El Bafici que comienza el próximo miércoles 17 se enorgullece –con toda justicia- de contar en su programación con el estreno mundial de más de cien películas argentinas, entre cortos, medios y largometrajes, que participan de sus distintas competencias y secciones, incluidas las funciones de apertura y clausura. Es sin duda un número muy importante, que llamaría la atención en cualquier festival internacional acerca de la capacidad de producción de un cine nacional.
Cualquiera diría -si no conociera el contexto- que se trata de un momento extraordinario para el cine local, en el esplendor de sus capacidades y en plena expansión. Sin embargo, sucede todo lo contrario: como es bien sabido, hoy el cine argentino está completamente paralizado por decisión política del gobierno de Javier Milei, el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) se desentiende de sus funciones específicas de fomento al cine nacional y ese número impactante que refleja el Bafici corresponde a la dinámica de producción de los años anteriores, que recién ahora comienza a ver la luz en estos primeros meses del 2024, como ya sucedió en la Berlinale de febrero pasado, donde el cine argentino fue el de mayor representación de América latina y donde fue premiado con el Oso de Oro al mejor cortometraje, por Un movimiento extraño, de Francisco Lezama.
Las principales publicaciones de cine de todo el mundo, desde las revistas europeas Cahiers du Cinéma, Sight & Sound y Sofilm, pasando por los portales especializados de Hollywood como Variety, Hollywood Reporter y Deadline, han venido dando cuenta en estos meses de los constantes ataques y recortes al cine argentino. Las cartas de apoyo y solidaridad internacional con el cine nacional se han multiplicado en distintos ámbitos (el cine francés lo hizo la semana pasada con un texto titulado “Le cinéma argentin est au bord du précipice”, firmado por más de un centenar de los principales referentes del medio) y los directores de algunos de los principales festivales del mundo, como José Luis Rebordinos de San Sebastián y Thierry Frémaux de Cannes, no dejan de manifestar públicamente su indignación y su perplejidad frente al deliberado intento de destrucción del cine argentino.
Sin embargo, aquí el Bafici guarda un sospechoso silencio al respecto, como si el problema le fuera ajeno y lejano. Como desde hace 25 años, la mayoría de las películas que exhibirá ahora el Bafici cuentan, de una u otra manera, con apoyos del Incaa y/o del Fondo Nacional de las Artes (hoy acéfalo y también paralizado), mientras el festival porteño mira para otro lado y no dice nada al respecto. De las charlas, presentaciones y mesas de diálogo que están anunciadas, no hay ni una sola que esté dedicada específicamente al tema, como si no existiera.
Si la administración actual tiene paralizado el Incaa desde su asunción, hace 120 días, y acaba de anunciar la suspensión de proyectos por otros 90, por lo menos, el Bafici debería empezar a preocuparse por su programación del año que viene. ¿Cuántas películas argentinas podrá presentar en el 2025 si la producción hoy está completamente detenida? Con los despidos y recortes en marcha, ¿existirá todavía el Gaumont que administra el Incaa y en esta edición presta dos de sus salas, entre ellas la de mayor capacidad con que cuenta hoy el Bafici? ¿El festival porteño no tiene siquiera una palabra de solidaridad para con su par, el Festival de Mar del Plata, que ha quedado a la deriva, aferrado apenas a la improvisación del intendente de esa ciudad, Guillermo Montenegro, que llegó a decir sin sonrojarse que imagina “un festival Netflix”?
Si el Bafici no piensa pronunciarse sobre ninguno de estos temas, deberá ser la gente de cine -directores, productores, actores, técnicos, periodistas, espectadores- quienes tomen la palabra, no sólo en las presentaciones de sus estrenos, sino también en el Punto de Encuentro del Teatro San Martín o en la puerta del cine Gaumont, allí mismo donde la Policía de la Ciudad (la misma Ciudad que organiza el Bafici) reprimió a realizadores y estudiantes de cine el 14 de marzo pasado. El Bafici, no lo olvidemos, es un festival público y es lícito que se convierta -en esta edición más que en ninguna otra de sus 25 años de historia- en una tribuna abierta a debates y asambleas sobre el presente y el futuro del cine argentino.