Las últimas declaraciones de los economistas ortodoxos sobre el origen de la inflación marcan un cambio importante respecto de las explicaciones dadas en el pasado sobre este flagelo. Domingo Cavallo explicó que “las empresas tienen que colaborar más" y que “no puede ser que las empresas aprovechen para pegar un saque a los precios exagerado". "Me parece una barbaridad lo que han aumentado los precios de los medicamentos”, siguió.
Esto se asemeja a la explicación del ministro de Economía según la cual las promociones en los supermercados del 2x1 o el 3x2 distorsionan el índice, ya que impiden un “relevamiento exacto de los precios” lo cual es una manera desafortunada de criticar la profesionalidad de los encuestadores del Indec y de los periodistas pero también una forma de burlarse de los ciudadanos. Ni hablar del último episodio de las prepagas, que ahora el Gobierno quiere regular para que las subas se ajusten a la inflación.
Pero lo significativo es que Milei, Cavallo y Caputo señalan sin equívocos que los productores de la inflación son los grupos del capital monopolista y que estamos frente a una inflación de vendedores que resulta de un accionar delictivo de imponer los precios desde una posición dominante. Sin embargo, Milei está de acuerdo con que esto suceda, ya que consideró en su discurso en Davos que no hay fallos en el mercado.
Giro discursivo
Se trata de un cambio significativo en el planteo de los economistas ortodoxos, que antes sostenían que la inflación era el resultado de las políticas económicas aplicadas por el peronismo.
El gasto público es, según estos economistas, el vector por excelencia de la inflación, debido a que en gobiernos peronistas se gasta más de lo que se tiene. De modo que la disminución del déficit presupuestario a través de una rebaja del gasto público y del “despilfarro populista” era una condición para acabar con la inflación. La llegada de Milei licuó los ingresos de los jubilados, las ayudas sociales, paralizó la obra pública, destruyó el poder de compra de los salarios de los agentes del Estado, pero la inflación se incrementó notablemente.
John M. Keynes, en el capítulo 21 de la Teoría General, señalaba que la inflación era posible cuando se llegaba al pleno empleo, vale decir una situación en la cual ya no existían factores de producción desocupados. En este caso solo un incremento exógeno de la demanda producía un incremento de los precios. Milton Friedman dijo lo mismo 25 años después: cuando el gobierno incrementa el gasto habiendo pleno empleo entonces solo en este caso se produce un incremento de precios proporcional al gasto.
En Argentina, una situación de pleno empleo es desconocida desde hace 50 años. Al contrario, la exclusión social es masiva debido a una situación de crisis clásica imperante. Los puestos de trabajo existentes son inferiores a los requerimiento de los trabajadores, lo cual explica que solo el 46 por ciento de la población activa esté presente en el “mercado de trabajo”, casi 30 puntos menos que los países del centro capitalista. De modo que la inflación no tiene nada que ver con el gasto público, salvo en situaciones excepcionales.
Otra razón esgrimida es que la inflación es el producto de la emisión monetaria. Los economistas ortodoxos sostienen que el crecimiento del monto de masa monetaria circulante incrementa los precios. Si se frena la emisión monetaria, que se supone que es fruto de “la maquinita que tiene el gobierno”, entonces la inflación deja de existir.
Como lo indica la teoría monetaria en los manuales, son los créditos de los bancos los que crean la moneda y no el gobierno. Pero los economistas ortodoxos tienen manuales muy anticuados. En todo caso, con Milei el BCRA bloqueó la emisión monetaria pero la inflación continuó.
La teoría favorita de la patronal y de los economistas ortodoxos, que son sus voceros, era que la inflación es el producto del incremento de los salarios debido a la puja redistributiva. Así, los sindicatos imponen en las paritarias, gracias al apoyo del gobierno peronista, incrementos desmesurados de salarios, lo cual incrementa los costos que deben ser trasladados a los precios. Con Milei, la licuación del poder de compra de los salarios por la inflación invalida la posibilidad de que la puja redistributiva pueda ser el origen de la llamarada inflacionaria.
La explicación más fácil que permitía abordar la magia inflacionaria era la evolución del dólar en el mercado negro. Este era tomado por los formadores de precios como el faro que orientaba a los navegantes en el embrollado mar lleno de escollos jurídicos y burocráticos de Estado y que permitía de conocer cual era instantáneamente la evolución de los precios y actualizarlos para precaverse para cuando debieran reponer los productos vendidos. Esta justificación a la remarcación ya no cabe.
El dólar mercado negro comenzó a bajar porque muchos hogares debieron vender una parte de los dólares atesorados para enfrentar el incremento de los precios y la caída del poder de compra de sus ingresos, y además dejaron de comprarlos porque ya no tienen con qué. Muchas empresas que necesitaban dólares para pagar las importaciones dejaron de importar debido a la caída de las ventas. El dólar en el mercado negro bajó pero los precios siguen aumentando.
Otra de las explicaciones aclamadas por la ortodoxia era el exceso de la demanda. Es lo que, implícitamente, afirma Milei. Acelerar la inflación vía el incremento de las tarifas de los servicios públicos y mantener fijos los ingresos nominales lleva a una caída de la demanda de otros bienes no inmediatamente indispensables, lo cual sumado a la eventual pero improbable importación de bienes salarios llevará a las empresas a limitar la remarcación de los precios para mantener las ventas.
Esto no tiene mayor sentido porque la capacidad instalada utilizada en la industria está en caída libre. La caída de las ventas es compensada por un incremento de precios para mantener la facturación y sostener la tasa de beneficio. Hubo dos casos de inflación de demanda: en la posguerra en Europa, cuando la demanda, gracias a la reconstrucción, crecía más rápido que la capacidad instalada en gran parte destruida por la contienda, y al final de la guerra de Corea.
La inflación durante el reciente gobierno peronista fue impulsada por las corporaciones para facilitar una victoria de la oposición en las elecciones. La toma del control de la UIA por parte de la Copal constituye un ensayo de cambiar los precios relativos y producir una involución económica de gran magnitud en el sector industrial. El sentido común dice simplemente que no se puede enriquecer a los argentinos empobreciéndolos. La alianza entre la oligarquía terrateniente y financiera con el sector más atrasado tecnológicamente y rentista del sector industrial es un viejo proyecto económico ya fracasado.
*Doctor en Ciencias Económicas de l’Université de Paris. Autor de La economía oligárquica de Macri, Ediciones CICCUS Buenos Aires 2019. [email protected]