Los cuentos de Brenda Becette reunidos en Llamarada son una exploración entre lenguaje y territorio. Una mina de litio, una playa en México, un pueblo perdido en el norte argentino, una reserva forestal en Uruguay; en cada uno de estos lugares, estos espacios, se plantea una tensión entre un personaje que llega y la forma narrativa que lo contiene. Nacida en la ciudad de Campana, provincia de Buenos Aires, Brenda Beccette estudió diseño de indumentaria, aunque su vínculo con la escritura se remonta hasta su infancia, cuando, por un salario mínimo, “vendía” relatos a sus amigas. Según cuenta en una entrevista publicada en este mismo diario, también participó de los Torneos Bonaerenses, durante la gobernación de Eduardo Dahualde, con un poema sobre un dragón que la llevó a competir a la ciudad de Mar del Plata.
Se podría pensar que en la literatura de Becette se sintetizan esos dos sentidos posibles: la creación de una trama, de una textura, una tela, poco porosa, clara y límpida, en donde cada punto que se expone funciona como en un andamiaje rugoso y perfecto, y la dosificación de la información y la acción como motor dramático (“character is drama”, decía Scott Fitzgerald en sus cartas con Thomas Wolfe) constituyen el centro por el que opera cada cuento, y por otro lado, la dimensión atlética, física, competitiva, de un personaje lanzado a la investigación, la exploración o el descubrimiento de territorio nuevo o extraño. Pericia narrativa y velocidad, son los ejes centrales de estos nueve cuentos.
Con esas características, podríamos pensar que las historias de Becette forman parte de ese corpus por momentos inagotable que es el cuento clásico a la manera de Poe (siguiendo la línea teórica y retórica de Ricardo Piglia y Todorov). Esto es: todo cuento cuenta dos cuentos. Uno en la superficie, otro que corre por debajo y revela un final sorpresivo cuando se devela su intención dramática y narrativa. Pero no. En Llamarada el nombre que los aúna parece condensar también una imagen estética: la idea de una explosión. Los cuentos de Becette persiguen esa máxima clásica, pero la segunda historia, la que corre por debajo, parece funcionar como una bomba a destiempo. Son cuentos que explotan al comienzo. Lo dicho es lo que cuenta. En cierto modo, la urgencia con la que parecen estar narrados tiene que ver, se puede pensar, con la urgencia que acecha o peligra a los narradores cuando son expuestos a situaciones que no pueden comprender del todo. Becette se encuadra bien en esa otra categoría, propuesta por Rodolfo Walsh; la del cuento extraño.
Los relatos de Llamarada son narrados, en muchos de casos, desde el punto de vista, en primera persona o inclinados a la conciencia de una tercera persona, de mujeres. Mujeres en territorios que, un lector seteado durante años a la antigua, podría pensar que pertenecen al reinado de los hombres. En el cuento que da inicio al volumen, “En la mina”, una geóloga viaja desde España para trabajar en una mina de Catamarca. En un ambiente hostil, acorralada por la mirada incisiva e insistente de los mineros, la mujer de a poco va revelando un costado distinto, hasta terminar arriba de una barra, bailando con las piernas descubiertas, en una especie de limbo onírico y perturbador. Un mundo que aparece por contrastes, o en donde el punto de extrañamiento ocurre por el cruce o el choque de dos mundos que, de antemano, parecen disociados. En el cuento “Llamarada”, una mujer viaja a un pueblo en las montañas del norte para observar el movimiento de una tormenta solar que fue pronosticado por un físico como un posible fin del mundo. Mientras espera en un hospedaje inhóspito, conversa con una artesana del lugar que la antepone con saberes tradicionales; ciencia moderna y técnicas ancestrales entretejen una nueva forma de mirar en la protagonista. Becette encuentra en la forma arquetípica del viaje narrado una forma de mirar los espacios que tradicionalmente fueron asociados a los hombres de una manera novedosa y distinta. El viaje como revelación. Exenta de dramatismos, las palabras que utiliza para narrar siempre precisas y hasta técnicas, parecen renombrar y apropiarse de los lugares.
La naturaleza que circunda a los relatos no está puesta de manera anecdótica o como un mero decorado; son paisajes que narran y que eligen ser narrados como un espejo deformado de las emociones cambiantes y crípticas de los personajes. En “Oro blanco”, una mujer acompaña a su pareja a buscar una planta sanadora, tan potente como la ayahuasca, o el éxtasis. La búsqueda del hombre tiene objetivos comerciales, mientras que para la narradora opera como un develamiento. En el discurrir de esa búsqueda por un elemento ignoto y hasta mágico se juegan decisiones más profundas mezcladas con el entorno natural. Pero la naturaleza no sólo acecha en espacios abiertos. Hay dos cuentos narrados en ambientes urbanos desde el punto de vista de chicos. “El hueco en la ligustrina” y “Original, original” tienen como protagonistas a chicos imbuidos en entornos familiares. Y en ambos casos, una grieta, un quiebre, abre el juego para que ocurra lo siniestro.
“Soy pesimista respecto del género humano” dijo Becette en una entrevista reciente, a propósito de la salida de este, su segundo libro de cuentos. El pesimismo del que habla la autora se remonta a un saber técnico en oposición con la naturaleza, a un saber moderno que nos ubica en una lucha constante contra las fuerzas de la naturaleza, que ha desembocado en pandemias, guerras y otras delicias. Aun así, la vieja dicotomía entre la naturaleza y la acción humana sobre ella, encuentra en los cuentos de Becette puntos de conexión y de desplazamiento. Nuevamente, a la forma científica que se respira en los cuentos de Poe, Becette le da un giro, una nueva manera de pensarla. No se trata de dominar la naturaleza, ni de ser dominado por ella; sino que debajo de las prácticas técnicas que nos convierten en esto que creemos ser como humanos, se esconde una forma atávica y siniestra de estar en el mundo. Y esa forma, narrativa al fin de cuentas, es la única que puede salvarnos de lo que creemos que somos cuando habitamos este mundo.