La impresión generalizada en el mundillo de colegas, consultores y analistas políticos, hacia derecha e izquierda, es que el partido verdadero comienza recién ahora. Los datos de la economía corroborarían esa apreciación.
También es cierto que un pronóstico como ése apuntaba a marzo, porque se agruparía entonces el golpe del retorno de las vacaciones; el costo de la canasta escolar; el saqueo de la medicina prepaga, reconocido en público por el ministro de Economía con un cinismo apabullante; los salarios e ingresos deprimidos del sector informal y, al cabo, una recesión que varios economistas ya se animan a calificar como híper.
La política, sin embargo, no es una ciencia exacta ni mucho menos.
Recién van a cumplirse cuatro meses de este laboratorio inédito que formalmente encabeza Javier Milei y que cuenta con el respaldo unificado de todas las corporaciones, internas y externas. No hay grieta allí. No hay “facciones mercadointernistas” contra los grupos ligados a la exportación primarizada.
¿Dónde está, por caso, el peso político que tenía la gauchocracia representada en la Mesa de Enlace agropecuaria? ¿Dónde están las líneas disidentes “desarrollistas” que supieron tener alguna relevancia en la UIA?
La armonía es prácticamente total entre los grandes actores financieros, comerciales, industriales. Da lo mismo leer cuanto digan los miembros de la Asociación Empresaria Argentina (AEA) como lo que expresan los nucleados en la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en Argentina (AmCham). Lo mismo cuanto dicen los gurús del libre mercado y los operadores periodísticos que les dan pista.
Pocas veces —o ninguna en períodos democráticos— hubo tal grado de acuerdo entre los bloques de la clase dominante que, en Argentina, nunca alcanzaron la estatura de dirigente (si es que hablamos de algún modelo de desarrollo no colonial, porque si lo hacemos en torno a sus méritos de beneficio individual y corporativo han sabido ser brillantes).
Son unánimes en el apoyo a una estructura de negocios meramente extractivista. Un país con millones de excluidos consolidados, a pleno estilo latinoamericano. Se alinean con prioridad total a los intereses de Washington aunque el mundo, donde parece que suenan tambores de guerra extendidos, tenga pinta de destino multipolar.
La única duda que los asalta, como ya se sabe y asumen ellos mismos, es la capacidad política de Milei y su microcosmos para muñequear tamaño desafío.
En el Gobierno están eufóricos con el resultado que arrojan absolutamente todas las encuestas, incluyendo las que encargan tribus opositoras. O consultoras que no son afines a la ultraderecha gobernante.
Se mantiene y hasta crece unos puntos la confianza en el oficialismo, que a valores de hoy volvería a ganar las elecciones. En rigor, no se logra determinar si la palabra es ésa, confianza, o más bien “expectativa”. O “resignación”, a la espera de ver qué pasa siendo que el vacío opositor, y la inquina contra el gobierno anterior, son todavía demasiado grandes.
Valga el testimonio de Paco Olveira, quien vaya si algo sabe de lo que se siente bien por abajo, en los barrios populares, en las villas, en el sentimiento de los auténticamente abandonados a la buena de Dios. “Hay angustia, pero no se puede decir que haya bronca contra Milei”, le dijo a este escriba ese cura inmenso.
Confiado en esa percepción y en los números de esas encuestas, Milei sigue arremetiendo contra cuanto obstáculo se le presente hasta límites que, ya dijimos, hacen perder lo que jamás debe perderse: la capacidad de asombro.
Puede tratarse de rendirle pleitesía a la generala Laura Richardson, de quien no se privó de “visitarla” en Ushuaia, casi de madrugada, disfrazado de milico, contra los pérfidos chinos. De seguir tocando el trasero de los gobernadores con provocaciones que nadie termina de entender, mientras debe negociar que le sancionen la devaluada ley ómnibus. De proyectar un 0800 para buchonear “adoctrinamiento” docente. De un ministro de Salud que, en medio del dengue, sólo tiene el recurso de prevenir contra el uso de pantalones cortos y brazos descubiertos. De la masacre indiscriminada contra empleados estatales que, según se supone o desea, en algún momento debería despertar un mínimo de sensibilidad masiva. Están echando a lo pavote científicos, gente experimentada a punto de jubilarse, trabajadores que prueban largamente su labor.
Este último aspecto de la brutalidad mileísta merece detenimiento.
Así como el paro de maestros y en las Universidades públicas pasó sin pena ni gloria, el llamado de ATE a entrar en los edificios de la salvajada no tuvo colaboración orgánica o de referencias gremiales importantes, excepción hecha de Hugo Yasky, Sergio Palazzo y Abel Furlán. Son lugares militarizados, literalmente.
¿Están solos los empleados del Estado que sufren esta bestialidad? ¿O, además de solas, están desorganizadas todas las víctimas del ajuste de esta casta, con su dirigencia a la cabeza?
Como resalta Gabriel Katopodis en la entrevista que publicó Infobae este domingo, los 10 mil trabajadores estatales que despidieron, o a quienes no les renovaron contratos, representan el 0,005 por ciento del déficit.
Es una cifra técnica, no desmentible. Aun cuando echaran muchos más, no se resuelve ningún problema. Por el contrario, le complican la vida a cientos o miles de familias. Y también en efecto, que en el Estado haya infinidad de cosas por mejorar, como en cualquier ámbito de la vida, no significa hacerlo rompiendo todo. No es plata lo que está discutiéndose, en su sentido presupuestario. Es otra cosa. Es disciplinamiento.
Que recién ahora empiece a jugarse “el verdadero partido” es un vaticinio relacionado, sobre todo, con el próximo y casi inconcebible tarifazo en los servicios de luz y gas.
Hay otros elementos de incertidumbre. Si el Fondo Monetario aflojará exigencias, o si liberará algún despacho crediticio que Caputo el Toto le prometió a Milei sin logro hasta la fecha. Si “el campo” se cuadrará, o si exigirá más pruebas de amor devaluatorias.
Pero es el tema de las tarifas de luz y gas lo que aparece(ría) como un punto de inflexión del aguante masivo. Y, desde ya, en particular de la clase media.
Los montos objetivos y no desmentidos revelan incrementos improbables de asimilar. Hay provincias donde ya se prevé un esquema de pagos parciales, judicialización y después se verá.
Sólo por cargo fijo indistinto, no importa el consumo, son números enloquecidos. Números mucho más tenebrosos, a valores reales, de los que en su momento comenzaron a precipitar el derrumbe de Macri.
Entre 2015 y 2019, las tarifas de luz subieron alrededor del 5 mil por ciento. Y las de gas, casi un 2 mil. Imaginemos algo similar pero concentrado en un saque y en las próximas boletas, no en cuatro años. El de Macri sería, en comparación, un gobierno nórdico.
Podría ocurrir que el quiebre pase por ahí. O, tal vez, por la resistencia de una comunidad universitaria cuya significación se llevó puesto al ministro de Economía, Ricardo López Murphy, en el gobierno de la Alianza. Duró apenas 15 días, tras reemplazar a José Luis Machinea. Fue, entre otros motivos pero no el menor, por la reacción que provocó el recorte del presupuesto universitario.
Hoy, ni siquiera es cuestión de recorte a secas sino de que, como advierten los rectores, en dos o tres meses como mucho las universidades públicas deberán cerrar. No es la masa salarial docente. Es que, derecho viejo, no tendrán fondos para su funcionamiento operativo. El gobierno de Milei y su hermana propone que se sigan administrando con el presupuesto aprobado en octubre de 2022.
O quizá se trate de otro disparador.
Nadie lo sabe, porque la velocidad de los procesos político-sociales nunca es la misma que la de los apuros y angustias individuales o de sector.
Pero, frente a lo que acaso vaya a surgir como respuesta categórica, y salvo pensar que un estado de resignación o hipnosis colectiva puede prolongarse indefinidamente en un país como éste, sería mejor que la dirigencia opositora avance con muestras de mayor cohesión. Una, aunque sea.
Y antes, de solidaridad. Algo tan necesario y sencillo como eso.