Una tecnología emocional de resistencia poética, diría Gabriela Borrelli Azara. De ese medio y de ese fin dispone el público que emprende el viaje teatral que proponen los navegantes, poeta mayor y poeta joven, de una embarcación suave y salvaje que se llama El sentido de las cosas.
Un título con cierta atmósfera filosófica para una materialidad escritural a la que ponen en movimiento -una vez que se enciende el motor, los domingos a las 19.30, en el Centro Cultural de la Cooperación- la gracia de un Víctor Laplace en plenitud y un Gastón Ricaud versátil y gracioso.
La dramaturgia de Sandra Franzen se destina hacia una lírica que alberga comedia y drama, con una naturalidad que se hace carne en los cuerpos trabajados de los actores. Dos hombres que comparten desde distintas perspectivas el gusto por la poesía: el mayor, que se retiró del mundo y ha renunciado a todo, en pos de encontrar la metáfora perfecta; el joven, un funcionario mediocre, atrapado en las marañas del sistema social.
El territorio de su encuentro es un tercer personaje, que lo gobierna casi todo: el río Paraná. Turbulento y vital, trae y lleva en sus aguas no sólo restos del paisaje terreno. Sapos, ranas y alimañas; vestigios de los cambios abruptos de la naturaleza; también el tejido sonoro de un acordeón y una sierra cual violín en vivo, ejecutado por Gonzalo Domínguez. Es la compañía de las transformaciones en los ánimos y las ánimas, la aportación de una lengua de alfabeto abstracto, pero de presencia irrefutable.
El sentido de las cosas fantasea el encuentro en una isla santafesina, en medio de una implacable crecida. Los personajes, uno más sedentario, como corresponde a quien está a las puertas del más allá; otro nómade, en su desconcierto a otro, coinciden en su deriva. El de menor edad ha ido en su carácter de funcionario oficial a invitar a su antagonista a que reciba un reconocimiento por su trayectoria. Esa propuesta implica el abandono de la condición de isleño del vate. ¿Ocurrirá el regreso al continente? ¿Logrará el recién iniciado en las letras su cometido?
El dolor como arenas movedizas, el desamor aún esperanzado, la soledad en solitud o por falta de herramientas, son el estado de sitio en un tiempo plagado de incertidumbre. La alegría de ser dos, pese a las defensas, es el souvenir que se lleva cuando el trapo se convierte en bandera y va hacia nuevos horizontes, para ganar nuevos retazos de vida.
El final después del final derrumba la cuarta pared y se convierte en una fiesta de la unión en la que muchas y muchos, ya no espectadores, sino activos fotógrafos, convierten a sus celulares en el reservorio del beso y el abrazo con las criaturas de la escena, ya despojadas de sus máscaras.
El sentido de las cosas cuenta con escenografía y vestuario de Carlos Dipasquo, Iluminación de Horacio Novelle, producción de Alejandra García, todos trabajos muy acertados, acentuando la propuesta dramática. Impecable y muy elaborada, la dirección de Andrés Bazzalo.