En abril de 1998, George Michael fue arrestado por conducta indecente en un baño público en Los Ángeles, California, después de ser descubierto por un policía encubierto en un "glory hole". El incidente recibió amplia cobertura mediática — el diario The Sun’s publicaría la infame tapa “Zip Me Up Before You Go Go”, que se traduce a “Cerrame el cierre antes de que te vayas” en un juego con la célebre canción—y Michael se declaró culpable, siendo multado y sentenciado a trabajos comunitarios. Este suceso se considera como un punto de inflexión en su carrera y su salud mental, sumándose a otros problemas personales como la reciente pérdida de su madre y la muerte de su pareja por causas relacionadas con el VIH.
Más de un cuarto de siglo más tarde, en otras latitudes y en baños menos glamorosos que los de Beverly Hills, las preguntas por el morbo, las posibilidades, el consentimiento y la seguridad parecieran no pasar por los pequeños agujeros que el pánico moral —proveniente, trágicamente, de las generaciones más jóvenes en redes sociales— nos conceden.
¿Por qué un baño? El Meet Cute
En el baño del Coto de Lanús caben todos nuestros mundos: los baños, las plazas, los cines, los cybers, los spas. Porque todos los espacios son potencialmente nuestros, porque ninguno lo es en realidad. La denuncia por acoso (penal y en redes) que un usuario de Twitter hizo en relación a una situación de cruising llevó a tontas y locas a sobreeexplicar el aspecto histórico de la práctica —que viene desde mucho antes del joven de 19 años al que se denuncia e incluso antes que el cantante de Wham!— pero también el elemento de anonimato que permite que esta práctica sea segura y posible para muchas personas.
¿Son la resignación histórica y el anonimato los únicos elementos posibles para pensar/debatir/defender/cuestionar el cruising? ¿Por qué un nativo digital prefiere un baño “sucio” y “lleno de mosquitos”, como describe el denunciante, y no crearse un perfil sin foto en Grindr? Joel, de 22 años, quien vive ahora en La Plata pero vivió gran parte de su vida en un pueblo de 7 cuadras de largo por 4 de ancho, dice: “Hay algo ahí de la espontaneidad, muy Cris Morena, que en algún punto yo lo buscaba en torno al amor romántico y después me di cuenta de que no lo iba a encontrar tan fácil por ahí, pero en estas escenas de homosocialización sí”.
Se trata de poder encontrar ahí cualquier cosa, como en un “Kinder Sorpresa”, dice Joel. Les que llevan adelante esta práctica son personajes variopintos en los que se incluyen “conocidos de la militancia o espacios más mostri-disidentes, como también gente que ni te cruzás por la calle”. “Desconocidos que no sabés si son putos o con novia y gente que te das cuenta de que están muy alejados de todo lo que va a tener que ver con los putos más allá del uso de los putos”, cuenta en base a sus propias experiencias de yire. En algún punto, todes están invitades ahí, a tomar el té, pero, como en la canción de Walsh, los involucrados no hacen lo que se espera de elles.
La espontaneidad de la que habla Joel no se aleja del meet cute clásico de las comedias románticas, ese momento en el que los protagonistas se encuentran por primera vez en alguna situación que irrumpe con su cotidiano. Pero tampoco se aleja de eso que Ilsa Wolf, curadora, investigadora y dj que que se especializa en erotismo y cine experimental, describe de las películas de porno experimental de los 70, donde muchas de esas películas contaban con larguísimas escenas de cruce de miradas, de mostrar la situación donde estaban los personajes (el club, la playa, la ciudad, el bosque), porque la búsqueda, además de calentar, era ver el sexo con un erotismo mucho más allá de lo carnal.
Lucas Díaz Ledesma es doctor en Comunicación Social y participa del proyecto de investigación “Cero Plumas”, sobre las dinámicas de homosociabilidad en Grindr. Él identifica tres aspectos a tener en cuenta sobre el yire, las teteras y los GHs. El primero, “transgredir la norma, que alguien desee descarnada y lascivamente tus genitales”; el segundo, “una especie de sexualidad evacuativa, que no tiene ningún intercambio de lenguaje oral, al menos, aunque sí corporal” y tercero que “en la tetera estás con personas que quizás en la aplicación no estarías, pero que en la escena del morbo sí”.
“Lo luminoso de todo lo truculento o de todo lo despectivo que quieras de la sexualidad en esos lugares es que son los únicos lugares que les queda también a las personas abyectas, llámese travas y llámese mariconas, feas, gordas, tapadas”, reflexiona.
Hablar de morbo
Cuesta pensar, empero, en que esto haya sido una comedia romántica o verle fácilmente un lado luminoso. Pensarlo en clave morbo parece más pertinente. Gael Policano Rossi es poeta, escritor y sus novelas porno Gualicho y Machito, publicadas por la editorial Blatt & Ríos, cuentan numerosas escenas de cruising. Eran fundamentales para el relato de sus historias. En Gualicho porque “no hay nada más claro que un bosque de hombres desnudos en el medio de la ciudad, casi de cuento de fábulas, como el lobo de Caperucita Roja, para lo que el personaje está viviendo que es una situación de realismo mágico”. En Machito, “porque es sobre aprender a ser un macho y para eso hay que hacer las cosas que hacen los hombres activos, entonces este personaje tiene que vivir en su cuerpo un levante callejero”.
Rossi dice que para describir una escena de cruising hay que ser cuidado, no realista. No se describe lo que en X se intentó sobreexplicar: la oscuridad, el secretismo, el peligro, el anonimato. No. Gael usa la parcialidad de los cuerpos. “Esos personajes no tienen nombre, pero tienen tienen autoridad de personaje porque uno se llama Arito, Gorrita, Martillo (porque tiene la pija como un martillo). Es un cuerpo parcial. Apenas unas rodillas, una pierna, unos huevos, una pija y no ves mucho más y no hay mucho más para ver”.
“El protagonista está llevando un pedazo de su cuerpo. Eso es lo excitante y lo peligroso a la vez, porque esa es la gracia: que el personaje no tiene miedo de estar haciendo lo que hace, eso es lo que lo vuelve todavía más audaz. El lector está tranquilo en su casa y puede darse el lujo de pensar lo que está haciendo, no el cuerpo que está re caliente: si hay que seguir caminando a gatas por el barro no importa”, dice Gael a lo que podemos agregar que si se está en un baño sucio y con mosquitos, tampoco importa.
Lo que lleva al espanto esta situación es, en definitiva, un cuerpo parcializado. El que recibe la denuncia, sin embargo, es la persona de cuerpo entero, porque son los cuerpos enteros los que dan o reciben, en última instancia, el consentimiento.
Teteras de porcelana y lo frágil del consentimiento
Ledesma es crítico: “Siento que la retórica feminista que usó mucho este chico trans hace ruido porque nos pone necesariamente en dos posiciones: un victimario y una víctima. Entonces yo entiendo las prácticas de abyección y biopolíticas de la homosocialización (de las que también forman parte las personas trans y disidentes), pero creo que tenemos que crear nuevas herramientas, conceptos, categorías o nociones para describir, analizar e interpretar lo que nos pasa en la práctica sexual”.
“Todo esto me recuerda a esa frase de Virginie Despentes con la que titula uno de los capítulos de Teoría King King—dice Policano Rossi— No se puede violar a una mujer tan viciosa, de igual modo no se puede castrar un puto tan promiscuo. No hay cómo”. Es que la propuesta de Despentes es esa: dejar en evidencia que algunas identidades sólo se validan en tanto víctimas dóciles y que al apropiarse de aquellos elementos prohibidos —llámase goce, llámase cruising— se convierten en monstruos devora ciudades. Mucho se habló de las pijas de los “pervertidos” que aparecen de la nada, pero no hay menciones a aquellos que con sus bocas esperan del otro lado. También se habló en tono maravilloso de las teteras, sin ver que tal vez, no sean más que de una frágil porcelana que se rompe con la mirada ajena.
Gael menciona códigos que mutan de lugar y generación en la cultura gay. En qué brazo está tu cadenita, en qué oreja el arito o el color del suspensor (en ambientes más “entendidos”) pero también los handkerchief de Nueva York o los puchos a medio apagar en los shoppings de Paraguay (cuando se trata de la vía pública). Códigos que te hacen entender que del otro lado hay un otro que busca lo mismo. “En mis años de experiencia en lugares de cruising o con GH (todos muy urbanos y muy limpios y cuidados, debo decir) nunca nada pasó sin tener una confirmación de que había onda”, dice y agrega: “Por ejemplo, meten los dedos en el GH y vos le tenés que saludar con dos, tres deditos por el agujerito como que te das la manito. Hola, hola, ¿cómo estás?". Gael entiende que el mundo tetera pueda parecer sobrecodificado, pero que no es una ciencia.
Preguntado por situaciones violentas en el yire, Joel explica que a veces es difícil sentirse violentado en entornos como la homosociabilidad donde se viven demasiadas situaciones que rozan los límites. De todas formas, lo único que identifica son “cargosos”: sujetos desubicados que no entienden que no se pueden sumar a lo que está pasando y se quedan ahí o mirando desde lejos. “Me gustaría saber cómo hacerle frente a esos casos de la mejor manera pero es una cosa espontánea donde literalmente lo que tenés para eso es eso: No, y listo”.
Esta categoría cargoso, o incluso la de desubicado recuerda al libro de ensayos de Melissa Febos, Nena. Allí la autora se pregunta por la posibilidad de pensar experiencias sexuales en la gama de los grises del abuso sin caer en la palabra “trauma” pero sin dejar de decir que deben ser evitados. Situaciones muy complejas, palabras poco abarcativas.
Sobretodo largo hasta los pies
De todas formas, en los tuits no se habla de cargosos. "Gordito virgen" fue lo más suave que le dijo a quien estuviera del otro lado del GH y “Defensores de violines”, “transfóbicos”, “mierdas hijos de re mil putas”, “degenerados”, “pervertidos” son algunas de las categorías que usa para describir aquellos que consideraron exagerado la denuncia penal.
El tono de jactancia y el lenguaje tuitero en lógica de interacciones sólo viene al caso porque fue efectivamente lo que habilitó a que tontas y locas y también varios pakis opinaran (y hasta descubrieran) del mundo de los GHs. Sorprendidas y anonadadas todas las personas que, aparentemente, recién se topaban con la idea de que alguien puede coger en un baño.
Dice Rossi: “Pero la idea del puto al acecho volviendo inseguro nuestros baños es una idea muy purista e higiénica, calvinista. Lamento que a partir de esto el cruising no haya podido ser codificado como lo que tenía que ser y lo que en general es: una actividad sexual con consentimiento. Es una práctica totalmente protegida y secreta y morbosa, urbana, rápida, urgente entre personas que quieren tener sexo casual. No es una práctica hecha para el abuso, es una práctica hecha para la protección del deseo sexual. Las dos personas involucradas creo que quedaron fuera del código”.
Aunque hay que agradecerle a este tema que al menos esta semana el debate sobre la seguridad de los baños no giró en torno a J. K. Rowling, que el pánico moral vuelva a ponerse en agenda, que la policía vuelva a meterse en los baños y que la regulación del deseo venga, esta vez, de alguien de la comunidad son tragos cuando menos agridulces. Tal vez sea un momento oportuno para sacarnos la gorra que llevamos dentro y sentarnos con el té de las 5 o´clock a preguntarnos por la fragilidad de esas teteras de porcelana, a preguntarnos si estos son, efectivamente, nuestros días más gloriosos o si todavía nos miramos a través de un agujero.