Raquel Riba Rossy y Lola Vendetta –autora y personaje– están unidas. Tanto que a menudo aluden a Raquel con el nombre de su creación comiquera. Lola cumple una década de vida con Katanazo al amor romántico, quinto libro de esta colección y el primero en arribar a la Argentina de la mano de la editorial Planeta. “Que Lola llegue a la Argentina me hace muchísima ilusión porque hace años remaba para que esto sucediera. Conseguirlo justo cuando cumple 10 años es muy hermoso. Yo crecí con Mafalda así que el solo hecho de que se crucen me parece súper lindo. Latinoamérica ha formado parte indispensable de mi crecimiento como artista”, confiesa la autora española en diálogo con Página/12.
Cuando se le pregunta por el lugar de este volumen en su trayecto profesional, dice: “Para mí cada libro es el más importante porque me pilla en el momento presente, pero sin duda en este hay una maduración del personaje, la ilustración, la narrativa, la profundidad del asunto y la interacción entre los personajes. Creo que es porque me tomé un tiempo de pausa para darle mucho al coco y poder recuperarme de la historia que yo misma había vivido”. La historia a la que alude es personal, pero también es la que vive el personaje: un episodio de violencia machista que la deja con un estrés postraumático. “Esta vez siento que me estoy acercando mucho a la manera en la que quería narrar esto, que le he dado en mi clavo, no sé si en el de los demás”, agrega.
Sobre el proceso creativo, Raquel cuenta que dedicó mucho tiempo a estudiar porque quería representar las fases de ese proceso con responsabilidad y sin dramatizar en exceso. “Si había drama, tenía que ser lo que sucede realmente en casos de violencia machista. Me dediqué muchísimo a leer y a preguntar a mis amigas psiquiatras especializadas en violencia, psicólogas y trabajadoras sociales que trabajan con mujeres que salieron de esa situación”. Su nivel de exposición muchas veces le da la posibilidad de interactuar con mujeres que atravesaron experiencias de este tipo, pero la ilustradora aclara que recibe esos relatos “con mucho respeto y sentido pedagógico”: “Nunca pienso en ‘usar’ esas historias para beneficio personal o con morbo. Para mí es muy importante –y lo tengo tatuado– que los libros sean útiles para alguien”.
–El cómic es una herramienta más accesible a la hora de explicar fenómenos que pueden ser muy abstractos, ¿no?
–Sí. El dibujo no hace sentir tonta a la gente, es un código fácil de interpretar, incluso aprendimos a interpretarlo antes que el texto escrito. Los libros ilustrados son más accesibles para muchas personas. Cuando una vive el estrés postraumático, por ejemplo, la memoria se pierde, la capacidad de leer y concentrarse mengua. Si toda la información que hay son textos complejos, ¿cómo hace una para comprender lo que le ha pasado? Quiero ser clarísima: no significa que sean tontas, no tiene nada que ver con eso sino con el estrés postraumático. El otro día hablaba con un amigo que es fotógrafo de guerra y me decía que no podía leer ni memorizar, alguien que siempre se jactó de su memoria. Cuando el ser humano atraviesa algo así, todo se anula. En este caso el estrés se da por eventos como una bomba, pero cuando una persona mina tu autoestima pierdes el punto de referencia en tu propio mapa y ya no te acuerdas de lo inteligente que eres o qué cosas te gustaban. Para mí era importante crear este espejo a través del libro porque somos muchas las que hemos pasado por situaciones similares.
–Con el personaje de Bruno hiciste un experimento muy interesante. Vos ya sabías qué rol iba a cumplir en la trama pero dejaste que tus seguidores armaran ese personaje de manera colectiva. Ellos no sabían que estaban construyendo al maltratador de Lola.
–Claro. Yo sabía lo que iba a hacer con el personaje porque el guion ya estaba escrito. Poner a Lola sufriendo tanto fue difícil, me generaba muchísimo ruido. El tema es que no quería caer en ningún topicazo ni que por error se pareciera a ex parejas con quienes pude haber vivido situaciones así. Antes de publicar la encuesta me di cuenta de que iba a ser fuerte porque lo más probable era que amaran a un personaje construido por todos. Pero eso es lo que pasa verdaderamente cuando te enamoras de alguien que en un momento gira la tortilla y se convierte en un maltratador. Hay una construcción que has hecho tú y otra que te ayuda a construir él mismo. No lo ves venir. Si vieras venir esa violencia, no te quedarías allí. Hice ese experimento y salió bien, nadie se lo tomó mal pero la gente se sorprendió por ese giro. Si he conseguido acercarme a esa sensación de no poder creer que alguien haya hecho eso contigo, ya es algo.
–Con el auge del feminismo los finales de “vivieron felices para siempre” empezaron a revisarse y el amor romántico fue sustituido por otras variantes como la amistad, un tópico importante en este libro. ¿Cómo pensás ese cambio?
–Creo que este fue el gran aprendizaje de mi vida en los últimos años. No sé qué haría sin mis amigos. Hace un tiempo trabajé en Madrid con 25 mujeres que habían salido de situaciones de violencia para crear un mural en el Barrio de la Latina e hicimos un ejercicio en el que ilustraban todas las fases que sentían que habían recorrido. Una de las palabras que se repitió en todas las mujeres fue “red”: la red de personas que te extienden la mano, las que cuidan de ti, las que te recuerdan que eras una persona inteligente y que vales mucho. Esas amigas que se acuerdan de quién eres cuando tú no. Es una de las cosas más maravillosas que te pueden pasar en la vida. A lo largo de los años se le ha puesto mucho bombo al amor romántico, pero el amor de lxs amigxs es absolutamente alucinante y es muy bonito poder devolver esa ternura cuando ya estás bien. Creo que si uno es capaz de amar bien desde la amistad, es capaz de construir bien otras relaciones y querer a otro ser humano.
Katanazo es un libro bastante musical: al inicio se incluyen los acentos de cada personaje (argentino, colombiano, francés) y entre las viñetas aparecen códigos QR con canciones compuestas e interpretadas por la autora. Además, aparecen Dios y la Muerte, que tiene acento argentino. “Me puse a dibujar ese personaje y no podía parar de pensar en una amiga argentina que es híper existencialista y a todo le da mil vueltas”, recuerda la autora que hace poco fue invitada al Parlamento Europeo como creadora de contenido. Esa participación le permitió reflexionar sobre el preocupante avance de la ultraderecha a nivel mundial, el valor de la democracia y el rol de la cultura. “El ser humano sin cultura está completamente encarcelado –opina–. Un político que ama a los seres humanos jamás cortaría la cultura porque sabe que a través de ella se pueden calmar las violencias, contar los relatos de un país y hacer que las personas se sientan parte de la historia colectiva. Cortar la cultura es como matar a un ser humano. Cuando una persona con poder político no ama a los seres humanos, no tiene interés en que la cultura crezca y se expanda”.