A partir del primero de marzo pasado, la vieja casona que las pibas levantaron, pintaron, llenaron de plantas y luces, acondicionaron para que funcionen talleres, muestras de arte, espectáculos, ferias y socorristas, fue desalojada cumpliendo una intimación de sólo quince días, única respuesta recibida a meses previos de contactos para continuar el alquiler iniciado y sostenido en 2020, en plena pandemia.
Así, de un plumazo y sin tiempo para una celebración adecuada a los momentos vividos, el patio del bar despidió a las mesas y sillas, que se mezclaron en la tristeza del camión de mudanzas con un vaso húmedo de besos y amistad todavía.
En El Cebil crecieron una librería, una editorial, una tienda de artes y estudio de fotografía, como proyectos asociados. Las bandas independientes encontraron la posibilidad de tocar para su público porque el lugar, declarado Punto de Cultura por la Secretaría de Cultura de la Nación, contaba con un equipo de sonido y luces mínimo. Prácticamente no hubo rama del arte que no encuentre cobijo para la experimentación en las salas de techos altos, todo ello sumado a tatuajes, bordados, serigrafía y hasta idiomas que quedarán impregnando los muros nobles de esa hermosa casa a 300 metros de la plaza principal.
Era un abrazo ese lugar, me dice desde La Rioja Adriana Petrigliano. Ella, como muchos otros poetas del Norte Entero, vino a dejar sus versos una noche inquieta del año pasado en El Cebil. ¿Quién te quita lo visto, leído y escuchado? me dice el salteño Marcelo "Pajarito" Sutti, a modo de consuelo, cuando comparto la noticia en el grupo. Es que los amigos se dan cuenta de que perdimos algo muy parecido a un hogar.
El Cebil nació antes de la casona de calle Esquiú y –ojalá- tendrá vida después de ella. Es un proyecto cultural innovador en Catamarca dirigido y sostenido por mujeres que pudieron ofrendar a la ciudad un espacio abierto al encuentro, sin prejuicios ni negaciones de lo diverso, solidario, activo, comprometido con lo más profundamente humano. Lugares así hoy tienen más relevancia que nunca y por eso, testigo de la belleza, me siento obligado a agradecer la generosidad y apostar por la resiliencia.
A veces un local se puede temporalmente suplantar con un fueguito y un vino bajo los árboles, me dice con enorme sabiduría el Teuco Castilla. Tiene razón, no va a ser la primera vez que conozcamos la intemperie.
Pero déjenme ahora estar triste de El Cebil y de Catamarca que –sin menospreciar otros esfuerzos culturales públicos y privados- hoy la veo un poco más pobre.