banalización de un hospital para niñas y niños.

No podemos mirar para otro lado sin transformamos en cómplices de los hacedores de un malestar general, de un miedo cotidiano que se pretende sembrar en las clases populares ofreciendo como solución la "mano dura".

Las raíces de la violencia que nos acecha cada día están en la desigualdad que genera el capitalismo, en la exclusión social que priva de capital material y simbólico.

Las raíces profundas del desasosiego están instaladas por el terrorismo de Estado que perpetró el genocidio de la dictadura cívico militar eclesial empresarial.

El domingo 24 de marzo de este año salimos a las calles una vez más y fuimos miles que demostramos que no podrán aniquilar la solidaridad.

Podemos estar conmocionados por el terror que siembran. Nuestra dignidad y firmeza deben recordarnos a cada momento que jamás debemos doblegarnos frente a la prepotencia de los poderosos.

Se impone que sigamos cultivando una rebeldía y una esperanza en construir colectivamente un futuro bien distinto a este sórdido presente.

Carlos A. Solero