El flamante álbum de Gastón Massenzio se titula Después, y lo constituyen ocho canciones que se comprometen con la contemporaneidad en la que nacieron. Por más que el soporte musical en el que se sustentan pasó a convertirse en un clásico. Aunque, al mismo tiempo, deja en evidencia que el amor y su contracara, así como la felicidad, las preocupaciones y los vínculos, sostienen una complejidad que trasciende la temporalidad. Ni siquiera el Chat GPT, que parece ostentar una respuesta para todo, puede acercarse siquiera a un esbozo de solución.
“Para mí, las motivaciones son como un pulso vital”, dispara el cantautor nacido en 1983, último año de la microgeneración xennial. “Hacer canciones es una necesidad muy fuerte. Siento que vivo a través de ellas. No me refiero sólo a las que hago, sino también a las que escucho. Veo el mundo a través de las canciones: las de otros y las mías”.
Esa manera tan intensa de encarnar el formato, a partir de las diferentes variantes del rock, contrasta con un reciente estudio científico hecho por investigadores alemanes y austríacos que demostró que las letras de las canciones pop (compuestas entre 1970 y 2020) son cada vez más tontas. “Esta época tienen un algoritmo y una sobreinformación engañosas”, cavila el músico y compositor, quien publicó en 2013 su primer álbum en calidad de solista, Lapsus. “Existe la sensación de que hay una pluralidad de voces. Sin embargo, si esas voces no se llegan a escuchar, entonces es como una falsa visibilidad. Entiendo que son las reglas del sistema y del mercado, pero las motivaciones que tiene un artista para hacer canciones están enraizadas en la necesidad de desentrañar algo. Todo el tiempo pienso en elementos que enriquezcan lo que quiero decir. Desde lo lírico hasta lo musical”.
-¿Hablás así de la canción por resistencia al cambio o por tu pasión hacia el género?
-Hacer una canción es sumamente gratificante, más allá de que el momento de creación de un disco también es arduo y frustrante. Uno corre escapando de su propia sombra. En los últimos años, siento que encontré un nuevo cauce de intensidad por el que fluyen mis canciones. Tiene que ver más con un cambio de época en lo personal. Y eso se traduce, por supuesto, en lo artístico.
-¿Dónde depositaste el vértigo esta vez?
-Después tiene mucho de nostalgia y de ruptura. Es un disco que compuse en un estado emocional muy fuerte. Caminando mucho de noche por la calle. Lo canté mientras tenía una fractura de costillas en el pecho. Cuando lo hacía, me dolía. El disco anterior también es intenso, pero de otra manera. Este me parece más confesional y crudo.
-También es un repertorio nocturno, errante y doloroso.
-No hay nada de pose ni de artificialidad en ello, porque es lo que fue. Estuvo concebido desde esa realidad. Caminé mucho por las calles de San Cristóbal y Palermo Viejo. Tenía grabadas las bases de los temas, sin las letras. A veces, me perdía por las noches, con los auriculares puestos, para terminar de encontrar esas palabras.
-¿Por alguna razón elegiste esos dos barrios?
-Son barrios que recorrí en dos momentos distintos. En una época del disco, estaba viviendo en San Cristóbal. Y la otra parte la hice en Palermo. Para simplificarlo, ahí fue donde más caminé.
-¿Seguís sintiéndote platense o ya te aporteñaste?
-Cada tanto sueño con Tolosa, de donde soy originario. Conservo la nostalgia y los recuerdos de la infancia.
-Después tiende una especie de puente con esa máxima del filósofo italiano Antonio Gramsci que versa: “pesimista de la inteligencia, optimista de la voluntad”. ¿Sentís que en estos temas convive esa ambivalencia con sabor a resignación?
-Sinceramente, cuando empecé a anotar en la libreta, no sabía que estaba haciendo canciones o un disco. Comenzaron a surgir todas a la vez. Siempre me pasa que en determinado momento aparecen de golpe todas las canciones. Difícilmente componga una canción fuera de contexto. Sola, suelta. Y con el tiempo, se empezaron a hermanar las letras.
-Aparte de los matices y de las sensaciones, ¿también conseguiste respuestas en este disco?
-Muy de a poco siento que la perspectiva me empieza a develar algunas cosas. La distancia ayuda a entender. Además, lo propio se resignifica diferente en quien lo escucha. En mi vida es importante lo esencial: el amor, la familia y cuidar los lazos. Eso es fundamental.
-A propósitos de los lazos, ¿cuál sentís que es tu grupo de pertenencia musical en la escena local?
-Me gusta mucho lo que hacen Jimena López Chaplin, Paula Maffía, Flopa Lestani y Lucy Patané, así como María y Marcelo Ezquiaga. También me representa la música de Me Darás Mil Hijos. Charly y Fito influyeron en mí, de la misma forma que Elliott Smith y Nick Drake (la voz de Massenzio, por momento urgida, a veces aletargada, se puede sintetizar de estos cuatro superhéroes de la música). La mayoría de los artistas que te mencioné tuvieron o tienen una convocatoria reducida, lo que no le resta a la calidad.
-Ese es el karma de vivir al sur, sobre todo para los solistas que se autogestionan la carrera.
-El año pasado despedí mi disco anterior con un show muy lindo en el CCK. Mientras que tuve otras fechas que fueron difíciles de remar. Uno todo el tiempo está tratando de atajar la sortija. Desde entrar a una playlist hasta tener un montón de invitados en tu disco. Pensar en todo eso puede dañar mucho el arte y el sentido que tiene hacer canciones. Soy religioso en eso, en algún punto. Por supuesto, juego las fichas y hago todo lo que hay que hacer. Aunque siempre con mucho respeto por la música, por más que a veces me pueda equivocar.
-Más allá de tu reverencia hacia la canción, otro rasgo que aúna a tu obra es que las tapas de tus discos son en blanco y negro. ¿Es tu artificio para sugestionar la escucha?
-Me di cuenta de eso hace poco. No fue algo pensado ni voluntario. Son esas cosas que para mí no tienen respuesta. Yo sólo quería que lo urbano estuviera presente. Me gusta lo despejado, y eso quedó representado en la instrumentación del disco: toda analógica. Pero no fue un fetiche. Tenía que ver con lo que quería decir. Así que ya vendrá el color. Más adelante.