En este momento, hay miles de seres vivos imperceptibles flotando a nuestro alrededor. Están ahí, en el aire que todo el mundo respira. Entran en los cuerpos y tal vez se queden allí para siempre. O quizás salgan a flotar otra vez. Todo el tiempo, en todos lados, hay miles de seres vivos que pertenecen a este mundo, pero que podrían ser de otro de tan extraños que resultan. Son una versión terrícola de los ovnis, de cualquier especie inventada por la literatura de ciencia ficción o de alguna película. Cómo son, qué hacen y cómo viven estos seres invisibles, es una incógnita, pero tal vez se pueda imaginar la existencia de esta especie revisitando las obras de Emilio Renart, este artista argentino que con sus esculturas y dibujos creó una producción que morfológicamente podría remitir a organismos biológicos, desconocidos, pero cercanos a nosotros.

Actualmente, en la Colección Fortabat, se puede visitar la exhibición Alienígena, que lleva el subtítulo de Emilio Renart y su práctica artística y social, una retrospectiva curada por Sebastián Vidal Mackinson en la que se abordan diferentes momentos y prácticas que tuvo este artista a lo largo de su vida. Si bien Renart se ganó su lugar en el inconsciente colectivo con su serie Integralismo: Bio-Cosmos –sobre esta serie Vidal Mackinson ya había trabajado con anterioridad, para una publicación del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires–,esta muestra avanza sobre otro corpus de obras: se incluyen numerosos dibujos, algunas pinturas y gran parte de las esculturas que hizo para sus últimas exhibiciones. Lo que se ve en la Colección Fortabat es una apertura del imaginario de Renart, con referencias a su estética más reconocida, pero también abriendo el juego a otras piezas menos pregnantes de su producción y que sin embargo marcaron el pulso de su carrera. 

Autorretrato, 1980Fotografía Otilio Moralejo


Alienígena es una muestra que busca poder dar cuenta de todas aquellas cosas que forman la obra de un artista, más allá de la propia producción material. Todo el tiempo hay referencias a este otro universo de pensamiento que tenía Renart, es decir, a todos elementos que daban forma a su obra, aunque no se tratara de piezas, sino más bien de producciones teóricas e intelectuales. Alienígena hace convivir en una misma sala todos los universos posibles que flotaron alrededor de la mente y la vida de Emilio Renart. 

Dibujo Nro. 2, 1965Fotografía Viviana Gil

En qué dirección posaba sus ojos Emilio Renart cuando caminaba por el mundo. Qué era lo que le llamaba la atención. A dónde dirigía la mirada. Cuáles eran los detalles de este mundo que lo imantaban. Qué tanto podía ver. Hasta qué distancia. Con qué grado de detalle. 

Enfrentarse a las obras de este artista es como sentarse a mirar por un microscopio: al observar se abre un mundo nuevo, lleno de formas y colores que no pueden ser vistos sin esa ayuda técnica. Con sus obras, Renart tenía la capacidad de hacer un súper zoom del medio ambiente. Morfológicamente, muchas de sus obras –sobre todo los dibujos, tanto los de la década del 60, como los del 70– remiten a un universo vivo y microscópico. La curioso de esto es que las obras de Renart podrían ser algo, a la vez de que podrían ser nada. Es decir, si se observan los dibujos incluidos en Alienígena, se puede especular con que remiten a algún tipo de organismo celular, pero también se puede pensar que son meras abstracciones que refieren a la nada misma o que simplemente dialogan entre sí por cuestiones formales –colores, técnicas, materiales–. 

Lo que hay alrededor de Renart es una ambigüedad permanente. Por un lado, la mayoría de las obras que integran esta exhibición pueden remitir algo natural, biológico, rápidamente identificable. Pero por otro lado, esas mismas figuras que hay en algunos de los dibujos pueden enrarecerse rápidamente para dejar de ser un puñado de células y transformarse en una oruga o incluso en muchas otras múltiples imágenes. Es curioso que esta multiplicidad de lecturas esté vinculada a una obra como la de Renart, siendo que él fue un artista que trató de darle un marco muy específico a su producción: pensó ideas, desarrolló conceptos y todo un artefacto alrededor de su trabajo para que, tal vez, no puedan darse otras lecturas por fuera de las que él propuso. Sin embargo, lo que una obra genera cuando sale del taller es algo francamente incontrolable.

Anverso - Reverso, 1977Fotografía Pablo MehannaPasaron varias décadas desde que estas obras fueron hechas y ahora. En este contexto, esta ambigüedad que presenta la producción de Renart –sobre todo las decenas de esculturas que integran la serie Multimágenes– habilita la pregunta por los sistemas de significación de las obras. En la era de Internet y los tags y los hashtag y los sinfines de categorías posibles, parecería ser que hoy ya no hay lugar para las cosas poco definidas o poco claras: no hay espacio para los tibios, ni tampoco para las dudas. La producción artística se acopla a esta lógica y todo significa algo específico, todo tiene su statement, todo remite a un tema en particular y las obras y las exhibiciones se presentan como producciones culturales cuyo sentido es cerrado: es lo que dijo que era, lo que el curador planteó, lo que el artista definió. Sin embargo, nada más ambiguo y abierto de sentido que una obra de arte. Este juego que propone Renart en donde no queda claro si una escultura muestra un par de testículos o unos huevos extraterrestres, hace eco en el mundo de hoy y refleja la tensión que atraviesan las prácticas artísticas contemporáneas.  

Ante el avance de lecturas totalizadoras, discursos mesiánicos, posturas inamovibles y certezas dolarizadas, revistar la obra de Renart sirve para fugarse de esa lógica. Es una manera de escaparse por la tangente para entender que no todo es lo que parece. Que hasta en las formas más acabadas, hay fallas, grietas, dudas e incertezas.

Sin título, 1977Fotografía Fabián Cañás


A lo largo de toda su vida Emilio Renart empleó distintos materiales para llevar a cabo sus trabajos. Parte de su proceso de producción incluía la combinación y experimentación de elementos orgánicos con otros industriales. Ya en sus primeras producciones había arena, pintura, barniz y yeso. Un ejemplo de esto son los “paisajes lunares”, una serie de obras realizadas a comienzos de la década que intentaban dar cuenta de la apariencia del cosmos. Lo más llamativo de esta serie es que parecerían estar hechas de metal, más bien de una chapa oxidada, de esas que en la mano de un niño se traducen en una dosis de vacuna antitetánica.  

El interés por la combinación de diferentes elementos para dar forma a sus obras se mantuvo hasta el final de su producción. Alienígena repone la mayoría de las esculturas que integraron Multimágenes, la última serie en la que trabajó Renart, caracterizada por incluir decenas de piezas de no más de 25 centímetros. En total creó 120 obras, de las cuales 99 se reunieron para esta exposición en la Colección Fortabat. Todas estas esculturas fueron hechas con materiales que se pueden catalogar como “menores”: madera, papel, hierro, resina. No hubo en la selección del artista ningún tipo de elemento que refiera a un universo lujoso. En estas pequeñas esculturas no hay oro, ni plata, ni nada que se le parezca. Casi que ni siquiera hay brillo.  

Multimágenes, 1988-89Fotografía Pablo Mehanna

Las decisiones formales que tomó Renart hacia el final de su carrera, las que dieron origen a estas esculturas que se mostraron originalmente en muestras que realizó en las galerías Arte Nuevo y Ruth Benzacar –entre los años 1979 y 1989–, marcan un diálogo con esta tradición argentina de producir con lo que se tiene a mano y que, generalmente, se trata de hacer con materiales no muy top. Sin embargo, es esa escasez, esa limitación, la que activa la creatividad en la escena local. A pesar de la ausencia de rubíes y zafiros, Renart dio origen a toda una variedad de esculturas que llenaron a la serie Multimágenes de obras muy heterogéneas que ampliaron la imaginería de este artista: hay figuras humanas, mecánicas, rupestres, biológicas, esotéricas, bélicas. Hay de todo. 

Pero lo más importante de esta serie es, tal vez, lo que Renart advirtió al hacerla con esos materiales: que el arte argentino está más cerca de ser cartón pintado, que una piedra preciosa.  

Alienígena se puede visitar de jueves a domingo, de 12 a 20, en la Colección Fortabat, Olga Cossettini 141. Entrada: $3000.