La alegría que produce una excelente noticia contrasta con el desmantelamiento cultural. La escritora Selva Almada quedó entre los seis finalistas del Premio Booker Internacional con No es un río (Not a River), en versión al inglés de la traductora Annie McDermott. La novela de la única argentina en carrera ha sido publicada por Charco Press, una editorial independiente creada y dirigida por la editora y traductora argentina Carolina Orloff en Edimburgo (Escocia), que se especializa en ficción latinoamericana contemporánea y que recibe la cuarta nominación (la tercera en la lista corta) en seis años. Todas las nominadas han sido autoras argentinas, traducidas gracias al Programa Sur, un subsidio a las traducciones que la motosierra de Javier Milei redujo brutalmente a menos de 20.000 dólares para este año. La obra ganadora del Booker será anunciada el 21 de mayo en una ceremonia en Londres.
“Esta nominación que tal vez en un contexto diferente sólo habría sido un motivo de alegría personal, compartida con mis editoras, mi agente, las personas cercanas al libro, ahora se vuelve más importante como parte de una comunidad, como parte de la literatura argentina que así como el resto de las ramas del arte, de la vida artística y el futuro de este país está constantemente amenazada por el propio Estado que supo estimularla y protegerla durante décadas”, plantea Almada a Página/12. “Por alguna razón mis novelas nunca se leyeron en relación a la época en la que transcurren. Tal vez resulta bastante ambiguo no saber bien dónde y cuándo se desarrollan las tramas, pero son historias que están ancladas a fines de los 90, comienzos del 2000, en pueblos perdidos de provincia. Mis personajes, sus tragedias, sus deseos están fuertemente marcados por el neoliberalismo menemista. Son, en cierto modo, sus despojos. Quizá durante estas últimas tres décadas no hemos hablado suficientemente de los 90, un mal recuerdo que quisimos esconder bajo la alfombra”, reflexiona la autora de El viento que arrasa, Ladrilleros y No es un río, su trilogía de varones.
La finalista del Booker recuerda que hay dos series que revisitan la década del 90 y es “bastante impactante volver a ver personajes y situaciones que en mi recuerdo están muy vívidas y al mismo tiempo pensar: ¿por qué tardamos tanto en volver a hablar de esto? Por qué no haber insistido en la memoria de una época, de una coyuntura que tanto mal le hizo al país, que dejó a media población sin trabajo, que vació el Estado de un modo tan despiadado. ¿Somos conscientes de que los nietos de esas personas que quedaron fuera del sistema en los 90, siguen fuera del sistema? Tal vez el presente que estamos viviendo tenga también que ver con ese agujero en la memoria colectiva, con no insistir y reflexionar lo suficiente sobre los 90”, explica Almada.
El Booker Internacional premia a los autores y traductores de una obra de ficción publicada en Irlanda y el Reino Unido con 50 mil libras esterlinas que se divide en partes iguales: la mitad para la escritora o escritor y la otra mitad para la traductora o traductor. El otro latinoamericano finalista junto a Almada es el brasileño Itamar Vieira Junior con Tortuoso arado, traducida al inglés por Johnny Lorenz como Crooked Plow. El listado se completa con Kairos, de la alemana Jenny Erpenbeck, con traducción de Michael Hoffmann (publicada en español por Anagrama como Kairós); The Details, de la sueca Ia Genberg, traducido por Kira Josefsson; White Nights, de la polaca Urszula Honek, en versión de Kate Webster; Mater 2-10, del coreano Hwang Sok-yong, con traducción de Sora Kim-Russell y Youngjae Josephine Bae y What I’d Rather Not Think About, de la holandesa Jente Posthuma, traducida por Sarah Timmer Harvey.
“La medida de Milei de prácticamente erradicar y desguazar el Programa Sur me parece trágica”, afirma Carolina Orloff, la editora de Charco Press desde Edimburgo y agrega que es sintomático de “cómo este gobierno quiere desarmar un país”. La editora y traductora argentina advierte que no se trata de apoyar o no apoyar la traducción, sino que hay algo mucho más amplio en juego. “Tiene que ver con la internacionalización de la cultura nacional, con la promoción del intercambio de ideas, con entablar puentes, con cruzar fronteras; es resistir la mediocridad de las ideologías de derecha, las ideologías que aplastan. Me parece que es una tragedia absoluta minimizar el Programa Sur”.
Charco Press nuevamente tiene un libro en una lista corta del Booker, la tercera vez en tan solo seis años y medio de existencia de esta editorial independiente dedicada exclusivamente a la literatura latinoamericana contemporánea, la única en el mundo anglosajón, donde la literatura en traducción representa sólo menos del 5 por ciento de cualquier idioma al inglés. “Dentro de ese marco, que tres libros de Charco hayan llegado a la lista corta es un logro enorme, es una confirmación de la calidad de ese catálogo y del camino que venimos armando. Para mí como editora y como directora editorial, como la persona que elige esos libros, como la encargada de armar la cartografía de Charco, siento que algo estoy haciendo bien. La literatura de Argentina interpela al lector en inglés y al lector internacional y eso no puede dejar de apoyarse y celebrarse”, pondera Orloff.
“La cultura es un enemigo bastante fácil -reflexiona Almada-, en general se entiende a la cultura como algo superfluo, como algo que ‘es lindo, está bien’ pero que no es esencial en la vida de la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas del país. Y ahora se la ha demonizado asociándola al kirchnerismo. No sólo ahora, en realidad: uno de los primeros viajes que hice fue al Salón del Libro de París en 2014, en ese momento Argentina era el país invitado, y me acuerdo que algunos medios difundían la lista con las fotos de los autores que habíamos sido invitados caratulándonos como ‘escritores kirchneristas’. Es decir hace bastante que se viene asociando la cultura con un berretín progre y sobre todo kirchnerista. Como un lugar donde se puede ‘robar’ tranquilamente porque la cultura es un bien simbólico, que incluso se disocia del dinero: nadie sabe cuánto gana un escritor, por ejemplo, nadie sabe que casi ningún escritor puede vivir de los libros que escribe... entonces cuando hay un gran desconocimiento sobre algo que además no se considera esencial, es muy sencillo convertirlo en un enemigo”. La autora de Chicas muertas aclara que “no es una ficción ni un relato” que la cultura argentina es reconocida en el mundo por su teatro, por su cine, por su música y por su literatura. “Eso se debe en gran parte al apoyo del Estado, a programas impecables como el Programa Sur de subsidio a las traducciones, gracias al cual también se tradujo mi libro nominado al Booker. Un programa que, vale decir, ni siquiera se discontinuó durante el macrismo”, concluye la escritora.