El presidente Javier Milei ha puesto como modelo innumerables veces al país de principios del Siglo XX, un país pensado por la generación del 80, que también tiene su expresión simbólica en “la Argentina del Centenario”. En realidad, al mencionar al Centenario no se está hablando específicamente del año 1910, sino que se trata de algo bastante más amplio en el tiempo y que se podría definir como el modelo económico, político y social de fines del Siglo XIX y comienzos del XX. Un país con números muy exitosos en las variables macroeconómicas, basado centralmente en un esquema agroexportador de productos primarios, que se introdujo en la división internacional del trabajo según los lineamientos que pretendía Inglaterra como proveedor de materias primas, esencialmente alimentos.

Ese modelo, que nos llevó a ser considerados “el granero del mundo”, significó que Argentina creciera durante casi medio siglo a tasas promedio del 5 por ciento anual, que el ingreso per cápita fuera uno de los mayores del mundo, a ser la séptima economía del mundo y exportar por un equivalente al 8 por ciento del comercio mundial. No tanto como para ser el país más rico del mundo según expresa Milei, aunque sin dudas con números difíciles de discutir.

Pero tampoco se puede soslayar que ese modelo tenía sus claroscuros. Las voces que lo ensalzan no dicen que esa bonanza era sólo para unos pocos. Vale recordar que el ingreso per cápita, en aquellos tiempos muy alto, se determina por la división del ingreso total de un país sobre la cantidad de habitantes. Pero ese número no se puede mirar desvinculado de su distribución, y aquí está el centro de la cuestión: muy pocos que ganaban muchísimo mientras que enormes sectores de la población apenas sobrevivían.

De aquella época viene la expresión “tener la vaca atada”, ya que los millonarios argentinos viajaban a Europa en lujosos barcos, en los que llevaban sus propias vacas para disponer de leche fresca y de calidad durante el largo viaje. También largas eran sus permanencias en Europa, especialmente en París, donde gastaban las noches y parte de sus enormes fortunas cerrando los salones de los cabarets más refinados para fiestas propias.

Una pequeña digresión: en estos tiempos donde tanto se critica el gasto estatal sería bueno revisar las crónicas de los festejos del Centenario. Además de la fastuosidad y opulencia que los caracterizaron, el presidente de entonces, José Figueroa Alcorta, para congraciarse con las delegaciones extranjeras, numerosas por cierto, avisó a los comercios céntricos de Buenos Aires que todos los gastos de esos visitantes no les fueran cobrados y se enviaran las facturas, que serían abonadas por el Estado Nacional. Es muy recordado que los diplomáticos españoles compraron gran cantidad de joyas en la calle Florida.

Muy distinta era la situación del grueso de la población. En esa época existía un Estado elitista y un sistema de fraude electoral. Incluso la recientemente creada Unión Cívica Radical se abstenía de participar en elecciones por no existir sufragio secreto y obligatorio. De hecho, con las primeras votaciones libres, en 1916 se impuso el radicalismo y allí, según Milei comenzaron todos los dramas del país. No casualmente Julio Argentino Roca, uno de sus próceres preferidos, fue un férreo opositor a la Ley Sáenz Peña.

Si todo hubiera andado tan bien, ¿cómo se explica que el oficialismo de entonces haya perdido esas elecciones? Un par de indicadores pueden ayudar: el analfabetismo era cercano al 50 por ciento (actualmente ronda el 2 por ciento), la tasa de mortalidad infantil rozaba 150 por cada mil nacimientos (ahora menos de 10).

Además, gran parte de la población no tenía vivienda propia y habitaba en los conventillos en condiciones de virtual hacinamiento, situación que derivó en la llamada “huelga de los inquilinos”, ocurrida en 1907 cuando los moradores de esas viviendas de Buenos Aires y otras ciudades dejaron de pagar el alquiler durante varios meses en reclamo por las pésimas condiciones en que vivían y el constante aumento aplicado por los propietarios.

Tampoco había ningún tipo de derecho laboral, a los inmigrantes si participaban en protestas obreras se les aplicaba la Ley de Residencia y eran expulsados, además de sufrir cotidianamente una fuerte discriminación (igual que en la actualidad, solo que cambiamos la nacionalidad de los discriminados).

¿Se comprende entonces, cuál es el país que nos pretenden instalar? Próspero, pero sólo para unos pocos. Siendo justamente las elecciones de 1916 las que marcan el momento de la aparición de la clase media como sujeto político en nuestro país, ¿es esto lo que quisieron votar esos mismos sectores en 2023, resultando como previsiblemente serán los grandes perjudicados por las medidas anunciadas? Un misterio digno de Simenon.

* Docente UNLZ y UNQ; @RubenTelechea; [email protected]