-Ah, ¿vos sos el de Tigre hotel? ¿Y tenés los originales?
Un breve diálogo en la Feria del Libro trajo a Pablo Zweig de regreso a la historieta. Como muchos otros de su generación, se había refugiado en la ilustración infantil, hasta que la memoria de Tomas Coggiola, responsable del sello Comic.ar, le puso delante la posibilidad de reeditar ese libro seminal que había hecho a fines de los ochenta junto al cordobés Mario Rulloni. Fue una edición ampliada, que incluía varias historietas cortas con el mismo personaje –un detective con charme, al estilo de los años ’50-, y la promesa de otros dos libros con el mismo personaje (uno, Tangos y otros crímenes, se lanzó hace dos meses). No sólo eso, el ímpetu reactivó un proyecto que tenía con Juanungo (también conocido en la Argentina como Juan Sáenz Valiente): Frank Momo, que llegará a las bateas en breve de la mano de Historieteca.
“En ese primer rescate incluso hay una historieta que me había pedido un arquitecto, cuando yo vivía en Alemania, que era una forma de presentar un edificio muy vanguardista”, rememora. “Antes de hacer esta historieta yo estaba muy disperso, todavía no había encontrado un estilo definido de dibujo. Era el primer año que yo vivía en Hamburgo, y estaba haciendo los primeros contactos, y uno era con un agente que representaba a historietistas e ilustradores. Cuando le mostré esa historieta que había hecho, el tipo me dice ‘esta es tu línea, seguí por este lado’, y un día de visita en la Argentina estaba con (Sergio) Langer, le mostré lo que estaba haciendo y le dije que me faltaba un guionista para hacer algo más largo”.
De ese diálogo surgió la amistad con Mario Rulloni, que tenía en carpeta un guión de cine, un policial que transcurría en un hotel de Villa María, Córdoba. “Pero yo no conocía Villa María y me pareció más ganchero hacerlo en el Tigre hotel, que era más conocido, y aunque estaba abandonado, era más turístico”, explica el dibujante. A la distancia, ve en esos dibujos un “desparpajo”, dispuesto a tirar por la ventana reglas de perspectiva, dibujo de manos y hasta documentación. “Rulloni me pedía que me documentara más, ¡y con razón!”, se ríe. El resultado, pese a todo, era fresco y hasta expresionista, con una fuerza que se sostiene aún hoy, 35 años después. “Era como mezclar Batman, la serie, con Orson Welles”, la define el autor.
-En Tangos y otros crímenes hay una vuelta de tuerca sobre la imagen tradicional del tanguero, ¿no?
-Sí, era reirnos de los estereotipos. Incluso hay uno que son dos malevos que echan a la mujer y terminan a los besos. Una cosa medio borgeana. Esas eran ideas de Mario. Él actuaba lo que yo tenía que dibujar y yo copiaba sus poses. Era muy divertido encotrarnos a trabajar. Él, como es animador, lo veía desde un punto de vista muy cinematográfico. Incluso unos años más tarde hicimos unas animaciones.
-Son libros con cierto aire en común, de jugar con iconografías del pasado. ¿Qué les pasaba en ese momento?
-A mí me gusta la estética de los años 30 y de los años 50. Es la que trato de recrear. Mi padre era diseñador de interiores, se especializaba en diseñar muebles y ese tipo de cosas. Y toda esta biblioteca eran libros de muebles, de decoración, de arquitectura, pero muy de esa época. Él llegó acá de jovencito y trabajó como aprendiz en un estudio de arquitectura, con otro arquitecto alemán, exiliado, que venía con toda la onda Bauhaus. Algunos de esos libros todavía los tengo y los uso de documentación. Además, viste que cuando sos nene y estás al pedo, te pones a chusmear. Yo leía eso. También tenía un libro de Steinberg. A los 10 años agarraba eso y decía “yo también quiero dibujar así”. A Mario también le gusta el cine clásico, así que entendió el mundo este que yo traía.
-Era una forma de retratar Buenos Aires.
-Cuando hicimos Tigre Hotel también vendimos Avenida Mayo. Si uno hace una película en Buenos Aires, hay un montón de lugares que no están del todo explotados, para mostrar. Por ejemplo, hace poco vi de nuevo Happy Together, la película de Wong Kar Wai. Y nunca vi una película donde se muestre tan bien Buenos Aires. ¡Y lo hace un chino! Desde entonces ya se aprovechó un poco más, pero cuando hicimos Tigre Hotel me parecía que estaba muy desaprovechado cinematográficamente e historietísticamente.
-¿Qué podés anticipar de Frank Momo?
-Lo hice con Juanungo, que salió en Fierro la primera parte. Es un personaje caribeño, detective privado caribeño, en los años 50, que también es el mundo que me interesa. Era una idea que él había tenido con Martín Túnica y al final nunca concretaron. Surgió cuando conocí a Juan y le dije que lo admiraba, que me encanta cómo labura, y que quería hacer algo con él. Él justo estaba haciendo un taller de escritura para guiones. Tenía una idea, y era este personaje, un tipo parecido a Peter Lorre, tipo Mr. Cairo. Y yo le dije “pasémoslo a un ambiente caribeño, años 50”. Yo tenía en la cabeza la época del Cabrera Infante que describe en Tres Tristes Tigres. Y además tenía una imagen de un fotógrafo yanqui que se llamaba Walker Evans, que en los años 30 sacó un libro de fotos en La Habana. Entonces hicimos la primera historia larga, que salió publicada en Fierro. Después cayó la pandemia, hicimos la segunda historia. Empezamos a buscar dónde publicarlas, pero todavía eran muy pocas páginas. Pensamos que iba a salir el año pasado, pero está todo en contra siempre. Y siempre pasan más cosas. Y peores. Si vos decís, “no es un buen momento para hacer esto”, estás equivocado. Porque en un año va a ser peor. Así que aprovechá, hacé ahora.