A Jorge Isaías in memoriam

Juré que nunca lo haría y aquí estoy, hojeando papeles viejos. Sabe a decadencia revisar la vida por escrito, pero en eso estamos. Obvio que hay excusas para la abdicación, ellas son, cómo no podía ser de otra manera, las del inicio de mis obligaciones docentes. Y entre copias y apuntes -escritos con tinta apenas perceptible- encuentro un texto que entraña una historia olvidada, recuperada casi al tacto. Habla sobre una acreditación académica, de hace demasiados años.

Conjugar un tema de interés personal con la pertinencia del mismo en la academia, es un problema. Máxime cuando uno se ufana de lecturas heteróclitas, que pueden ir de la revista Goles de principio de los ochenta, a la Teoría marxista de la literatura de Helga Gallas. Y en eso estaba, acababa de leer Burguesía y gansterismo en el deporte, seguido de Fútbol, la dinámica de lo impensado, del extraordinario periodista Dante Panzeri. Dos libros -editados por la vieja Paidos de tapas blandas- que por esos años, me habían volado la mente. ¡Y para no! El pelado hacía gala de un virtuosismo hipercrítico poco común en la era de la masividad del deporte, sobre todo la del fútbol. Pero la carrera se llamaba Letras, y a pesar de urdir sobre las estructuras gramaticales del periodista, sus proyecciones discursivas, o las relaciones directas o indirectas con el mundo de las ideas, no me daba para una escritura bajo los preceptos de la investigación literaria. Al socorro y en su carácter de profesor/tutor, acudió en mi ayuda Jorge Isaías.

“El tigre” o “El taiguer”, como lo llamaban sus amigos generacionales -siempre imaginé al Rosario setentista como una gran fauna, dado los sobrenombres de sus conspicuos-, me acerca una sugerencia, razonada, pensada de una manera que hoy podríamos denominar “de un cierto pragmatismo”. Atendiendo a las urgencias del caso, a lo “medio verde” que era entonces, y a la coyuntura del país -hacía poco habíamos atravesado el 2001 -, me propone, contra sus preceptos ideológicos –no estéticos-, que le entre a Radiografía de la Pampa, de otro pelado, Ezequiel Martínez Estrada. Y salió tesina. Hoy la vuelvo a tener entre mis manos, ya con páginas grises, frente a otro momento crítico de nuestra Argentina.

Pero lo que atesoro en la memoria, son los momentos de discusión y puesta a punto del texto. Diestro en los detalles, no dejaba de señalarme “perlitas” Isaías, el maestro de San José de la Esquina: su simbiosis con Sarmiento, el autodidactismo, sentirse como dijo Orgambide, “un puritano en un burdel”; pero ante todo repetía lo gran poeta que era, e insistía sobre un poema en particular, denominado “El mate”.

Al nombre lo tenía de mentas, de manuales de secundaria. Pero la insistencia de Jorge hizo que recurriera a sus versos, tanto, que hoy puedo recitarlo casi de memoria. La idea general del poema es la descripción de la propia pareja, la consumada por el poeta y la artista plástica italiana Agustina Morriconi. Sin hijos y con la reciente pérdida de “un amigo ejemplar”, el cual presumí siempre que era Horacio Quiroga, pero no me dan los números. De todas maneras, la tensión es siempre la idea de la mutación del amor, de pasión en amistad: Llevamos siete años / de vida conyugal/ y nuestro amor reclina/ su frente en la amistad. / De los viejos proyectos/ casi no hablamos más; / hay algo que nos dice/ de un fracaso brutal. / Nos miramos con pena/ durmiendo sin soñar; / nos ha engañado el sueño, / ya no soñamos más. / De ti a mí, mano a mano, / el mate viene y va…

 

Hacia la curva del año pasado, cuando recibo la noticia del fallecimiento de Jorge Isaías en la voz del maestro Roberto Retamoso, se aglutinaron en mí una serie de recuerdos, tantos, que de a pocos se dosifican en una cierta expresión. Una voz tartamuda, tal como lo señaló Roberto García, que no alcanza a explicar la extraordinaria deuda con el tigre de Los Quirquinchos. Deuda que quiero devolver, y aún estoy buscando la forma.