Soplan vientos de cambio en Asterisco, y no precisamente los que en 1990 pronosticaban los pelilargos de Scorpions. Las modificaciones para la cuarta edición del Festival Internacional de Cine Lgbtiq –que esta noche enciende proyectores con la chilena RIU, lo que cuentan los cantos– empiezan en la parte superior del organigrama, con el crítico y periodista Diego Trerotola reemplazando en la dirección artística a Albertina Carri, quien se mantiene en el equipo de programación junto Fernando Martín Peña, el mencionado Trerotola y el recientemente incorporado Leandro Listorti. Y siguen en una coyuntura social, política y económica muy distinta a la que en 2014 sirvió de caldo de cultivo para un evento en cuyo ADN está la lucha por la identidad y las libertades sexuales y de género. “Este año contamos con menos apoyo de los organismos del Estado y tuvimos que encontrar formas de financiarlo a través de embajadas o grupo culturales. Eso hace que Asterisco haya tenido que repensarse, volverse más independiente. Siento que en cierto punto es un festival asentado porque repetimos cosas que nos gustan, pero también que lo hicimos recalculando el camino todo el tiempo”, afirma el director artístico ante PáginaI12.
–¿Por dónde pasan los desafíos ahora?
–Asterisco es un espacio donde hablamos de cine y al mismo tiempo visibilizamos un montón de conflictos, un lugar de resistencia que propone voces que no están circulando ni son acompañadas por el Estado. El retroceso que quiere dar Monseñor Aguer (actual arzobispo de La Plata) con la idea de no enseñar ni hablar de homosexualidad en las escuelas, la detención de dos chicas por besarse en la estación Constitución… Hay una amenaza desde el presente hacia todo lo que se conquistó en la agenda pública. Tenemos que repensar cómo seguir resistiendo a esas distintas formas de opresión. No es casual que haya más documentales sobre personas que viven de una forma muy precaria o sobre el sentido de resistencia que puede haber en los afectos, en lo comunitario o en la creación. Muchas de esas películas tratan sobre cierta marginalidad social y económica de personas del colectivo Lgbtiq. Salir del gay de clase media que consume cultura del centro es romper con una estampa del neoliberalismo. Una buena parte de la programación trata de correrse de esa mirada, y eso es también una forma de resistir.
–Los festivales temáticos conviven con la posibilidad de quedar encasillados en propuestas para un determinado nicho. ¿Cómo se hace para tratar de abarcar la mayor cantidad de públicos posibles sin perder la esencia?
–Hay una trampa en la idea de hacer un festival para un “otro” que no sea parte del mundo Lgbtiq… Tanto yo como el resto de los programadores somos, si se quiere, bastante punks y anarquistas a la hora de pensar la programación y el cine en general. Los ciclos de Peña en el programa Filmoteca parecen concebidos por cuatro cerebros distintos. Lo mismo con los trabajos de Albertina Carri: cortos, medios, largos, series; ficciones, documentales, ensayos… No creo que tendamos a una cultura elitista o de ghetto básicamente porque incluimos tanto películas de género como experimentales y abstractas. Nuestras cinefilias son descentradas, con múltiples intereses. Hay una voluntad de escapar de un lugar disciplinario, a esa idea de que ser gay es ser tal cosa o hacer tal otra. No queremos que el festival sea para un grupo.
Pensar a fondo
Los vientos, sin embargo, no alcanzaron el núcleo esencial de Asterisco: visibilizar las preocupaciones e intereses relacionados con la identidad de género y la diversidad sexual mediante películas desmarcadas de los vicios recurrentes de la representación audiovisual del colectivo. Habrá más de un centenar de títulos, entre cortos, medios y largos, entre documentales, ficciones y cuanto punto medio exista, que se proyectarán desde el miércoles y hasta el próximo domingo en el Malba (Figueroa Alcorta 3415), el Espacio Cine.Ar Gaumont (Rivadavia 1635) y los auditorios de la Enerc (Moreno 1199) y la FUC (Pasaje J. M. Giuffra 330). A diferencia de las primeras ediciones, donde las películas internacionales eran abrumadora mayoría, en la de 2017 hay un buen número de producciones nacionales, en su mayoría documentales. “En las dos primeras ediciones nos costó un montón conseguir al menos una película argentina para la Competencia Internacional. De hecho, en un momento nos planteamos la posibilidad de no incluir ninguna porque no encontrábamos nada con un grado de exploración cinematográfica sobre la temática. Pero en los últimos años aparecieron muchas y no podíamos decidirnos por ninguna”, recuerda Trorotola.
Tanto así que por segundo año consecutivo la Competencia de Largometrajes estará reservada exclusivamente a realizaciones locales, desplazando a las extranjeras a la competencia de cortos o al apartado no competitivo La piel que habito. El director artístico explica: “Volvimos a incluir la Competencia Argentina porque nos parece que hay que celebrar que se esté haciendo este tipo de cine ahora. Son películas que no podemos dejar afuera de una sección central. También es importante que haya dos coproducciones, una con Paraguay y otra con Colombia, que pongan en el mapa de Latinoamérica lo que está pasando en la Argentina. El efecto de réplica de las leyes de Matrimonio Igualitario y de Identidad de género aparece ahora volcado al documental”.
–En ese sentido, el primer festival fue en 2014, con los ecos de esas leyes todavía resonando…
–Sí, creo que después de las leyes muchos se preguntaron qué pasó antes, cómo terminamos teniendo normas de vanguardia, y descubrieron que hubo muchas personas de vanguardia que se jugaron en ese sentido. Se empezó a pensar el camino que llevó a las leyes que conseguimos y que tenemos que seguir defendiendo.
–Un rasgo particular de la Competencia Argentina son los títulos que abordan las historias de esos personajes “vanguardia” que usted menciona…
–La diversidad sexual en el cine fue tratada históricamente desde la ficción. Es un fenómeno muy reciente que haya tanto material documental que indague con profundidad en la vida de personas muy singulares. Creo que es tiempo de pensar más a fondo la cuestión. Por ejemplo, damos Amor a paso gigante, un documental sobre Mariela Muñoz, una madre trans muy mediática en algunos momentos de su vida y que murió hace poco. La película ilumina aristas que nunca se habían abordado, se desmarca de cómo los medios ven a las personas trans y es totalmente anti reality porque no tiene ese intimismo medio show. Hace todo lo contrario dándole una dimensión muy política a la realidad. Pasa lo mismo con Rómulo, sobre una pareja de ex internos del Borda activistas de la anti psiquiatría y la desmanicomialización. Son personajes con una dimensión que pocas veces los documentales retratan. Es algo muy distinto a lo que venimos viendo porque rompe con el modelo de retratar al “gay positivo”, de buscar una figura de gay feliz y bueno.
–Uno de los invitados de esta edición es Lionel Soukaz, cuyo cine usted lo describe en el catálogo como “subversivo, impetuoso, enérgico, libertario y experimental”. ¿Cuál su importancia histórica dentro del panorama Lgbtiq?
–Soukaz es interesante porque sigue resistiendo desde lo underground, que fue donde empezó. Es un pionero real del cine militante homosexual de los ‘70, un tipo muy resistido y prohibido en Francia que hizo muchas películas como respuesta a la censura. Se articuló con todo un movimiento intelectual y artístico en Francia, y sus películas son estructuralmente revolucionarias, con la mezcla entre el ensayo, la ficción y el documental. Es un cineasta que desencaja todo el tiempo.
–Y era muy amigo del historietista y escritor Copi….
–Sí, a Copi no le gustaba actuar y sin embargo participó en películas de Soukaz. Tenían esa especie de mirada cómplice, informal y revolucionaria, pero también gozosa y divertida. Uno de los cortos que damos se llama Copi Je t’m, que es una suerte de réquiem tanguero que Soukaz hizo con descartes de películas después de la muerte de Copi. También damos IXE, que se filmó en 1980 pero se hizo desde los 70 y prefigura lo fastidioso que sería el “gay chic” de los 80. Es una película fronteriza muy interesante. Fronteriza en un sentido radical porque todo el tiempo hay dos imágenes en la pantalla dividida. Es un juego muy cinematográfico.
–Usted menciona los 70 y los 80, y hay varias películas en esta edición que abordan ese período.
–Lo que pasa es que son años de tensión en los que aparecen dos modelos. En los 80 empieza a darse una mirada políticamente correcta donde lo gay se vuelve asimilacionista y se mete en el mercado. El neoliberalismo se lo apropia, pero todavía está el gay revolucionario de los 70 que se fastidia con ese cambio de paradigma. Me parece que el festival se inscribe desde un lado de juego en esa pantalla dividida de Soukaz de lo revolucionario y lo pop, pensando que se puede hacer un arte pop desde una visión corrosiva, desobediente, disidente y crítica. La sección Monstruos homoeróticos es un poco eso, películas de género e industriales que se mueven en la ambigüedad de demonizar la diversidad pero al mismo tiempo se fascinan con ella, que se pensaron como homofóbicas y mostraban lo gay como monstruoso. Nosotros las pasamos desde un lugar de reivindicación de esa identidad “monstruosa”. El festival está un poco en ese lugar de “monstruo pop”.
–La piel que habito es un apartado con varias producciones internacionales contemporáneas. ¿Qué tendencias se pueden desprender de títulos de esta sección?
–Hay algo de la tendencia al pos porno. Está por ejemplo Bruce LaBruce, que podríamos decir que ya hace anarco-porno: Ulrike’s Brain es sobre una mujer que intenta insertar el cerebro de un anarquista en otro cuerpo. Un delirio, anarquía literal. Después hay películas que tratan de desarticular las políticas institucionales para pensar la sexualidad, la orientación y la identidad de género. En ese sentido creo que son anarco-porno: tratan de salir del falocentrismo del porno industrial, que es de alguna manera un lugar del capitalismo, y mostrar otras cosas. Para nosotros también es importante seguir el pulso de los derechos humanos relacionados con la diversidad sexual, sobre todo porque la Argentina tiene leyes pioneras que debemos pensar en un contexto mundial.