Cuando escucho el término “hat-trick” me acuerdo de mi viejo amigo Pucho.
Lo llamábamos Pucho justamente porque, salvo en su foto del DNI, siempre tenía un cigarrillo en la boca. Ya desde chico que fumaba. Y si me apuran les diré que lo hacía desde bebé. Cuentan que su madre al pediatra en vez de preguntarle cuándo iba a dejar el chupete, le preguntaba cuándo iba a dejar el atado de 20.
Yo lo conocí en la secundaria, cuando se juntaba con otros pibes tan fanáticos del cigarrillo como él. En ese colegio no dividían a los cursos en Quinto A y Quinto B, sino en Quinto Fumadores y Quinto No Fumadores.
Si creían que César Luis Menotti era fumador, no conocieron a Pucho. Era fumador empedernido, pero tampoco de aquellos que se fuman un atado por día. Tampoco la pavada. Él fumaba dos atados por día.
¿Y por qué les digo que Pucho fue para mí el creador del “Hat-Trick”? Porque era el organizador de los picados más divertidos del polideportivo de Floresta, sobre la calle Venancio Flores, en mis años mozos, en tiempos del River de Labruna y del Boca del Toto Lorenzo.
Pucho decía que a los pibes había que darles incentivos para que sigan jugando siempre. Así como en la actualidad al jugador que mete tres goles se lleva el balón del partido a casa -el famoso “hat-trick”- él impulsaba premios similares, acordes a la economía de su padre, dueño de la pizzería de Rivadavia y Segurola.
Una tarde, en una de sus mesas, mientras se fumaba un puchito -cuándo no- me contó que iba a organizar picados en el poli del barrio, con pequeños premios para los que se destaquen: si metías dos goles: te pagaba una Coca. Si convertías tres goles, te regalaba la Coca más una grande de muzzarella. Al equipo ganador del partido le obsequiaba un nuevo turno de dos horas para la semana siguiente. Y a los integrantes del equipo campeón los invitaba a cenar esa misma noche en la pizzería del viejo. Y al goleador del campeonato, adivinen qué, le regalaba la pelota. Por eso, me parece que él fue el creador, sin saberlo, del premio de una pelota por “hat-trick”.
Perdón si parezco más pesado que un elefante a upa si les cuento algo más sobre Pucho. Me lo encontré el año pasado después de más de cuatro décadas de no tratarlo. Seguía fumando, y se reía de su eterna adicción. Decía que en los pulmones tenía acumulado más humo que el que venden los candidatos políticos en campaña electoral.
Y que en algún momento dejaría de fumar, no por pedido del médico, sino por pedido de su bolsillo. Sostenía que, en los paquetes de cigarrillos, en vez de la etiquetita de “fumar es perjudicial para la salud” deberían decir “fumar es perjudicial para tu billetera”.
Cuando nos despedimos se iba a tomar un avión a Montevideo. Decía que lo hacía desde hace años durante todos los terceros jueves de noviembre: cuando se celebra el Día del Aire Puro en la Argentina, él se tiene que ir a fumar al Uruguay.