Todo se contamina. La actriz que se cuela en sus libros y la escritora que aparece en el escenario. La chilena Nona Fernández, la misma persona que sondea las caligrafías del cuerpo y de la palabra, ganó el premio Sor Juana Inés de la Cruz, que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), con La dimensión desconocida (Literatura Random House), “novela que se alza como un ejemplo de los múltiples procedimientos con que las escritoras de Hispanoamérica exploran nuevas rutas para la narrativa contemporánea”, destacó el jurado integrado por Daniel Centeno (Venezuela), Cristina Rivera Garza (México) y Eduardo Antonio Parra (México). “A medio camino entre el periodismo, la literatura y el diario personal”, la novela premiada “consigue mostrar las emociones de toda una nación con respecto a un pasado negro y acaso vergonzoso”, agregó el jurado del premio, dotado de 10.000 dólares, que reconoce el trabajo literario de las mujeres en el mundo hispano. Fernández, que combina poesía, escritura epistolar y una narración sin límites entre lo real y lo imaginario, hilvana un diálogo con “el hombre que torturaba”, Andrés Valenzuela, el temido “Papudo”, miembro de la Dirección de Inteligencia de la Fuerza Aérea de Chile (FACH), que en 1984 confesó sus crímenes a la entonces joven periodista Mónica González de la revista Cauce.
Fernández (Santiago de Chile, 1971) ha publicado los cuentos El cielo (2000) y las novelas Mapocho (2002), Av. 10 de Julio Huamachuco (2007) –ambas ganadoras del Premio Municipal de Literatura–; Fuenzalida (2012), Space Invaders (2013) y Chilean Electric (2015). “Mi trabajo pretende ir iluminando la historia reciente de mi país. Pasa por mi propia mirada, por mi propia biografía. Lo que he intentado es hacer un viaje hacia la memoria, intentar despercudir la memoria, una memoria que es muy colectiva y personal, y que me he dado cuenta con el tiempo que es una memoria mentirosa, que es imposible de asir, que es imposible de establecer. Una memoria que es como un palimpsesto que se va armando de muchas historias, de muchas memorias colectivas –explica la escritora chilena–. He ido recogiendo historias que han quedado sepultadas, ocultas, desenfocadas en la gran historia de mi país de los años de la dictadura. Esas historias de alguna manera me han recompuesto a mí misma. Al instalarme en el lugar de la creación he intentado ir hacia atrás para poder ver qué era lo que pasaba, escarbar en mis propios recuerdos, en los recuerdos de mis cercanos y de mi propio país para poder saber qué fue lo que pasó, y entendiendo el contexto histórico también comencé a entenderme yo misma”.
En Space Invaders, novela publicada en Argentina por Eterna Cadencia, la historia pivotea sobre Estrella González, hija del ex agente de la Dirección de Comunicación de Carabineros (Dicomcar), Guillermo González Betancourt, condenado a perpetua por el secuestro y degollamiento de tres militantes comunistas, José Manuel Parada, Santiago Nattino y Manuel Guerrero, el 29 de marzo de 1985. La obsesión de Fernández se condensa en lo que ella denomina “la generación guacha”, niños y adolescentes en la larga dictadura pinochetista que fueron testigos conscientes del horror, protagonistas marcados subjetivamente por la biopolítica militar. Ella se inscribe, sin vacilar, dentro de esa generación. “Históricamente somos los nacidos en dictadura en tiempos en que la generación de nuestros padres estaban con la cabeza en otra parte, algunos en shock, algunos muy golpeados por las pérdidas, algunos muy ocupados intentando resistir, otros definitivamente no estaban, los habían matado, y otros, los más, un poco locos de miedo, de ceguera, de tontera y estupidez, entonces nuestros padres nunca fueron buenos interlocutores a la hora de dar explicaciones o de narrar lo que ocurría”, plantea la escritora chilena que fue elegida por la FIL como uno de los 25 Secretos Mejor Guardados de América Latina en 2011. “Siento que crecimos un poco perdidos en el espacio, desconcertados, sin comprender del todo lo que pasaba a nuestro alrededor, con preguntas atragantadas y enigmas sin resolver. Había atentados, muertos, matanzas, desapariciones, marchas, protestas, velatones, y todo iba configurando un puzle oscuro difícil de resolver –advierte–. Cuando llegó la democracia pensamos que todo se aclararía, pero no fue así. Muchas preguntas se quedaron sin respuestas y el puzle seguía ahí, lleno de acertijos”.
La autora de las obras de teatro El taller y Liceo de niñas, ambas estrenadas por su compañía La Pieza Oscura, no deja de interrogar el pasado. “Creo que a mi generación le toca hacer el trabajo de ficcionalizar, de apropiarse de los hechos, de pasarlos por nosotros, sacarlos de la oficialidad y el museo e instalarlos en ese inconsciente colectivo donde los pedacitos se vuelven un todo más complejo y poderoso. De ahí mi interés de trabajar siempre sobre hechos reales”.