“No admitir la existencia de propósitos definidos (y latentes) como explicación de nuestro funcionamiento psíquico consciente es desconocer totalmente la amplitud de las determinaciones de la vida psíquica”.
Sigmund Freud
El fenómeno por considerar es la actitud de rechazo, en una importante cantidad de expresiones cotidianas, de los tres pilares que evidencian nuestra experiencia social: Estado, Gobierno y Política. No me refiero a los que están interesados en provocar la confusión o a los que advierten de ello, sino a la población en general que lo vivencia.
Estado, Gobierno y Política son términos en el relato de la vida social cotidiana que se los confunden o se los superponen como si significaran lo mismo y los tres se igualan a pensamientos y actos espurios, a personas consideradas nefastas, según comprensión de la realidad. A esto se le suma que inclusive el conocimiento de estas diferencias no evita la presencia de esta actitud.
Esto nos lleva a pensar que el rechazo es más por una determinación que pertenece a la vida social que por desconocimiento. Esta se entrama con la estructura del sujeto humano, que se escenifica en lo pérfido, para plasmar y justificar la actitud de rechazo, ligada más a una emoción que a la razón de una verdad.
El sesgo que resaltamos es que, al modo de un acto fallido, los individuos superponen y condensan los términos gobierno, estado y política en esa actitud sintomática de rechazo que absorbe y generaliza todo el campo de organización social.
Extrapolaremos al campo social el análisis que hace Freud de un acto fallido: “famillonario”. En la conciencia le surge esta palabra sin darse cuenta y solo a posteriori, por análisis, da cuenta del fallido refiriéndolo a la condensación de dos palabras: familia y millonario. Observa que cada una de ellas lo llevan, por una red asociativa libre (libre de las ataduras de la conciencia, pero determinada por el Inconsciente) a posiciones conflictivas respecto de su deseo y sexualidad (estructura abierta) y que por alguna razón singular encontró ese camino para expresarse.
¿Por qué surge como fallido? Porque la conciencia es una formación armónica y sin conflicto íntimos. Los términos contrarios no se sostienen como tal. Freud relaciona la conciencia con una tabula rasa y Lacan la ubica como desconocimiento. Los conflictos del sujeto se atraviesan en un análisis, según las interpretaciones en transferencia. En general, la conciencia resuelve los conflictos culpabilizándose o culpando, dudando, agobiándose, desconociendo, rechazando, inclusive ignorando lo que con un razonamiento sabría o en estos traspiés.
¿Por qué pensar una psicopatología de la cotidianeidad política?
Freud le da un punto común a estos tres términos cuando plantea la imposibilidad estructural de dar una completa satisfacción a la vida social cotidiana. Lo centra en un acto que requiere de estos tres términos: gobernar. También desde su análisis de la cultura ubica esta imposibilidad. Es la estructura abierta que, como la sexualidad en un sujeto, repercute en un malestar constante y latente en las personas.
Nada de esto inhabilita o desvaloriza la postura de cuestionar y buscar una mejora, sino que plantea que este agujero es parte de la estructura abierta, por un lado, imposible de cerrar o satisfacer completamente, ni para siempre, por su insistencia, pero, por otro lado, lo abierto impulsa, es la causa del movimiento humano, aunque no lo dirija.
Lo abierto hace que la vida tenga una psicopatología esperada. Es el costo, para el ser humano, de su movimiento, de su búsqueda y del despliegue de su deseo y de su subjetividad en el ámbito de la cotidianeidad.
Esta estructura abierta es inevitable, aun para quien no quiera participar ella, que lo lanza a la búsqueda de un posicionamiento social ante la imposibilidad: es lo político de su condición social que por un lado representa la lucha latente contra su insatisfacción, pero que a la vez es rechazada por la tendencia al bienestar de la conciencia. Los posicionamientos contradictorios llegan a su conciencia sin la contradicción y con argumentos precarios.
La dirección que tenga esta búsqueda no la da la estructura del sujeto sino los argumentos de las economías políticas que ofrecen las identidades más variadas para recorrerlo, pero sin que haya un sujeto singular que se haga cargo de sus elecciones ni de las consecuencias de ellas, ni cómo está implicado en sus convicciones o en su hacer, por eso puede identificarse, según su ánimo, un beneficio o un atropello, infantil o no, etc. Es factible que la ausencia de un sujeto singular en lo social facilite esta identidad y la actitud de rechazo a la molesta condición política implicada en el accionar de su vida cotidiana y sin que ello implique una correspondencia afectiva en sus vínculos cercanos.
Las direcciones argumentales de la economía política tienen dos extremos: las que pretenden empoderar a la conciencia de esa lucha latente y ajustar la política económica a una mayor distribución de la acumulación. Al otro extremo tenemos una economía que protege la mayor concentración de la acumulación como algo natural y el bienestar de todos deberá ajustarse a ello como representación del poder.
El empoderamiento tiene la contra de que la conciencia no está preparada para sostener en si la lucha, la rechaza y si lucha, tendera a conformarse. El poder esta diluido, es subjetivo y relativo. El otro extremo tiene el obstáculo de un empobrecimiento de la mayoría, pero cuenta con el beneficio de la tranquilidad y calma de las conciencias, sin lucha cotidiana. El poder concentrado se hace cargo de la organización social.
Freud, pensando la precarización social del sujeto, advierte de un peligro: que el efecto que puede tener la pobreza en las personas es absorber y neutralizar el masoquismo neurótico que conflictúa al sujeto y lo revela, haciéndole sentir un bienestar que le da otra posibilidad de existencia, sin que le pese su condición... (la paz de los cementerios).
Hernán Guggiari es psicoanalista.