Visto que algunos de nuestros lectores se indignan con las descripciones de los excesos de los militares federales del siglo XIX como si fueran denuncias a su padres biológicos —mientras que los crímenes que describimos de los unitarios caen en el saco de las verdades esclarecidas— hoy vamos a tomarnos un descanso y hablar de un poeta que no le interesa a nadie.

En el poema publicado en 1602 por Martín del Barco Centenera aparece por primera vez el nombre «Argentina» que dará identidad a este país del Plata y también aparece, como no podía ser de otra manera, la mención a la cabeza cortada:

Tabobá, el valiente y animoso,

por General venía de esta gente;

andaba por el campo muy furioso.

A caballo salió muy de repente

Inciso, que en amores venturoso

ha sido, y en la guerra muy valiente.

A su suegro imitando, en breve pieza

a Tabobá ha cortado la cabeza.

El canto habla de las hazañas de Fernández de Enciso (una calle en William Morris) al que el poeta llama «Inciso». La colación del suegro, por otra parte, es porque el paladín estaba casado con la hija del adelantado Domingo Martínez de Irala. Con la llegada de los españoles por segunda vez a Buenos Aires —recordemos que el primero fue Pedro de Mendoza— los querandíes intentaron por segunda vez rechazarlos.

La historia refiere a que los autóctonos estuvieron a punto de derrotar a los invasores de no haber sido porque Fernández de Enciso le corta la cabeza al cacique Tabobá. Al ver muerto a su líder los indios retroceden y es así que comienza la persecución y la masacre por parte de los españoles al mando de Juan de Garay (en el retrato).

Pedro de Angelis relata la situación en un libro de 1836, Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provincias del Río de la Plata:

“Muerto el general, que es alma del ejército, los enemigos huyeron precipitadamente, y se les siguió el alcance muchas leguas, con tanto destrozo y mortandad de infieles, que un soldado le dice á Garay:

Señor General, si la matanza es tan grande ¿quien quedará para nuestro servicio?

Ea, dejadme, respondió Garay, que esta es la primera batalla, y si en ella los humillamos, tendremos quien con rendimiento acuda á nuestro servicio.

Fué el fin de esta victoria y destrozo del enemigo en el sitio que desde entonces hasta hoy se llama el Pago de la Matanza (hoy conocido como Partido de la Matanza). Ahuyentados los indios, y obligados á pedir la paz, se aplicó el General Garay á edificar la ciudad, fomentando con su presencia y dirección las obras”.

Juan Fernández de Enciso (1547?-¿?), primer procurador de Buenos Aires fue uno de los primeros habitantes de la segunda fundación de la ciudad y gracias a esa cabeza cortada propietario de la «huerta» que es hoy la manzana circunscripta entre las calles Alsina, Moreno, Piedras y Chacabuco de la Ciudad Autónoma.

En cuanto a la relación entre toponimia y decapitación no estaría demás aclarar que esta teje sus redes allende nuestra provincia desde la época misma en que esta se estableció como colonia. El camino de los homenajes es a veces de lo más peculiar. En CABA, por ejemplo, tenemos dos pequeños pasajes en el barrio de Boedo llamados Venialvo y Gallegos. ¿Quiénes fueron? Durante la fundación de la ciudad de Santa Fe, su adelantado, Juan de Garay, entregó tierras y títulos a los nacidos en España en detrimento de los nacidos en América. Los privilegios provocaron el 31 de mayo de 1580 la llamada Revolución de los Mancebos, que promovió brevemente un cambio de autoridades. Su líder fue Lázaro de Venialvo, otro de los involucrados se llamó Pedro Gallegos. Esta rebelión es considerada el primer intento de emancipación ante España. La revolución fue alentada por el Gobernador de Tucumán, Gonzalo de Abreu, en rivalidad con el fundador del pueblo, Juan de Garay. Abreu prometió a los revolucionarios garantías si entregaban a Garay prisionero.

Los relatos de época narran que hubo algarabía por la destitución del gobernador, el alguacil y el alcalde, todos españoles. Al grito de “libertad, libertad”, el cabildo los reemplazó por autoridades criollas. Sin embargo, uno de los complotados, el capitán Cristóbal de Arévalo, ya sea por arrepentimiento o por dudar del futuro del movimiento, buscó salvarse traicionando a sus compañeros. Se apersonó con guardia en la casa de Venialvo, quién salió a recibirlo sin sospecha. Al abrir su puerta, Arévalo gritó “Sed preso, traidor tirano, dándole una estocada”. Según relato del historiador Juan M. Vigo, los así llamados mancebos “fueron arrastrados a la plaza donde se les decapitó y ahí mismo, ante los ojos espantados de la muchedumbre, se procedió al descuartizamiento de los cuerpos cuyos restos quedaron expuestos al público.”

La orden para el castigo tan ejemplar como atroz estuvo dada por Garay. En esos caprichos de la toponímia ambos, Gallegos y Venialvo, escoltan en paralelo con sus acotadas callecitas a la expansiva Avenida Juan de Garay. Y el cefaleuta no puede dejar de ver en la adjudicación catastral de la Municipalidad cierto reflejo de las prebendas que llevaron a los americanos —Venialvo y Gallegos— a soliviantarse contra el vasco Garay.

Dos de los mancebos, llamados Villalta y Mosquera lograron escapar y se dirigieron a Tucumán buscando la protección de don Gonzalo de Abreu, como ya dijimos, enemigo de Garay. Pero los fugados tuvieron mala suerte. Al llegar encontraron que Hernando de Lerma había decapitado a Abreu y reclamado para sí el cargo.

Tan complicados son los entresijos de los conquistadores que en el Canto XXI del poema La Argentina el poeta del Barco suspira por el esfuerzo:

Mi ronca voz desmaya, desque siento

El bravo laberinto en que me meto.

Habiendo de escribir el alzamiento

No obstante la composición no desdeña el suceso de Villalta y Mosquera:

De Lerma no huyeron la presencia.

[…]

Contra los dos pronuncia tal sentencia:

Que luego les privasen de la vida,

En el rollo fijando sus cabezas

Y los cuerpos en palos hechos piezas.

Cuando del Barco Centenera dice “rollo” se refiere a una columna de piedra rematada por una cruz, la cual actuaba como símbolo de la ley y en donde se colgaban las partes de los sentenciados. Finalmente, el poeta se rehace del laberinto en el que se sentía metido y aclara:

Yo, cierto, que entendí de esta reyerta

De Santa-Fé algún tanto, y de aquel hecho.

Ahora, qué caprichosa se presenta una grilla catastral. Escribiendo este artículo encuentro calles como Valdivia, adelantado de Chile, en Ezeiza, Pontevedra y Tigre. A Solís, en Sarandí, Garín, Esteban Echeverría, y Exaltación de la Cruz (ambos, Solís y Valdivia, todo hay que señalarlo, terminaron decapitados). También encontramos la grilla al mencionado Pedro de Angelis, historiador napolitano, homenajeado en Moreno. Pero no hallo calles en el vasto territorio de la provincia que se llamen Venialvo, Gallegos, Villalta, Mosquera, tampoco Garay, Pedro de Mendoza, o del Barco Centenera para el caso, y no hay un Lerma, ni un Abreu. De modo que para esta entrada debemos apoyarnos en don Juan Fernández de Enciso y en el sustantivo corte que dio bautismo a La Matanza.

A pesar de que el largo poema de del Barco Centenera da nombre a nuestro país, su autor tuvo poca simpatía por la rebelión de los criollos, a los que denomina “mestizos”, y agradece a Dios por haber iluminado al jefe que “cortó las cabezas á los principales del motín, y restituyó al Rey su tierra”. Festeja a Felipe II y a su reino: “Y el nombre de Filipo celebraba”. Y se despide de los criollos que buscaron rebelarse de la autoridad española como: “la canalla Argentina”.