La noticia de la muerte de Daniel Viglietti me llega en el encuentro de Territorio y tiempo, un movimiento impulsado por artistas que a su vez impulsan a pensar la política desde el arte, y al revés, en un todo indisoluble y definitivamente urgente en estos tiempos. Tanto, que estos artistas se han alzado con un manifiesto y desde allí, como en este encuentro de ayer en la sala Caras y Caretas, instan a pensar y accionar, a debatir e intervenir, enfrentando un presente amenazante con maneras novedosas, pero recuperando las mejores tradiciones del pasado. Sobre el final de la noche cae la mala noticia y entonces el cierre es con la “Milonga de andar lejos”, improvisada a capella por Liliana Herrero y todos los que se le sumaron: “No somos los extranjeros, los extranjeros son otros. Son ellos los mercaderes, y los esclavos nosotros...”.

La noticia pronto se multiplica en las redes sociales y en el breve trayecto en subte a casa revela el carácter personal que una gran mayoría le otorga. Y si estas redes son campo fértil para el regodeo en la necrológica, en este caso el adiós viene cargado de recuerdos puntuales vividos, a partir de tal o cual canción, aquel pequeño recital o aquel estadio de los 80, ese disco que viajó al exilio, ese tema que aprendimos de chicos, sin entender del todo qué quería decir pero sospechando que algo de especial había ahí. Y así junto a las canciones desfilan biografías personales, momentos de vida transcurridos junto a esta música: la “banda sonora” de tal o cual momento. Hay nostalgia en esos recuerdos, claro. Pero en este caso el recuerdo no se agota en la nostalgia, en tanto estas canciones siguen diciendo en tiempo presente. Bien inmersas en territorio y tiempo, siguen cantando e invitando, instando e interpelando: “Yo quiero romper la vida, como cambiarla quisiera. Ayúdeme compañero; ayúdeme, no demore... Que una gota con ser poco, con otra se hace aguacero”.