1. ¿Puede nombrarse solo crueldad a estos cien días de un gobierno democrático que ha reinstalado las condiciones y las imágenes de la horrible dictadura que atravesamos hace 40 años? Sin dudas hay allí crueldad, pero ¿es este el mecanismo más restallante de lo que se pone en juego contra el otro semejante y sobre la población en su conjunto?
La crueldad es, además de una acción, una cierta estética que ya los surrealistas habían propuesto y que está también presente en el Teatro de la Crueldad de Antonin Artaud, cuyo objeto era el de fomentar una performática que produjera sorpresa e impresión a los espectadores mediante situaciones impactantes, inesperadas, intentando trasponer los límites de la escena. Sin embargo, allí, en estas experiencias, la crueldad es todavía del predominio de la representación. Si bien el tocador de Sade en “Filosofía en el tocador” promueve un escenario cuyo objetivo no solo es orgiástico sino también el de hacer del otro un objeto de goce extremo, estamos todavía en una estetización deslumbrante, arrasadora y obscena. Ambos dentro de las márgenes de una cierta literatura, de una letra que no es la sala de tortura.
2. Por contrapartida, ¿podemos nombrar sólo crueldad a este baño de realidad inevitable al que nos han sometido en estos primeros cien días de gobierno? ¿Podemos solamente proponer que esto es una moda global? Por estos días no se trata solo del retiro del Estado que promueve el Estado de Excepción, sino de una curiosa condenación de todo aquello que entendemos por lazo social y por mancomunión. Mucho de lo que habíamos rondado trabajosamente durante cuarenta años alrededor de los horrores irreparables retorna en ecos que fragmentan la experiencia cotidiana.
Esa fragmentación también acontece en el plano institucional, hacia un fenómeno ya conocido de la constitución de estados paralelos fragmentados --como ocurrió, por ejemplo, oportunamente, con los Centros Clandestinos de Detención--, quistes de poder que no son solo del sistema financiero o los endeudadores económicos seriales que vienen a saquear. No se trata solo de la sala de tortura como espacio de poder absoluto, sino que esa fragmentación estalla en los vínculos y en la mancomunión cotidiana, en las relaciones amorosas, en los lazos afectivos, en las estructuras familiares, en los colectivos sociales, en las organizaciones sindicales y en las estructuras donde desarrollamos nuestros trabajos.
3. No será solamente el latiguillo sobre el potencial predominio y la amenaza de un narcoestado, como modo de proponer y fundamentar la inervación de poderes paralelos, sino que allí tenemos una apuesta más profunda, la de la fragmentación sobre la fragmentación, la hiperfragmentación hasta la pulverización de lo que conocemos como signos comunes en los que nos reconocemos como país, en los que cada uno de nosotros nos reconocemos en este país, nuestro país Argentina. Por estos días llegan al consultorio emergentes brutales que no tienen solo que ver con la angustia o el sufrimiento psíquico, sino con un retroceso a los puntos elementales de la supervivencia, y aquella experiencia que Freud nombró como “introversión de la libido”, paralizante, ligada al duelo patológico y que por otra parte consiste en el hacerse objeto de los autorreproches.
Esta inmersión constante en la hostilización social y económica, por otra parte, mantiene la vida en el plano del estupor, una supervivencia de lo viviente, que es un punto de renegación de la experiencia humana y de la vida como experiencia que requiere de una animación, una ilusión, una multiplicación. El psicoanalista Rodolfo Iuorno lo había señalado bien en sus seis conferencias sobre autismo, “La animación de lo viviente”: “...una postergación sobre la inmediatez, posterga lo inmediatode una identificación que arrebata... inhibición sobre el movimiento que posterga una inmediatez”. No se trata solamente del trabajo que no paga las cuentas, sino de un modo de exterminar la condición humana hasta llevarla al automático de la acción - inacción catatónica. Esta experiencia fue bien señalada por Giorgio Agamben en “La Comunidad que viene” respecto del autista --idéntica referencia que utiliza Iuorno para sostener su hipótesis de trabajo--.
Por otra parte, en “Lo que queda de Auschwitz”, también de Agamben, el autor señala que el efecto de ese campo de concentración, Auschwitz y sus horrores, sigue despierto. En esos campos se reproducía esta misma lógica, la del estado de shock, la de volver al otro, objeto en la pasividad y el terror absolutos. La supervivencia extrema anula cualquier posibilidad de animación. El extremo en esos campos atestados de seres condenados a la muerte es una implantación deliberada.
Había aun una experiencia más aterradora y curiosa. Algunos dejaban de comer, de beber, de caminar, de controlar esfínteres. Renunciaban a supervivir, y parados comenzaban a balancearse al modo del reconocido rocking autista. Los propios judíos del campo, de manera peyorativa, se dirigían a aquellos que habían abandonado la vida superviviente por esa otra acción automática, afectados de una disentería del alma, los llamaban musulmanes porque así rezan los musulmanes mirando a la Meca. Como a muchos otros en los campos de concentración, la disentería y el tifus desencadenó también la muerte de Anna Frank.
Retomando, la crueldad está todavía en el plano de la representación, en el plano de la palabra, aunque pueda haber cosificación del otro, pero no de la cosa. El padecimiento hasta la organicidad a cielo abierto es del predominio de la cosa, allí ya no hay espacio para la vida humana.
4. Existen hoy en nuestro país millones de personas que están afectadas de esa disentería del alma. Quienes aún tenemos voz, aunque no sabemos por cuánto tiempo conservaremos una conciencia crítica y analítica, tenemos voz todavía y encontramos un destello entre representación y cosa --refiriendo a Foucault en “Las palabras y las cosas”--, nos obliga a mancomunarnos, a tomar posición y a despertar de los efectos de esta ciega sordera superviviente. Tenemos que promover, como lo hicieron los organismos de Derechos Humanos oportunamente, un llamado a la vida, entregándonos a la dimensión humana y a su transmisión. No es sólo interviniendo la dupla implosión - explosión que observamos en los consultorios como micropasajes al acto --en posiciones suicidas--, ni alcanzará sólo con el efecto social de reunirnos en las calles y en las plazas. Tenemos que reinventar, volver a inscribir, no solo los vínculos, sino la organización social en la cultura, que es la garantía de la existencia de una comunidad en la dimensión humana.
Cristian Rodríguez es psicoanalista. Espacio Psicoanálisis Contemporáneo (EPC).