Cuando Sébastien Léger desenraizó el costado más espacial de “Let It Happen”, hit de la banda australiana Tame Impala, para desplegarlo en los cimientos de un house con ganas de alegría brasileña, el DJ francés estaba por consumar una de las mejores performances que se le hayan visto en Buenos Aires. La del Corona Sunsets quizás haya sido la más elástica y fiel a esa impronta melódica que bien supo patentar, a partir de un groove envuelto en tonos coloridos y vibraciones misteriosas, con un pie en la libido de “I Feel Love”, clásico proto techno de Giorgio Moroder al que Donna Summer empujó hasta los límites de lo lascivo, y otro en la inconfundible melancolía parisina. O sea, eso que lo convierte en uno de los mejores sucesores de la universidad del french house.
Al principio de su actuación, Léger salió a dar constancia no sólo de su calidad de alquimista de la pista de baile sino también de su identidad, desenvainando su track “Nations”. Al caballo de batalla de su más reciente material, Kasiope Pt. 2 (lanzado el 5 de abril) le secundó otro de los singles incluidos en ese trabajo, “Safari”. Luego, el galo desconcertó con una versión dance “La tocata y fuga en re menor, BWV 565”, de Bach, que no perdió su barroquismo aunque esté ataviada por esas armonías que evocan a la comunicación sonora del ocaso del film Encuentro cercanos del tercer tipo. Así, el DJ inició un periplo capaz de explorar hasta los límites del tribalismo.
El productor y DJ francés fue figura del Corona Sunsets que sucedió el sábado en Ciudad Universitaria, novel alternativa que encontraron los espectáculos musicales en la capital argentina en los últimos meses. Ya lo demostró en febrero el Festival Buena Vibra y en marzo lo confirmó Hernán Cattáneo mediante su Sunsetstrip. Sin embargo, a diferencia de la propuesta del número uno de las bandejas patrias -que sucedió en una de las zonas del campus que albergó a 18 mil personas-, el cierre de la temporada veraniega del flamante ciclo aconteció en el Campo Deportivo, con capacidad para 6 mil personas y cuyas entradas se agotaron instantáneamente.
Luego de que la rosarina DJ Karen levantara el telón a las 16, el turno fue para el también crédito argentino Pabels. El tándem logró el objetivo de dejarle encendido el fogón del público a su colega español Arodes. En tanto ponía a dialogar al deep house con una cadencia que desbordaba lo tribal, sobre todo al final de su set, el álter ego de Adrián Rodríguez recibía aún a la feligresía que llegaba al encuentro sobre un escenario rústico del que se erigía una especie de sol náhuatl, como tributando al dios Tonatiuh. La performance carecía de pantallas o de otro artificio audiovisual, lo que reconectaba a la muchedumbre con la antigua forma de experimentar la música en vivo. Toda una novedad especialmente para la masa joven que asistió al evento.
Pero la puesta no se remitía sólo al escenario. También se extendía al resto del predio, a partir de una situación temática que aludía a una intención chamánica y desértica. Incluso había una zona de “bienestar” en la que se concentraban actividades como reiki, limpieza energética, meditación y baño Cong (a manera de sostén consciente estaba un punto de disminución de riesgo a cargo de la Fundación Vuelo Controlado). Lo más próximo a un festival musical boutique que se haya hecho en la ciudad. Y eso lo supo capitalizar el productor y DJ alemán Jan Blomqvist, quien apareció adrede con su poncho para protagonizar un live set en el que alternó temas de su autoría (cantados por él), remixes y tracks de otros. Metáfora de una festiva tarde de síntesis.