El acto protagonizado hoy por el gobierno, con el presidente Mauricio Macri a la cabeza, fue ni más ni menos que una puesta en escena del poder ejercido con impunidad. El argumento: los resultados electorales. A favor del macrismo: los lineamientos de los anuncios habían sido adelantados por los voceros oficialistas, por medios y voceros oficiosos antes de las elecciones y, según todos los indicios, no le restaron votos ni siquiera entre aquellos sectores que seguramente resultarán perjudicados por las determinaciones. "Ahora o nunca", dijo el Presidente.
Si bien habrá que analizar con detenimiento la letra chica y los detalles de los anuncios, nada puede llamar a sorpresa. Se ratifica el rumbo trazado por el actual gobierno desde el primer día de su gestión. La orientación de las medidas apunta a dar continuidad a la concentración de la riqueza y del poder. Los recortes afectarán el poder adquisitivo de los sectores más postergados: jubilados, pensionados, trabajadores. Pero también se crean condiciones político institucionales para reducir a la mínima expresión los intentos de resistencia al "cambio".
De esta manera el gobierno ratifica también que llegó para modificar de manera sustancial el rumbo diseñado por la anterior administración. Su "clientela" son los grupos de poder que lo sostienen y a ellos se debe.
Sin embargo, no cabe el análisis simplista.
Para hacerlo la alianza gobernante ha recurrido a un discurso que -aún cargado de cinismo- sigue cautivando a grandes sectores populares y de la clase media, que continúan brindándole su apoyo. Pero además lo hecho y lo anunciado, cuenta también con la complicidad y la aquiescencia de un importante arco formalmente opositor. El gobernador Juan Manuel Urtubey se congratuló, "desde la oposición", que el gobierno haya salido fortalecido de las elecciones. Es apenas una muestra. Sin esos avales el oficialismo no podría haber avanzado hasta aquí y tener, como ahora ocurre, el camino despejado para seguir arrasando con derechos que parecían conquistados y consolidados no sólo durante los gobiernos inmediatamente precedentes, sino desde el restablecimiento de la democracia.
El plan anunciado hoy está claramente anclado en la economía, a pesar del maquillaje discursivo que se apoya en lo social. Pero para hacerlo posible requiere del avasallamiento de la institucionalidad y el atropello a la división de poderes, cuyo último capítulo es la renuncia de la procuradora Alejandra Gils Carbó, hostigada y arrinconada hasta el límite de la resistencia humana. Y del retroceso que implica la revisión de los juicios de lesa humanidad propuesto impúdicamente por Elisa Carrió, la diputada más votada por los ciudadanos de la Capital Federal.
Lo que estamos viviendo en la Argentina hoy no es ni más ni menos que una regresión en materia de derechos. Es grave. Pero más grave aún es que lo que ocurre se hace frente a la incapacidad, la inercia y la complicidad de gran parte del sistema político que está entumecido, insensible, amedrentado o es sencillamente cómplice.
Entre otros motivos esto es lo que hoy le permite al Presidente hablar de "la verdad", la "buena fe" y el "diálogo" cuando cualquier observador con cierto criterio y equidistancia podría sostener fácilmente que esos calificativos no aplican de ninguna manera a la acción del gobierno que encabeza.
"Ya no hay excusas para no animarse. Es ahora o nunca", dijo Macri. Es el momento preciso para avanzar, con el rédito de la victoria electoral, la oposición envuelta en su falta de ideas y en sus propias contradicciones y mientras los actores populares están o atrapados por las urgencias de la sobrevivencia o desconcertados en búsqueda de respuestas que no aparecen a la vista.
El "ahora o nunca" de Macri apunta claramente a cambiar de raíz algunas bases de la Argentina que fue hasta aquí, antes de que los dormidos despierten de su letargo o los damnificados se recuperen de sus heridas. Se trata de dejar una herencia política que cohabite con fuerzas sindicales genuflexas, un sistema electoral más dúctil al poder y un Poder Judicial afín a los mismos intereses. Y, por cierto, un sistema hegemónico de medios que solo informe sobre lo que interesa al poder, blinde sus errores y sus atropellos y siga construyendo un relato que lo justifique.
Son todas piezas de la misma estrategia. Por eso livianamente el Presidente afirma que su propuesta apunta a generar "consensos básicos para reducir la pobreza" e interpreta que dado que "los argentinos maduramos" es "ahora o nunca". Podría decirse que este es el momento elegido por el gobierno para ejercer toda la presión y pegar el golpe de timón para cambiar el rumbo. Antes de que las consecuencias del plan alimenten la reacción de aquellos y de aquellas que, siendo víctimas, no están ahora en situación de rebelarse.
Hoy el problema sigue siendo la política y los métodos de la política. Por desconcierto de muchos, temores de otros y mal fe de aquellos que por intereses mezquinos solo piensan en su propia sobrevivencia, como sea y con quien sea. Por eso, con el perdón del Sr. Presidente y plagiando su propia frase, no solo para los suyos este es el momento. También lo es para el amplio espectro de quienes aún aletargados y adormecidos no acuerdan con el rumbo impuesto por Cambiemos. La defensa de lo logrado también es "ahora o nunca". Después puede ser tarde.