Las Universidades Nacionales enfrentan una crisis gravísima, fruto de la decisión del gobierno nacional de restringir dramáticamente su financiamiento. Convencidos como estamos de la importancia del sistema universitario tenemos que defenderlo. En esta defensa, concurren diferentes instrumentos, en primer lugar, las palabras y los argumentos. Rafael Alberti, en su poema “Nocturno”, nos transmite su impotencia frente a la locura que había desatado el Golpe Fascista contra la República, que dio inicio a la Guerra Civil Española en 1936. Termina el poema con una frase muy impactante: “Siento esta noche heridas de muerte las palabras.” Esta frase cobra hoy particular vigencia. Las palabras han sido heridas, parecen haber perdido sentido. Como también dice Alberti “las palabras entonces no sirven: son palabras”. Las palabras, pero también la argumentación y la evidencia, por más clara que ésta sea, intentan ser silenciadas. Está planteada una pelea contra un oscurantismo que creíamos, erróneamente, ya superada. Las palabras no alcanzan y la movilización es imprescindible.
El gobierno nacional declama que las Universidades Nacionales deben ajustar sus gastos y ser “austeras”. ¿No lo son? Comparemos nuestras Universidades Nacionales con otras. De 32 países de ingresos medios y altos estudiados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), Argentina es la que menos invierte por estudiante universitario (algo más de 4000 U$S en el año 2013, frente a más de 8000 y 13000 U$S en México y Brasil). La inversión por estudiante muestra una relación positiva con el PBI/cápita. Argentina está muy por debajo de los valores que predice esa relación, aproximadamente unos 7500 U$S/estudiante. Si hablamos de salarios, nuevamente quedamos muy atrás de nuestros países vecinos, con ingresos entre 2 y 5 veces inferiores. Si hablamos de montos aplicados a proyectos de investigación científica, nuevamente nos encontramos dramáticamente relegados. NO sobra plata en las Universidades argentinas. Sus presupuestos debieran ser incrementados en forma significativa. Pese a esta limitación, los profesionales que egresan de nuestras Universidades son ampliamente reconocidos en el ámbito internacional cuestión que, lamentablemente, en la actual coyuntura está motorizando un nuevo éxodo de personas altamente calificadas.
El ajuste que sufren hoy las Universidades se extiende también al sistema científico/tecnológico y a la cultura. El gobierno intenta justificarlo con una pobre argumentación: “no es posible gastar en educación superior/cultura/ciencia con los niveles de pobreza que muestra actualmente la Argentina”. Quien formula esta afirmación debería asignar recursos o implementar acciones para combatir la pobreza. Sin embargo, en los últimos 3 meses, 3 millones de argentinos se han incorporado al mundo de la pobreza. En los despidos masivos en el sector público, las progresivas suspensiones en el sector privado, la licuación salarial, la supresión de ayudas a comedores comunitarios y la eliminación de subsidios a servicios básicos, podemos encontrar algunos de los motivos que explican el incremento en los niveles de pobreza en Argentina. El dinero que se le quitó a la Universidad no fue a combatir la pobreza.
El argumento de restringir el financiamiento del sistema universitario porque “hay otras prioridades” instala la idea de que los gobiernos “apoyan” a las Universidades, casi como un motivo de prestigio nacional. No está en su imaginario “apoyarse” en la ciencia. Rechazar, o no considerar, esa posibilidad (aprovechar el potencial del sistema universitario) puede obedecer a varias causas, no mutuamente excluyentes. Primero, ignorancia lisa y llana acerca de lo que ofrece y puede ofrecer la Universidad Pública. Segundo, temor/aprehensión a vincularse con un sistema en donde el debate de ideas y los criterios de verdad basados en evidencias y argumentación sólida juegan un papel central. Tercero, el convencimiento de que “no es necesaria la investigación científica ni disponer de profesionales formados para desarrollar soluciones tecnológicas; hay otros que lo hacen y, por lo tanto, se pueden comprar”. Asumir esto último implica no sólo clausurar toda posibilidad de desarrollo autónomo, sino también resignarnos a no entender nuestros problemas. No entender los procesos ni dominar los conocimientos detrás de una tecnología restringe o directamente impide adaptarlas y ser un par en el mundo científico y tecnológico que las desarrolla. Limita o impide ajustar una técnica a las condiciones particulares del país o al contexto socioeconómico en el cual se plantean los problemas. No necesariamente la plaga para la cual se desarrolló cierta técnica de control en el extranjero es la que afecta cultivos en el Alto Valle de Río Negro…. ¿Cómo se adaptan técnicas de control biológico sin gente formada y con experiencia en relaciones tróficas o en la identificación taxonómica de insectos? ¿Cómo exploramos el elenco de enemigos naturales de una plaga sin inventarios zoológicos? Resignar la posibilidad de desarrollar tecnología propia implica una consecuencia social aún más grave: restringe la posibilidad de entender nuestra propia realidad y, por lo tanto, de cambiarla.
Marcelo Cereijido, un científico argentino exiliado en México luego de la “Noche de los bastones largos”, en 1966, hablaba de “analfabetismo científico” para hacer referencia a las políticas de desfinanciamiento de las Universidades. Sin duda hay algo de eso. Sin embargo, en las políticas actuales se suman elementos que van más allá de la supuesta “ignorancia”. La Universidad es comunidad, intercambio y solidaridad. Nuestras Universidades en particular, herederas de la Reforma de 1918, son públicas, laicas, gratuitas y co-gobernadas. En ellas se promueven formas avanzadas de democracia. Los valores que estructuran nuestras Universidades son contrarios al individualismo que se promueve desde las usinas ideológicas del actual gobierno. En la Universidad es donde puede gestarse la crítica a las políticas deshumanizantes, a la concentración económica y al deterioro ambiental y al negacionismo del cambio climático o del terrorismo de Estado.
Es en la Universidad en donde se pueden rescatar y sanar las palabras heridas. Es también donde podemos construir alternativas a las recetas que llevan a la pauperización económica, social y cultural de nuestro pueblo. Es el ámbito natural que permite y permitirá contar con un sólido desarrollo científico y tecnológico. Paradójicamente, en esta potencialidad superadora, parecería residir las razones últimas del dramático ajuste en curso. El 23 de abril movilicémonos todos los universitarios para impedirlo.
Investigadores Superiores (CONICET)
Profesores Titulares de las Facultades de Agronomía y Medicina de la UBA, respectivamente