Los días pasaban y el caudal de mensajes de felicitaciones que le llegaban por Whatsapp no menguaba. Recién entonces, en algún momento de la semana posterior a la entrega de premios, Marcelo Subiotto terminó de entender las implicancias que tenía la distinción que había recibido en el Festival de San Sebastián por su protagónico en la película Puan. Un premio de primera línea. Fueron días, muchos días seguidos de una catarata de saludos y audios colmados de cariño y alegría por él, pero también por el proyecto, y por el cine argentino.
El film dirigido por María Alché y Benjamín Naishtat pasó por el festival vasco en septiembre del año pasado y se estrenó en el país poco tiempo después, durante octubre, un mes antes del ballotage en el que Javier Milei fue elegido presidente. Pero la sensación de que el escenario que imaginaba la ficción podía volverse real ya estaba instalada en el horizonte de lo posible: la calle haciéndose eco del reclamo, los profesores dando clases en la vereda, la Facultad de Filosofía y Letras cerrada por desfinanciamiento. En los seis meses que pasaron desde entonces –vividos con una intensidad tal que a veces hace que se sientan como muchos más– la cotidianeidad de lucha y marchas que imaginaba el film se volvió insoportablemente cierta. Y en cada nueva movilización a la que va, Subiotto se pregunta si es a él o al personaje, el profesor de filosofía Marcelo Pena, a quien saludan tan efusivamente los demás manifestantes al grito de “¡Qué bueno que estés acá!”.
Es que Puan fue un suceso precisamente entre el público que asiste a las marchas, que valora “lo público” y que considera la gratuidad universitaria un bastión que debe ser defendido a capa y espada. Y lo fue en gran parte por ser de esos proyectos que aparecen en el momento oportuno, en más de un sentido: porque están en diálogo estrecho con un espíritu de época y un contexto político, pero también porque surgen en el instante justo para sus protagonistas. “Cuando leí el guión, no solo me encantó: lo sentí como uno de esos regalos que te llegan muy cada tanto. Hace diez años, cuando empecé a hacer cine, me paraba frente a las cámaras como un actor de teatro. Fui aprendiendo con el correr de las películas: a mirar la luz, los lentes, a entender qué rol ocupaba yo en ese engranaje. Y Puan cayó cuando pude disfrutar plenamente de un proyecto así, y cuando ya tenía todas las herramientas para habitarlo”, dice Subiotto.
Pasó casi una década desde su primer protagónico cinematográfico en La luz incidente, de Ariel Rotter, y su participación en la adaptación televisiva de Los siete locos, que sucedió más o menos por la misma época. Antes de eso, Subiotto se había dedicado plenamente al teatro: hizo las inolvidables Mujeres soñaron caballos y Espía una mujer que se mata, ambas dirigidas por Daniel Veronese, giró por muchísimas ciudades europeas con Cineastas, de Mariano Pensotti (volvió a repetir experiencia, años más tarde, con Los años), estrenó una gran cantidad de veces en el San Martín (La hija del aire, Rey Lear, Arturo Ui). Y también pasó incansablemente por obras del circuito independiente, al que siempre se le da por volver. Por eso, aún en años donde los viajes se multiplican (“casi todos los lugares que conozco, los conozco por trabajo: por iniciativa propia solo me fui a Mar del Tuyú”) Subiotto siempre está encontrando huecos en su agenda que le permitan ensayar o hacer funciones de alguna obra producida bajo las lógicas de ese teatro en el que aprendió casi todo lo que sabe de la profesión. No es por nostalgia o por algún tipo de romanticismo, sino por un entusiasmo vinculado de forma directa con el presente: lo que se impone en él son las ganas de habitar “cierto lugar de fragilidad y de sencillez, que es donde está todo lo complicado”.
Y es eso, exactamente, lo que pensó que podía ofrecerle Los pájaros, la obra escrita a cuatro manos por Ignacio Torres y Juan Ignacio González que Subiotto comenzó a ensayar hace más de cinco años pero que, pandemia y otros proyectos mediante, hizo unas pocas funciones reunidas en temporadas breves: en el Rojas, el York, Timbre 4. Y finalmente, ahora, el Teatro del Pueblo, que antes de ser esta sala fue Puerta Roja, espacio comandado por el propio Subiotto junto a Adrián Canale. Volver a hacer funciones en el mismo lugar que alguna vez fue su segunda casa es una invitación casi obligada a recordar toda el agua que corrió bajo el puente en términos de técnicas y experiencias actorales. Porque Subiotto no siempre fue el actor que ven hoy quienes empiezan a conocerlo: durante sus años de formación se fascinó con el Parakultural, indagó en la técnica del clown y le puso el cuerpo a obras que exigían una actuación que él, después de aclarar que un par de veces que carece palabras para nombrar lo que hace cuando se para en un escenario, describe como “de afuera hacia adentro”. Una actuación que pone el foco en las formas para llegar, desde ahí, al fondo.
Los pájaros, como muchas de las obras en las que actuó después de su incursión en el universo Veronese, exige lo contrario: movimientos externos sutiles, casi mínimos. Todo lo que sucede, sucede en el fuero interno de Aldo, el único personaje en escena, sin dejar grandes rastros en sus palabras o en sus gestos. La obra transcurre durante el viaje de Aldo desde Córdoba hacia el Norte argentino (si existiese una palabra para hablar de una road movie hecha en teatro, serviría perfectamente para nombrar esta obra). Aldo acaba de separarse de la mujer con la que pasó gran parte de su vida, y el tránsito de un lugar a otro acompaña su propio devenir de un estado a otro, de tipo casado a varón separado. Como los pájaros que lo acompañan durante el trayecto, Aldo también está, de cierta forma, migrando. “Este papel pide mucha honestidad”, dice Subiotto. “No hay grandes sucesos. Lo que intento es contar un cuento, sin estar seguro si te voy a llegar. Pero tampoco te preocupes, porque no me voy a ocupar de insistir. La actuación es un puente, una invitación a la que vos no tenés por qué asistir. Y esta obra tiene mucho de eso, por eso la disfruto”.
Los pájaros se puede ver los domingos en el Teatro del Pueblo, Lavalle 3636. A las 20.