"Ahora tengo quince dibujos chiquitos que luego van a ser quince pinturas grandes", le contaba en 2015 el pintor Rodolfo Elizalde a su nieto Santiago Beretta en una de las entrevistas recopiladas en el libro editado por Iván Rosado. "La serie se llama Interiores y nace con el franco propósito de contar mi casa, algo que nunca había hecho", anticipaba. Poco después enfermó y falleció.

Su amigo Rubén Echagüe, artista y escritor, montajista de su obra durante los últimos 15 años, curó una muestra con esos dibujos y con las trece pinturas que Elizalde dejó terminadas. El espejo es el título de la exposición reunida en una íntima sala de la planta alta del Museo Municipal de Bellas Artes "Juan B. Castagnino" (Oroño y Pellegrini). De cuidado diseño, la muestra incluye frases del pintor.

"Una sombra muy pronto serás", se lee de puño y letra de Elizalde al pie de un boceto de su único autorretrato, el que da título a la muestra. Allí posa de pie frente a un espejo alto que forma parte de un mueble de su casa. El mueble con el espejo se expone en un rincón de la sala. Cualquiera puede repetir el gesto de hacerse un autorretrato (instantáneo, fotográfico, quizás lentamente dibujado) pero nadie va a llenar el vacío que dejó el morador de aquella casa.

La muestra no es triste sino emotiva. Evoca la impermanencia de la vida pero también revela el vínculo que establece un hombre con su morada, a través de la mirada. En las obras prevalece un sentido tal de la composición y del espacio que cada cuadro es una lección de pintura moderna, donde se transmite lo aprendido en el taller del maestro Juan Grela y quizás, también, en visitas a muestras de Bonnard o de los cubistas. Se trata de un espacio habitado. El espectador lo recorre de la mano de quien quizás sin saberlo se iba despidiendo del taller, el comedor, el dormitorio, el jardín, el lavadero, la terraza.

El espejo se deja leer como un sereno poema de despedida, que habla del valor de la amistad y del hogar como reflejos que perduran.