Apenas irrumpió en el escenario del Movistar Arena, Tom Jones se sentó en el borde de un taburete negro. Tal como lo suelen hacer los crooners de vieja escuela (raza musical prácticamente extinta). Tras disfrutar del aplauso del público, el vocalista galés, en complicidad con el tecladista Paddy Milner, cantó “I’m Growing Old”. Se trata de un tema del jazzista Bobby Cole, cuya letra describe con crudeza algunos rasgos de la vejez. “Me estoy adormeciendo en mi silla, y ya no reflexiono sobre la vida”, reza una de sus estrofas. Luego de ese inicio oscuro, íntimo y a pocos metros del pesimismo, el artista, quien aún conserva inmaculado ese descomunal vozarrón barítono, se puso de pie para hacer “Not Dark Yet”. El blues original de Bob Dylan se tornó irreconocible en la sorprendente revisión krautrock que consumó con el resto de su banda.
Esta apropiación de la vanguardia musical alemana, para llevar adelante una canción relativamente simple, desconcertó a todo el estadio. No fue la única vez en las casi dos horas de show que Jones pateó el tablero. Si alguna de las 14 mil personas que asistió a esta nueva visita del cantante a Buenos Aires (antes estuvo en 2016) pensó que iba a deleitarse con un espectáculo de un casino de Las Vegas, seguramente volvió a su casa con una decepción indescriptible. En la noche del lunes, el artista británico dio una clase magistral sobre la modernidad. A sus 83 años, y después de haber hecho todo lo que quiso en seis décadas ininterrumpidas de trayectoria musical, bien podría tomarse un merecido descanso. Sin embargo, hay un refrán en sus pagos que dice: “El que quiere ser líder debe ser puente”. Y el nativo de Treforest, ante la adversidad, siempre logró reinventarse.
En la segunda mitad de la década de los ochenta, cuando murió su histórico mánager, Gordon Mills, el hijo mayor del cantante, Mark, se puso al frente de su carrera. La primera decisión que tomó fue remozar su impronta, y lo hizo renovando uno de sus clásicos: “A Boy From Nowhere”. Seguido por la adaptación de “Kiss”, tema de Prince que recicló con la banda de synth pop experimental británica Art of Noise. Todo un hito que preparó el terreno para la salida del álbum que significó su relanzamiento: The Lead and How to Swing It (1994), donde con la ayuda de los productores Trevor Horn y Teddy Riley el llamado “Tigre de Gales” dejó en evidencia que aún tenía mucho trecho por probar y recorrer. De lo que dio fe su hit “If I Only Knew”, que lo acercó a la pista de baile en medio del auge de la cultura de la música electrónica en el Reino Unido.
Entonces una nueva audiencia lo descubrió, lo que aprovechó con el fabuloso disco de duplas Reload (1999). De ahí se desprendieron temas del calibre de “Burning Down the House”, original de Talking Heads. Pero versionado con The Cardigans. Al igual que “Motherless Child”, en tándem con Portishead; y en especial el éxito “Sex Bomb”, con Mousse T. Esto lo reubicó en el primer lugar de las listas radiales y de ventas en todo el mundo. Mientras ganaba los corazones de otra generación de jóvenes como coach del reality The Voice UK, en 2016 su esposa por 59 años, Melinda Rose, murió de un cáncer. Si bien le aguantó de todo, incluso los cuernos, en su lecho de muerte ella le dijo que no le iba a perdonar que abandonara su carrera musical. El no tuvo más remedio que hacerle caso. Sobre ese periodo, Tom Jones hizo catarsis en su último álbum de estudio, Surrounded by Time (2021).
Grabado antes de la pandemia, con el apoyo de Ethan Johns (productor de sus últimos discos y quien además unió fuerzas con Paul McCartney, Crosby, Stills and Nash y Rufus Wainwright, entre otros), el cantante galés no dejó de lado su bitácora sonora. Como bien lo advirtió en el cierre de su recital, que forma parte de la gira “Ages & Stages Tour”, su paleta la conforman rock and roll, country, folk, R&B y gospel. Aunque en este caso se sumergió en la dermis más sofisticada, nocturna y minimalista de esos estilos (al mejor estilo de Angelo Badalamenti en la banda de sonido de Blue Velvet o de Ry Cooder). Pasándolos en ocasiones por el tamiz de la música electrónica (afín a Johnny Cash en plan de cowboy cósmico en “The Wanderer”). Sin embargo, tras anunciar el hit que le valió un lugar en el panteón de la cultura pop, “It’s Not Unusual”, sorprendió al ataviarla de latinidad.
A medio camino entre el son cubano y la bossa nova, el cantante británico llamó a su baterista, percusionista y director musical, Gary Williams (se ha puesto al servicio Pink Floyd, Spice Girls o Jean-Michel Jarre), para que tocara las congas. Pese a que esta encarnación parecía partícipe de Surrounded by Time, no forma parte. De la misma forma que “What's New Pussycat?” (versionada en español por Los Fabalusoso Cadillacs, en clave de rocksteady, en 1997), cuyo arregló evocaba al tema central del film francés Un homme et une femme. En cada tema que invocó, Jones revelaba una anécdota. No sólo en las que popularizó, sino también en las que tomó prestadas de colegas a los que admira. Como Dusty Springfield, de quien recreó su versión de “Windmills”. Pero ésta quedó opacada por la revolcada jazzera, próxima al swing, que le dio a su hit “Sex Bomb”, que recibió la ovación de pie.
Retomó su último disco con su relectura de un cantautor “con el que comenzó en simultáneo”. Se refería a Cat Stevens, de quien hizo “Pop Star”. Volvió a apelar por Bob Dylan, porque le encanta (según él mismo dijo), mediante “One More Cup of Cofee”. Secundada por “Across the Borderline”, de Willie Nelson, con el que celebró el año pasado sus 90 años de edad. Si se atrevió a hacer de ese tema un spoken word (en sintonía con el encuentro entre el escritor William S. Burroughs y el músico Bill Laswell en el EP The Road To the Western Lands), más tarde transformó en psicodelia (con el flow de Jim Morrison en el disco An American Prayer) el soul “Lazarus Man”, de Terry Callier. En medio de uno y otro, recurrió nuevamente a la declamación, con el free jazz de base, para contar esta vez su perspectiva de los inicios de la televisión en “Talking Reality Television Blues”. De su autoría.
Mientras se veía a Juanse volver a su asiento, sonaba el country minimalista “Tower of Song”. Al que le sucedió un sempiterno clásico de Tom: “Delilah”. Si en 1968 sabía a pasodoble, en 2024 tiene hasta cierto dejo reggaetonero. De pronto, pegó el volantazo. Pero antes le preguntó al público: “¿Están listos?”. Y desenfundó “Hat On”, con un matiz más lascivo y libidinoso que la interpretación de Joe Cocker. Subió la intensidad con un repasada funk de “If I Only Knew”, para luego advertir que tributaría a Prince con su “Kiss”. Salió de escena y regresó con una terna de bises: “Hell of a Life”, “Strange Things” y el género que le faltaba: el boogie-woogie, de la mano de “Johnny B. Goode”. Previo a ello recordó el momento en que Elvis Presley le dijo que Chuck Berry era el rey del rock and roll. Cuánta historia en una misma noche. Quizá la última en Buenos Aires… Nunca se sabe.