Desde Barcelona
UNO “¿Saben lo que representa esto, chicos? Tal vez sea la calma antes de la tormenta”, sonrió a las cámaras días atrás Donald Trump, flanqueado por aguileños militares. Enseguida, claro, la inquietud y la curiosidad. ¿Se refería el presidente a la puesta en marcha de un Armagedón nuclear sobre Corea del Norte? ¿A la admisión de que la esquiva Primera Dama es en realidad un replicante Nexus 8? ¿A la activación de la desactivación de alguna otra de las medidas tomadas durante la administración de Obama? ¿O a que la desclasificación de nuevas entregas de The K-Files revelaría que Oswald, durante su misteriosa estadía en México D.F., descolló como luchador enmascarado conocido como “El Pinche Killer”?
Interrogado, Trump se limitó a responder con un “Ya se enterarán...”. Horas después, asistentes de Trump admitían que no tenían la menor idea de a qué se había referido. Suele pasar. Algunos recordaron la “Teoría del Loco” de Nixon, donde de lo que se trataba era de lucir impredecible para así distraer a los ciudadanos de los asuntos verdaderamente importantes. Una cosa es más o menos segura: es inevitable alguna guerra con Trump al mando. No se la va perder porque, se sabe, la guerra es el negocio más grande de todos. Que el equipo de guionistas y showrunners lo tenga en cuenta para próximas –o última– temporada.
DOS Porque sí: la serialización de la cada vez más risible realidad en la que Trump es el presidente más episódico de la Historia. La clave es producir algo conmovedor por semana y dejarlos a todos temblando hasta el próximo episodio. Y en la recién aparecida biografía de Jan “Rolling Stone Magazine” Wenner, su autor, Joe Hagan, explica que “el eclipse solar de Donald Trump marca el completo triunfo de la cultura de la celebridad por encima de cualquier otro aspecto en la vida norteamericana”.
Y de la cultura de la celebridad es que trata la sitcom Episodes –a Rodríguez le extraña que nadie hable sobre ella, teniendo en cuenta que es tanto más difícil lograr una buena sitcom que una buena serie dramática– divirtiendo mucho con un despiadado retrato de la tv-industria de Los Ángeles con Matt LeBlanc –el querible y un tanto silvestre actor Joey Tribbiani de Friends– haciendo, supuestamente, de sí mismo. El chiste y la gracia aquí pasan porque el LeBlanc de Episodes es un crápula sin límites dispuesto a lo que sea para recuperar un éxito como el que alguna vez tuvo y ya no tiene. Las víctimas del amoroso/odioso LeBlanc (muy sabio y seductor en lo que hace a los tejes y manejes de la industria y hasta inesperadamente sensible por contados segundos) son una pareja de prestigiosos y sufridos guionistas importados desde la más apacible televisión británica. Episodes acaba de terminar luego de cinco brillantes temporadas de intrigas ejecutivas y productores psicópatas y agentes traicioneros y actrices inflables cuya verdadera edad es imposible de calcular luego de tantas cirugías plásticas. El cierre fue un elegante loop metaficcional: con ambos guionistas escribiendo una serie llamada Episodes para que LeBlanc (quien ganó un Golden Globe en 2012 por su LeBlanc cretino y querible) la protagonice y triunfe. Rodríguez la siguió y la disfrutó y ahora cruza los dedos para que a ningún canal de televisión español se le ocurra intentar algo parecido.
TRES (Des)afortunadamente, la caja boba local desborda de auténticos y cuadrados bobos al cubo. La serialización de la vida española elevada a la millonésima potencia con las sucesivas entregas imposible de rechazar de (ah, esa palabrita...) Procés. Y hace casi dos meses se emitió “¿Hecha las leyes hecha la trampa?” y un mes después “¿Dónde están las urnas?” y un par de semanas atrás fue “¿Se declaró o no la independencia?” y a la siguiente se preguntó “¿Contamos con el 155?” y a continuación “¿Convoco elecciones o redeclaro la independencia?”. Mañana –”Mamá, ¿cuándo llegamos, dónde vamos, para qué salimos?”, pregunta el niño simpático y pícaro de la serie– nunca se sabe. Salvo que seguirá el mismo desastroso elenco que nadie puede ignorar cambiando de canal porque están en todos los canales. ¿Son Rajoy y su cuadrilla haciendo crujir las falanges de sus garras los buenos de la trama? En absoluto. ¿Cabe pensar en los alucinantes y alucinados Puigdemont & Junqueras & Co. (insistiendo en que con ellos todo está bien y mejor y que el resto del mundo ya lo asumirá) como en líricos patriotas rumbo a una Arcadia catalana luego del Ragnarök ibérico? Ni se te ocurra: lo único que han conseguido es la más ensopada y gansa Freedonia. ¿Reportan objetivamente todos esos corresponsales extranjeros –en especial los latinoamericanos– seducidos por el que alguna de las varias utopías nunca resueltas en el Nuevo Mundo tengan ahora su reboot en el Viejo? Más bien no. ¿Lleva la región –Help Catalonia– soportando décadas de opresión de parte del Poder Central y todo eso? Lo cierto es que no es cierto y, ante la duda, preguntarle a los millones de turistas que difícilmente habrían venido de vacaciones todos estos años a una de las más opresivas dictaduras en la historia de Europa. Pero ahí están todos (¿están vivos, están muertos, están Walking Dead, están Lost?). Y ahí permanecen en su masturbatorio reality show (el grado cero de la Ficción del Yo es la política) sólo preocupados por sacar a la gente a la calle para ver quién tiene la manifestación más grande sin pensar en esa sociedad rota por la mitad y enfrentada de arriba a abajo.
Y a Rodríguez sólo le queda esperar a que la eterna crono-serie Cuéntame llegue a estos días y se lo simplifique y explique. Aunque, para entonces, tal vez Cuéntame habrá sido rebautizada como Cállate la boca y no hagas preguntas molestas y no tengo nada que contarte porque no se entiende nada, ¿o.k.?
CUATRO Y días atrás Rodríguez fue a ver Blade Runner 2049 y salió del cine tan contento pensando en que había visto algo que empezaba y terminaba. Al llegar a casa cometió el error de googlear un poco y allí se enteró que ya había unas posibles cuatro secuelas más o menos pensadas. Y, de nuevo, el episodismo inconcluyente. En eso piensa Rodríguez: en que al Procés al que aquí y allá se le busca “una solución”, tal vez, no la tenga. Y Rodríguez se acuerda de aquel poema de Jaime Gil de Viedma: “De todas las historias de la Historia / la más triste sin duda es la de España / porque termina mal…”.
Por el momento, sigue.
Mal.
Mientras tanto y hasta entonces –con Puigdemont cesado pero sin asumirlo aunque en Bruselas y Junqueras avanzando que en los próximos días el independentismo “tendrá que tomar decisiones difíciles y no siempre serán fáciles de entender” como si todas las anteriores lo hubiesen sido– hasta el esperpéntico próximo episodio. ¿Saben lo que representa esto, chicos? ¿Adiós a las nubes o tormenta aún más fuerte después de la calma de este fin de semana soleado (¡por fin un par de días no-históricos!) y antes de las muy bienvenidas y normales y normalizantes elecciones autonómicas de diciembre? Ya nos enteraremos...
Ahora, un mensaje de nuestro patrocinador que no sabemos quién es porque –como en la centrifugante y agotadora serie The Flash– vivimos, independientes y/o intervenidos, en dos dimensiones al mismo tiempo.
Y, claro, nadie quiere ser el spin-off del otro.
CINCO El pasado viernes por la noche –entre artificiales fuegos y edictos a entrar en/con mucho vigor– se estrenó en España la nueva temporada de esa serie sobrenatural llamada Stranger Things.
Pues eso, pues lo del título: cosas más raras la semana que viene, que vino, que ya pasó, que pase la que sigue con el próximo episodio.