“Sólo yo, con una mirada,/paralizo el instante que puede detener el derrumbe/de la fragilidad/ humana” se lee en el poema que inicia “La balada de las máscaras”, la obra más reciente de Leopoldo "Teuco" Castilla. Tal vez entonces, el artista intenta recomponer aquello que se desmorona, frenar sus astillas, acunar su raza, su ser múltiple. Todo eso se adivina en las 29 postas que forman una obra que conmueve por su profundidad.
En el libro se plantea un diálogo entre piezas misteriosas y la palabra, se transita por puntos ancestrales como la finitud, la relación de exterminador del hombre con el mundo, postales y reflexiones acerca del entorno. Se trata del décimo volumen que el salteño deja al cuidado de la editorial Nudista, que también este año y con ese sello lanzó “Coplas de los misterios”, con todo su catálogo disponible en su página web y con envío sin costo.
Este poemario “habla sobre el vacío y la extraña condición de fragilidad que completa al hombre. Es también un canto a la ausencia. De ese abismo, con ese tono cósmico, surgen estos poemas hermosos del autor”, adelanta Martín Maigua, editor salteño radicado en Córdoba.
Ahora, la conversación comienza con Castilla, hacedor de más de una treintena de libros, entre ensayos y poemas, observador de caras quietas y multicolores que hablaron en las estrofas y hoy pueblan sus páginas más nuevas.
-¿Cómo nace este grupo de casi 30 poemas que conforman “La Balada de las máscaras”?
-Este libro nace una noche en la casa Luisa Valenzuela. Ella es una gran coleccionista de máscaras, tiene piezas que trajo de todo el mundo. El tema no podía faltar. Cuando conversamos sobre ellas dije, como al pasar, que sería lindo escribir algo sobre las máscaras. Yo creo que ellas cargan un misterio latente para toda la gente, pero además, en mi caso, tiene un origen en mi infancia: mi padre traía máscaras de sus viajes, algunas, no muchas. Esos rostros ajenos colgaban de las paredes de la casa de mi niñez. Entonces, en ese momento, eran también un extraño interrogante y una inquietud para ese niño que las miraba. Cuando vi la colección de Luisa, quedé muy inquieto con el tema. Ahí comenzó a larvarse lo que sería este este libro, que presentamos a inicios de este mes en Amigos de Bellas Artes, en Buenos Aires. La publicación cuenta con fotografías estupendas a cargo de Carlos Muslera y está editada por Nudista, que dirige el poeta Martín Maigua.
-Ese diálogo con piezas diversas, de la colección privada de Luisa Valenzuela, ¿de qué forma marcó los versos del libro?
-Por supuesto, la observación de las máscaras y sobre todo, como decía, el misterio que ellas cargan, fueron los impulsores, la chispa para la escritura. Por otro lado, yo intenté tal vez, no sé con qué fortuna, otro abordaje que fuera más extensivo a otras dimensiones.
-Hubo una “convivencia” real, material, con las máscaras, o trabajaste a partir de las fotos de Carlos Muslera?
-Efectivamente yo vi las máscaras y luego las hicimos fotografiar por Carlos Muslera, quien lo hizo con altísima calidad. Luego, entre la observación directa y la recurrencia de la fotografía aparecieron las palabras. Además, como es evidente, un poema no se hace en un solo envión, sino hay que corregirlo una y otra vez, así que necesité para eso disponer de las fotografías. No podía tener las 30 máscaras en mi casa.
-El poema inicial del libro propone un juego de espejos, con un igual que es otros, el mar, pájaro disuelto en bandadas, donde se llama a un ustedes. ¿Entonces se escribe desde lo singular hacia lo colectivo, hacia lo holístico o de qué manera?
-Yo estimo que todas las dimensiones del hombre, todas las dimensiones de la naturaleza y todas las dimensiones del universo son una sola, un solo río atravesando todas las cosas. Todo está en todos. Pero hay tener la suerte, que no es saber ver, si no tener la suerte de que la poesía te conceda alguna vez percibir esa concurrencia, ese código de espejos, que termina siendo un caleidoscopio completo. Eso hace posible tal vez que se hayan tocado algunas dimensiones dispares y que afloren o correspondan a la unidad de La Máscara.
-Bautizó esta obra, en parte, con la palabra Balada, que tiene una extensa tradición literaria de la que usted forma parte, como Lorca, Juan Ramón Jiménez o Gabriela Mistral y tantos otros ¿qué implica en estas páginas, la balada, la música en ella?
-Cuando estuve trabajando con ese tema , vi en el conjunto de las máscaras que eran voces, que podrían ser singulares en un caso, pero que por una casualidad -o tal vez porque esa idea la tenía yo incorporada- había en todas ellas una especie de canto triste, sobre el destino del hombre, el destino de la naturaleza y el destino de este planeta; tan en manos de depredadores que lo único que tienen en la cabeza es el signo pesos. En ese sentido, creo que las máscaras han hablado solas, yo las he dejado hablar. El discurso de cada una no ha sido compulsivo, no podría haber sido así tampoco.
-En varias de sus estrofas emerge el vacío casi como contante y contraste, la tensión entre la vida y la muerte, y floras y faunas que pueblan el mundo y que aparecen en muchas de sus páginas, como en Ngorongoro, Anzoología o Viento Caribe ¿diría que el universo de lo animal, de lo vegetal, las geografías lo hechizan, lo convocan para que los recree?
-Como les sucede a todos los poetas, todo lo que existe está trasuntado por una fuerza que les da una unidad aparte de que pertenezcan a una u otra especie. Por lo menos, he tenido la suerte de ser convocado por esa emoción. Aunque en otra especie he tenido la misma suerte para que en muchos de mis libros afloren esos impulsos, esas imantaciones que atraviesan a todas las especies.
-Alguna vez, Kuky Herrán afirmó que su poética es mestiza ajena a la neutralidad, ¿coincide hoy con esos términos, qué significado tienen para usted?
-Coincido con Kuky Herrán, una poeta tan valiente, tan maravillosa y tan querida. Además, la poesía escribe lo que ella quiere. A veces, cuando la poesía quiso y me lo permitió, he dado testimonio de lo que me parece que no podemos dejar pasar: la injusticia, la banalidad y la crueldad del poder con el saqueo de los más desposeídos.
-En 2020, fundó junto a los poetas Aldo Parfeniuk y Pedro Solans, el Movimiento Internacional Bosques de la Poesía, una iniciativa de cierta esperanza. En esa línea, el libro tiene trazos apocalípticos, del ser humano como depredador de su propio hogar ¿cree que el arte debe alentar sobre estas cuestiones, qué el artista tiene un rol puntual en este contexto?
-Efectivamente, con estos poetas fundamos el Movimiento de los Boques de la Poesía, que ahora es un movimiento internacional, ya llevamos bosques plantados en América Latina, España, ahora en los Estados Unidos, Perú, pronto también en Chile, en Uruguay. Es un movimiento con el cual presentamos un proyecto de ley para que se declare la naturaleza sujeto de derecho. No puede ser que 100 multinacionales sean culpables del 73.4% de la polución mundial que está matando a miles de seres y creo que ellas deben de ser pasibles de un juicio impostergable por crímenes de lesa humanidad. Esta situación es urgente. Se han visto incendiarse los bosques de todo el mundo. Mientras aquí los vendepatria abren las puertas a la devastación, a la apropiación de todo el patrimonio natural, que no es sólo nuestro, sino de todas las generaciones que vienen de argentinos. Y menos, por supuesto, de los poderes expoliadores que vienen a llevarse el agua, el litio, el petróleo como ahora lo hacen abiertamente. Esa es una absoluta causal de juicio por traición a la patria.
-En poemas como Carnaval, La Desenterrada o Pueblos de Altura, ¿observa huellas de su infancia en el NOA, o son trazos propios del alma viajera, nómade, que lo habita?
-Son un poco de ambas cosas. Efectivamente, en Salta tenemos esa cordillera que ha emergido de la tierra y creó esos páramos de altura, esas soledades. Pero también lo he visto en otras latitudes, he visto la misma gente , el mismo paisaje por ejemplo en los mongoles de Samarcanda, en Uzbekistán. Allí he visto esa infinita soledad y ese silencio inmemorial, que borran el espacio y el tiempo en esas alturas.