Con su voz de marica loca expresó y corporizó a las minorías. No se refería a la cantidad de gente, sino a las relaciones de poder. Su lengua política abordó la marginalidad de las travestis, el sida, la homosexualidad, la prostitución y el mundo gay en los diferentes barrios.
Su atuendo: lentes y un pañuelo negro con las carabelas blancas típicas mexicanas sobre su cuero cabelludo porque decía que él llevaba a los muertos de la dictadura en la cabeza.
Pedro Lemebel encarnó a todos aquellxs que fueron silenciados, en un Chile tomado por el régimen militar, entre el 11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo de 1990. Sus decires fueron contestatarios a la derecha imperante en Chile y se dedicó a denunciar los discursos hegemónicos. Sintió siempre el dolor del pueblo, representó el cruce de clases y desde ahí tradujo la sonoridad de su época. Supo que la mayor lucha era no ser cómplice de ningún tipo de censura.
Pedro Segundo Mardones Lemebel, nació el 21 de noviembre de 1952 en un barrio marginal de Santiago de Chile a orillas del Zanjón de La Aguada, en el barrio La Legua, en el medio del barro. A sus 30 años se sacó el apellido paterno y pasó a usar el apellido de su abuela, quien fue madre soltera. En ese momento dijo: “necesito despegarme del peso de esa próstata”. Las paradojas de la vida hicieron que perdiera su voz por un cáncer de laringe. Murió a sus 62 años, un 23 de enero del 2015.
Una lengua política
En Lemebel Oral, 20 años de entrevistas. Edición definitiva, (Editorial Mansalva), Gonzalo León reunió más de cuarenta entrevistas que le hicieron entre 1994 y 2014. En la lectura de estas conversaciones escuchamos cómo su lengua subversiva hizo tambalear la supremacía ideológica, religiosa, política y gramatical y cómo movió la estructura patriarcal con sus ideas revolucionarias. Sus apariciones fueron una manera de visibilizar lo disidente y lo segregado. También denunció la división sexual del trabajo y los diferentes privilegios de ser varón, cis, blanco y occidental. Se lo escuchaba decir que “aprendió la lengua patriarcal para maldecirla”, “devengo coleóptero que teje su miel negra, devengo mujer como cualquier minoría”.
En las páginas de este trabajo de compilación escribió: “la homosexualidad es una construcción cultural, yo trabajo fuertemente la figura de la loca (…) como una forma brillante de percibir y de percibirse, de rearmar constantemente su imaginario de acuerdo a estrategias de supervivencia (…) Y esa es una forma de pensar deambulante, no es la forma fija, sólida, del macho”. Su barroca y florida escritura poética y musical tiñó su militancia artística, porque siempre supo que “(…) leer y escribir son instrumentos de poder más que de conocimiento”.
A principios de los años 80, Lemebel comenzó a tener relaciones intelectuales y políticas con un grupo de la izquierda y en resistencia contra el gobierno dictatorial de Pinochet. Su abierta postura pública sobre su homosexualidad, no tuvo buena recepción por algunos miembrxs. A modo de protesta, en 1986, leyó su Manifiesto titulado: Hablo por mi diferencia en la estación de ferrocarril Mapocho de Santiago de Chile, mientras había una reunión clandestina de disidentes izquierdistas.
Parte de su Manifiesto:
“(…) No soy un marica disfrazado de poeta
No necesito disfraz
Aquí está mi cara
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la justicia
Y sospecho de esta cueca democrática (…)
¿Van a dejarnos bordar de pájaros
la bandera de la patria libre?
El fusil se lo dejo a usted
Que tiene la sangre fría
Y no es miedo
El miedo se me fue pasando
De atajar cuchillos
En los sótanos sexuales donde anduve (…)”
Ese testimonio atestiguó su militancia y su aire performático travesti con sus tacos altos y un labial que le nacía en la boca y se extendía hasta la mejilla. Esta intervención fue la antesala del dúo que armó, al año siguiente, con Francisco Casas Las Yeguas del Apocalípsis. Personificando la versión femenina de los bíblicos jinetes del Apocalipsis y se autodenominaron de esa forma. Consistía en interrumpir sorpresivamente eventos culturales para cuestionar el sexismo, lo héteronormativo y visibilizar el SIDA. En una de las entrevistas de este libro contó que el objetivo de Las Yeguas del Apocalípsis “era exponer nuestras demandas a través del cuerpo: el cuerpo en escena, el cuerpo agredido de la homosexualidad proletaria”.
Hacían estas performances sin saber que se llamaban de esa manera las intervenciones que llevaban a cabo en el ámbito de las artes visuales, literarias y en la subcultura punk. No estaban enfocadas en el reclamo a conquistar derechos, sino en denunciar la violencia y en visibilizar las relaciones de poder. Debutaron el 22 de octubre de 1988, día de la entrega del Premio de Poesía Pablo Neruda a Raúl Zurita. Interrumpieron la celebración poniéndole una corona de espinas al poeta. En otra oportunidad se interpusieron, en un evento previo a las elecciones de 1989, subiéndose al escenario con tacos, plumas y un lienzo que decía: “Homosexuales por el cambio”, mientras Francisco Casas besaba en la boca al candidato Ricardo Lagos antes de bajarse de las tarimas.
Lemebel construyó su obra sobre lo diezmado de la sociedad e hizo de eso un culto de pertenencia. “Mi cuerpo es un campo de batalla”, mecanografió.
Unos días antes que muera le hicieron un homenaje en el marco del Festival Teatral Santiago a Mil. Estaba muy delicado de salud. Él insistió en estar presente. Unos amigos lo ayudaron a escaparse unas horas del hospital donde estaba internado para que fuera. Llegó en sillas de ruedas, vestido con un traje blanco y un pañuelo en la cabeza que hacía juego con una bufanda.
Su funeral captó todas las calles cercanas al cementerio Metropolitano. Murió popular, como fue él. Con un pueblo llorando, las rosas volaron sobre su ataúd y los pétalos compusieron su nombre sobre el asfalto. La gente sostenía carteles que decían: Hasta siempre mariquita linda.
Rebelde, valiente y maricón. Poético y lírico. Prestó su boca de travesti revolucionario a aquellxs que amedrentaron, reprimieron e invisibilizaron porque sabía que no hay lucha más devastadora que la mudez y el silencio. Ojo de loca no se equivoca, proclamaba siempre por ahí.