La ironía del destino segrega rebeldías y paradojas risueñas. El nieto de Juan B. Justo y Alicia Moreau de Justo perteneció a “la juventud maravillosa” cuando estudiaba Psicología en la universidad. “El encantador de serpientes”, el hombre que le contagió su interés por el peronismo, fue un capitán de aeronáutica retirado, “un peronista de derecha” tan paranoico como alcohólico, que se había casado con su madre. Ese militar que imaginaba conspiraciones en todas partes increpó al hijo de su pareja, ese joven de pelo largo que sentía simpatía por la militancia armada del ERP o de Montoneros, pero todavía no militaba. “Entreguen a (Oberdan) Sallustro”, le dijo, como si el joven hubiera participado en el secuestro del empresario de la Fiat en 1972. “No lo vamos a devolver”, le replicaba para que se enojara más. Marcelo Justo, corresponsal de Página/12 en el Reino Unido, acaba de publicar un extraordinario primer libro de cuentos, El regreso de la noche (Equidistancias), catorce relatos atravesados por la magia y la locura de la militancia, las esquirlas del terrorismo de Estado y la huida.
La mayoría de los cuentos, en los que palpita la mezcla narrativa de Rodolfo Walsh con una adjetivación subrepticiamente borgeana, los escribió a partir de la pandemia, en ese período tan especial de encierro y perplejidad. El fantasma de la muerte lo visitó en la forma de una enfermedad que logró superar y empezó a tener muchos sueños. Como un mago que saca palomas de la galera, revuelve la mochila hasta encontrar el cuaderno que estaba buscando y que lo acompaña a todas partes. “Me despertaba de los sueños y decía esto que soñé, no el sueño mismo, pero esto que está ahí en el sueño, forma parte de una historia. Me iba a dormir con este cuaderno para anotar las historias que salían de los sueños”, revela el escritor a Página/12 con los dedos de la mano izquierda aferrados a ese cuaderno, el pequeño salvavidas que le permitió rescatar del naufragio una parte del material onírico apenas se despertaba.
El escritor y editor de Equidistancias, Enrique Zattara, leyó alguno de los cuentos que, en versiones más cortas, se publicaron entre 2021 y 2023 en las contratapas de este diario. Y le preguntó sí tenía más para reunirlos en un libro. Cuando fue a buscar algunos cuentos que había guardado como “El regreso de la noche”, un relato que escribió a comienzos de los años 90, el que da título al libro que presentará este jueves a las 19 horas en Caburé Libros (México 620) con Luis Bruschtein, no lo encontró. Sonríe achinando los ojos y se lleva el dedo índice a la sien. “Lo tenía acá, en la memoria, y lo pude reescribir”. En el cuento, el narrador exiliado que apenas aterriza en Ezeiza en su primer regreso en 1986 se da cuenta de que no tendría que haber vuelto. Ese cuento admite ser leído como una especie de reescritura de “Esa mujer”, de Rodolfo Walsh. La madre del exiliado, de infalible puntería y abrumada por el fantasma de la inseguridad, se parece al militar que mató a su mujer accidentalmente una madrugada, cuando le pegó un tiro porque la confundió con un ladrón.
“A papá no le había salida una: los tres hijos con el peronismo o la izquierda”, dice el narrador de “El regreso de la noche”. “Lo que escribo nunca es una copia de lo vivido”, aclara este hijo único que sí comparte con el narrador y personaje el hecho de haber militado un tiempo en la Juventud Universitaria y la decisión de exiliarse. Después de la muerte de Perón, vio que todo se derrumbaba de una manera catastrófica y que había una violencia desmadrada. Se asustó mucho, se apartó de la militancia y se empezó a poner demasiado paranoico. “Este es un buen momento para irse”, se dijo en el 77, cuando la dictadura era “muy asfixiante”. Había logrado terminar la carrera de Psicología en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y rumbeó hacia Londres porque tenía unos primos. Julio Genoud, uno de sus primos, terminó desapareciendo en la segunda contraofensiva de Montoneros.
Un tema que atraviesa a varios cuentos de El regreso de la noche, prologado por Guillermo Saccomanno, es la imposibilidad de volver. “Yo creo que es por la cosa traumática que hay detrás; no volvés al lugar del crimen, donde casi te matan”. En el 78 estaba viajando por Europa, estaba en Santorini (Grecia), mirando el mar. “Yo a Argentina no voy a volver”, pensó Marcelo que trabajó de profesor de español en Londres y en Hong Kong, donde comenzó su carrera periodística en la Agencia EFE. También trabajó en la BBC durante veinte años. “Me gusta ser extranjero en cualquier lugar. No es algo que vivo como un drama, más bien me siento bastante cómodo con la extranjería. ¿Quién es este? El argentino; chau y se acabó. No hay nada más que contar. Entonces eso facilitó mucho la cosa porque uno se queda afuera de lo que en Londres se llama la ‘rat race’, que es la carrera por llegar más lejos. Como soy extranjero, estoy en otro camino diferente”.
“El gobierno de (Javier) Milei implica volver a los traumas pasados; vuelve la noche y la oscuridad. Pero no es solo acá, es en todo el mundo”, analiza el corresponsal de Página/12 en el Reino Unido desde 1992 y conductor de Justicia Impositiva, un programa radial sobre los paraísos fiscales. “El título del libro tenía una resonancia más freudiana: el retorno de lo reprimido. El regreso de la noche ahora tiene un sentido más nietzscheano; es ese tiempo circular que vuelve inevitablemente y que no te lo podés sacar de encima. Un eterno retorno; es esa sensación. Veníamos de una historia lineal que progresaba y ahora estamos viviendo un momento sombrío y distópico”.
-Un personaje del primer cuento plantea que “este país nunca va a cambiar, es cambalache en el 86 y en el 2000 también”. ¿Podrías suscribir lo mismo?
-No, porque el tío del cuento me cae muy antipático. Tengo cierto fatalismo en cuanto a ese retorno del pasado, pero no soy fatalista sobre que esto nunca se va a arreglar. Cuando ganó (Mauricio) Macri, no estaba en Facebook y me metí porque algún tipo de resistencia tenía que hacer desde la distancia. Con Milei curiosamente me metí en X. Yo no siento que todo se acabó, pero no sé si voy a ver los cambios. Los tiempos se van achicando con tanto fracaso acumulado. ¿Voy a estar dentro de 20 o 30 años? Ojalá...
-“Perón había sido una parte fantasmal, mítica y cotidiana de mi infancia y adolescencia, un distante demonio que explicaba todos los males del país y del mundo”, afirma el narrador de otro cuento. ¿El peronismo sigue siendo ese demonio?
-Sí. Hay un antiperonismo tan arraigado que explica que no se haya logrado una alianza democrática contra este símbolo neofascista que es Milei. Hay un fanatismo antiperonista sin límites que es mucho más grande que el peronismo. En este momento hay mucho más antiperonismo que peronismo. En 2007 en una cena con una abogada, ella me dijo: “Kirchner le pega a los ministros” ¿Cómo?, le pregunté. “Lo sé de muy buena fuente”, insistió. ¿Te imaginás a Kirchner pegándole a los ministros en las reuniones de gabinete? (risas). Hace poco, durante el gobierno de Alberto Fernández, un médico me dijo que los únicos que podían comprar dólares eran los montoneros. Hay un grado de irracionalidad en el antiperonismo que es muy preocupante. ¿Por qué sigue teniendo apoyo un tipo como Milei? A la gente le cuesta mucho reconocer que se equivocó con el voto y que metió la pata hasta el fondo. Es difícil encontrar un antiperonista racional con quien poder discutir.