La historia es más o menos conocida entre los futboleros, aunque con trazos brumosos: el entonces empresario multimediático Silvio Berlusconi había desembarcado en la AC Milan y estaba obsesionado con sumar a su emporio a Diego Maradona, quien en aquel 1987 acababa de darle al Napoli el primer título de su historia. Fue, probablemente, su primer gran objetivo en 31 años al frente del club lombardo, toda una era en la que también construyó poder económico y político en su país y en Europa, especialmente.

La operación terminó desarticulándose en poco tiempo, de manera ruidosa y por motivos que se suponen más de lo que se conocen. Entonces se instaló, en la narrativa popular, una resistencia heroica de Diego en nombre del sur italiano frente a los oropeles del norte dominante. El Milan ganaría el campeonato siguiente, luego Napoli conseguiría la UEFA, su primera copa europea, más adelante el rossonero arrasaría en el continente y los azurri conseguirían otro Scudetto: los dos hicieron negocio al cierre de esa década. Aunque siempre quedará una incógnita: qué hubiese sido de Diego si tomaba esa curva en el prime de su carrera y en un momento donde evidentemente el entorno napolitano comenzaba a desbordarlo.

La serie sobre Guillermo Coppola repone este relato, aunque de costado y con los beneficios de las licencias poéticas: el representante, por ejemplo, aparece protagonizando la conferencia de prensa que en verdad había dado Diego en Nápoles para desactivar los rumores de la oferta milanesa. Una salida tensa en la que no fue Coppola, sino Maradona, quien puso la cara ante las cámaras para inventar una excusa disuasiva: el contacto con Berlusconi existió, pero respondía a un interés por publicarle una biografía en su editorial. Un “tocuén", diría Diego Armando, quien acababa de canonizarse en el San Paolo pero en cuestión de semanas vivía amedrentamientos, incluso amenazas de bomba al canal que Berlusconi tenía en el sur italiano. Por eso aquella tarde salió enojado y, por primera vez en su vida, pidió públicamente que lo dejaran en paz. Diego siendo consciente de lo que significaba ser Maradona.

Hay muchas versiones sobre las gestiones, los acercamientos y las conversaciones entre las partes de Maradona y Berlusconi. Según le contó Diego a Cherquis Bialo, a principios de noviembre del ’87 Napoli estaba concentrando en un hotel de Milán para jugar contra el Como y apareció un Mercedes Benz para llevarse a Coppola a una residencia de Il Cavalieri (apodo que obtuvo en 1977 por una Órden del Mérito de la que fue desposeído en 2014 por sus acumuladas denuncias). Allí, el presidente del Milan ofertó el doble del contrato del Napoli, más casas en las zonas más caras de la ciudad, autos de lujo, lo que quisieran.

Silvio Berlusconi estaba obsesionado con incorporarlo a un proyecto que luego revolucionaría el fútbol italiano y mundial: en lo sucesivo, Milan arrasaría con todo cuanto se le pusiera enfrente. Y eso arrancó con el proceso del entrenador Arrigo Sacchi y los holandeses Marco Van Basten, Ruud Gullit y Frank Rijkaard de 1987-1991, acaso el primer “equipo-producto” de circulación planetaria. Aunque, en ese entonces, la revolución era Diego, campeón del mundo y de Italia con tan solo doce meses de diferencia. Probablemente su era cúlmine en términos de explosión deportiva y de refundación épica. Como si luego de ese paroxismo solo quedara bajar.

En simultáneo a la negociación con Berlusconi, Maradona estaba discutiendo los términos de un nuevo contrato con el Napoli. Todas las conversaciones, naturalmente, involucraban a Guillermo Coppola, su manager desde hacía dos años e interlocutor de Diego en aquello que demandara dinero.

La serie Coppola, el representante retaza esta historia desde la óptica del protagonista, a quien Juan Minujín interpreta en un momento extraño, incluso debatible hacia adentro del maradonianismo. Nunca quedó del todo claro qué fue lo que volvió inviable a la operación, aquello que trazó la curva de non ritorno. Y si Maradona se bajó primero o si fue Berlusconi quien puso el freno que no se animó a meter Enzo Ferrari cuando le pidieron una Testarosa negra porque “Diego la vuole nera”. No habían firmado un solo papel y la situación se les iba de las manos a todos.

La recreación ficcional pone a Coppola en un entrevero incómodo: se asume culpable de que se hiciera público el ofrecimiento firme de Berlusconi después de contarlo en voz alta durante una cena con su entorno en un restaurant de Nápoles. Inmediatamente después se desata una escalada de virulencia que parece incluir a la Camorra y termina con esa conferencia en la que Maradona se planta y pide que lo dejaran de joder. El resultado de eso es el cierre de la oferta.

Pueden ser gambetas del guión, por supuesto. Como el momento en el que el personaje de Minujín confiesa a una amante su propia mirada de las cosas: Berlusconi está  dispuesto a pagar cualquier millonada para convertir a Maradona en un activo más de su grupo, aunque eso lo haría prescindir de su representante. “El Tano me pega una patada en el orto y me quedo afuera de la foto. Y yo no tengo problemas, pero no va a ser por quince palitos de mierda”, dicen en la serie que dice Coppola.

Quizás, tal como auguraba su mánager, si Diego entraba al Milan… podía ser para siempre. Maradona en un equipo de excelencia, algo que —por cierto— no le terminó pasando jamás en su carrera. Probablemente un Diego más replegado y contenido, una versión futbolística aún más suprema pero al costo de moderar su intensidad fuera de la cancha. O todo lo contrario: un Maradona discutiéndole discurso a Berlusconi en público y trolleándolo ante los micrófonos tal como hizo con Ferlaino, el presidente del Napoli, pero también con Grondona y con Havelange.

Finalmente, el entuerto le permitió a Maradona mejorar las condiciones de su nuevo contrato con el Napoli: cinco millones por año hasta 1993, aunque en efecto jugó hasta 1991, cuando ocurrió el primer doping positivo y el amor napolitano ya lo había fagocitado como futbolista y como persona. Berlusconi, que lo ganaría todo (y luego lo perdería) se quedó con las ganas: "Es un arrepentimiento muy profundo, y no sólo porque Maradona fue el mejor jugador de su generación, sino porque era una persona frágil, y tal vez la disciplina y la atención de las personas que había en mi Milan lo hubieran ayudado a evitar algunos errores”, recordó hace un año, pocos meses antes de morir.

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