Es una tarde de marzo y en una hora Yamandú Costa tocará con una orquesta sinfónica rusa en el Tchaikovsky Concert Hall de Moscú. Por teléfono se lo escucha relajado, amable, cuando tal vez cualquier otro músico buscaría la suma concentración en el silencio o la parquedad. Mientras espera en el camarín escucha a Nikita Koshkin, un talentoso guitarrista ruso que lo tiene deslumbrado. “Sus sutilezas y matices para conjurar los toques de su guitarra con los timbres orquestales son de una belleza total”, apunta, como si estuviera en el living de su casa. “A mí me pasa que puedo tocar en un bar o en la calle, pero los colores de una orquesta son únicos”.
Desearía sonar como Koshkin en su concierto para guitarra solista de siete cuerdas y orquesta, apenas unos días antes del atentado al teatro Crocus City Hall, ocurrido a pocos kilómetros de allí y que arrojó más de 140 muertos. A sus 44 años, los rusos lo veneran como una celebridad y aguardan su obra “Islas Concertantes”, con arreglos de Sergio Assad. A Yamandú le complace sentirse como una suerte de embajador itinerante: la música, dice, es una posibilidad de visitar diferentes culturas. “Me la paso viajando, no sé para qué tanto”, suelta, riéndose sobre sí mismo. “Pero no quiero ser el tipo más rico del cementerio, a mí me gusta moverme con la música por todos lados”.
Es hoy el músico brasileño con mayor presencia en el exterior. Su año arrancó en Berlín con el pianista sueco de jazz, Jan Lundgren, tocando a dúo. En Lisboa, donde vive, grabó en el estudio de su casa con el guitarrista italiano Francesco Buzzurro. Y luego, con el bandoneonista argentino Martín Sued y su orquesta Assintomática, grabó su “Suite Amerindia”, compuesta por tres movimientos. Como parte de un tour infinito, que incluye puntos disímiles como China, Francia y Alemania, cerrará la gira por Latinoamérica. Primero Chile y luego Argentina, en una única presentación: el viernes 19 de abril en el Konex. Un concierto solo de guitarra, íntimo y excepcional, con nuevos temas que compuso durante la pandemia.
“Volver a Argentina es maravilloso, desde chico lo siento como mi segundo país. Mi formación musical es más argentina que brasilera. Nací en Río Grande del Sur, en la frontera, mi papá era guitarrista y amante del folklore y de los payadores, de Eduardo Falú y Atahualpa al chamamé”, dice quien es aclamado como uno de los mejores guitarristas a nivel mundial. Tan virtuoso como prolífico: este año, sin ir más lejos, ya grabó tres discos, uno de ellos titulado Youtube sessions, que recoge su febril actividad en redes sociales.
A excepción de una pequeña participación como invitado de Richard Scofano en la Fiesta Nacional del Chamamé de Corrientes, hace cinco años que Yamandú no se presenta como solista en Argentina. Reconoce al correntino Lucio Yanel como su gran maestro. Está acostumbrado a tocar con argentinos: además de Martín Sued, ha colaborado con Juan Falú, Raúl Barboza, Juanjo Domínguez y Rudy Flores. Adora a Cafrune y Marito, Los Chalchaleros, y se reconoce más gaucho que carioca, aunque en Río de Janeiro se afincó durante un largo tiempo. Pero el guitarrista saca sorpresas de la galera: como parte de un nuevo repertorio dice que traerá un homenaje a Michel Legrand , el compositor y cantante francés, como también danzas rusas ente sus frecuentes milongas, tangos, bossa nova, choros, chamamés y las sambas-zambas.
“Soy ambidiestro, como en el fútbol. Por eso toco la samba brasilera y la zamba argentina con la misma pasión”, ironiza. En tiempos donde la música ya casi no se graba en estudios, defiende seguir esa impronta. Lo acusan de anacrónico. “Grabar un disco es la fotografía de un momento, de un tiempo creativo. Me gusta vivir el proceso, el juntarme con algún músico o tocar solo. Si uno dejara de grabar, se perdería mucha música, y en mi caso dejo testimonio de mis etapas, tan diferentes entre sí, en los discos”.
La música de Yamandú Costa se escucha como un torrente sonoro, una cascada de cuerdas que fluye con una volátil expresividad, y es tal su pregnancia técnica como los matices e inflexiones de su asombrosa guitarra. Considerado por la crítica internacional como un prodigio musical, el ganador del Latin Grammy dice que su estilo “estalla” en la confluencia de Argentina, Uruguay, Brasil y Paraguay. Música puente, música fronteriza, música en tensión.
En su casa suele mirar dos canales de música. No hay nada que lo deje indiferente. Lo regional, proclama, cuanto más universal suene, más identidad encuentra. “Me gusta tanta cosa”, define, sobre sus variadas influencias. “Escucho música clásica y sinfónica, no tanto para inspirarme como para disfrutarla. Estoy loco con el catalán Federico Mompou”. A quienes siempre regresa es a Stravinski y a los impresionistas, Debussy y Ravel. Entre sus compatriotas, pican en punta Tom Jobim, Toninho Horta y Guinga.
Nacido en una familia de músicos del sur de Brasil, subió por primera vez a un escenario a los cinco años, cantando. Al poco tiempo, su padre le regaló su primera guitarra. A los 21 años ganó el Premio Visa Instrumental, entonces el mayor reconocimiento de la música brasileña, que le permitió grabar su primer disco solista. En su fulgurante carrera, tocó con artistas como Bob McFerrin, Melody Gardot, Carminho, Luis Carlos Borges, Carlos Núñez y Marisa Monte. En el campo de la música académica trabajó junto a directores orquestales como Kurt Masur, Kristjan Järvi y Alondra de la Parra, en presentaciones con la Orquesta Nacional de Francia, Orquestra Nacional de Bélgica, Orquesta Filarmónica de Calgary y la OSB-Orquesta Sinfónica Brasileña.
Poco pareciera importarle su currículum. Tampoco que su música alcance mayor masividad. “Hay maneras de ver la situación”, reflexiona, sobre las audiencias de la música popular y académica. “No me asusta tocar para veinte personas ni que haya pocos jóvenes atraídos por lo que hago. Creo en el público más viejo. Es más maduro y sabe apreciar mejor la música”.
No le gusta escuchar a los colegas que se quejan de las plateas vacías ni versionar los hits “que sepamos todos” para entretener a la industria. Simpatiza con el público que se toma tiempo en el disfrute de la música, que se viste especialmente y luego se desplaza hacia la sala. Se permite una digresión: “Las nuevas tecnologías nos abruman pero la profundidad de la música nunca perderá su sentido poético y su irremplazable sensibilidad. Cualquier persona debería aprender un instrumento o simplemente cantar en la ducha”. Y cierra: “Es un lenguaje de salud mental, espiritual, en el horror de mundo que vivimos”.
Yamandú Costa toca el viernes 19 en el Konex, Sarmiento 3131. A las 19.30.