Mambrú se fue a la guerra
Chiribín-chiribín-chinchín
Mambrú se fue a la guerra
No sé cuándo vendrá.
(Tradicional canción infantil).
Lectores de mi duodeno, lectoras de mi yeyuno ileón, lectoros de mi colon sigmoideo:
Quiero decirles que esta columna se iba a llamar originalmente: “¿Hablé yo o pasó un tranvía?”, aludiendo a la del 11-11-23, “El miedo de todos los miedos”, en la que comenté, entre otras cosas:
“El peor de los miedos es que el pubertario nos meta en una guerra. Puede inventar una contra algún país vecino, hermano, que de pronto se niegue a venderle 'alimento para perros muertos'. O bien, meternos en una de las que ya existen. En ese sentido, el mundo tiene varias ofertas. Al menos, en Europa Oriental o en Medio Oriente, ya hay.
¿Cómo se me ocurre plantear una tesis semejante? Simplemente porque ya lo han hecho. Los poderosos de aquí y de afuera, cuando ya no saben qué hacer, hacen guerras.
La dictadura hizo tres, a falta de una: primero, 'la guerra contra la subversión'; después, 'la guerra con Chile'; finalmente, 'Malvinas'. Reivindiquemos las Malvinas ayer, hoy y siempre, no las regalemos, no las cambiemos por vacunas, pero, plis, lo de Galtieri fue otra cosa. Fue el último intento de la dictadura para sobrevivir.
El menemato nos mandó a una guerra (apoyo logístico) contra Irak, y recibió la destrucción de la embajada de Israel (1992) y la de la AMIA (1994) mientras “gozábamos” del 1 a 1 (¿o debería decir "del 1 a 10.000"?).
El Maurífice no tuvo tiempo de meternos en ninguna guerra. Capaz que si lo reelegían… Pero igual habló de una conspiración mapu-venezo-iraquí-alfacentaurina a través de su ministra de Asuntos Represivos”.
O sea, nadie podrá decir que no os lo he advertido, aunque sí podréis aducir no haber leído jamás esa columna. Si tanta gente desconoce cosas que necesitaría saber, ¿qué podemos esperar de una modesta columna de humor sabatino en un medio no hegemónico?
Ahora Su Graciosa Tujestad sonríe cual Guasón mientras menosprecia el costo en vidas y recursos que nos puede deparar una guerra lejana en la que tenemos todo para perder. Además, como decía mi abuela, “en la guerra, todos pierden”, y tenía razón.
Con esta perspectiva podemos entristecernos, enojarnos, deprimirnos, comer tres kilos de mermelada de arándanos edulcorada o borrarnos de la prepaga... ¡Lo que no podemos es sorprendernos!
Encima, cuando le sugieren, casi con timidez vergonzante, que este alineamiento nos puede poner “en condición de blanco” de posibles drones, misiles, cañones, tortas de crema arrojadas o flechas, Su Graciosa Tujestad sonríe con matices sardónicos exasperantes y dice cosas similares a: “Bueno, ya estamos ahí, espero que nuestros enemigos tengan mala puntería; yo por las dudas me voy a disfrazar de jamoncito; ¿quién le va a disparar a un jamoncito? Les recomiendo disfrazarse de Ratón Mickey, ladrillo o ensalada de fruta, y rezar. Al fin y al cabo, una guerra es un acuerdo entre dos partes de hacerse el mayor daño posible unos a otros y otros a unos, así que 'tá todo bien. Pero además, por si hay heridos, vamos a pedirles a las prepagas que bajen las tarifas un 1% antes de volver a aumentarlas un 234%. ¿Quieren algo más? ¡No hay plata!”.
Seguramente, él se siente a salvo, o cree que, en caso de ser atacado, puede defenderse escupiendo, insultando o directamente meando a sus agresores. Quizás se imagina que su Patricia de Inseguridad va a sacar a los gendarmes a la calle, frenar a los agresores y además facturarles la guerra.
Esa vieja canción infantil con la que se prologa esta columna, la de “Mambrú”, viene de Francia. Refiere a un militar inglés, John Churchill, conde de “Malbrough” –de ahí, “Mambrú”–, a quien los franceses suponían muerto luego de la batalla de Malplacet, llevada a cabo en 1709 entre ambos países, y por ello se burlaban de él en esa canción, Malbrough s'en va-t-en guerre. Pero “Mambrú” no solo estaba vivo, sino que había ganado la batalla, con lo cual todo se vuelve más absurdo. Digo, los que pierden se ríen del que ganó, pensando que ganaron ellos. Cualquier parecido con nuestra realidad, es pura resiliencia.
Quizás en unos años, o siglos, los niños de todo el mundo canten “Jamón se fue a la guerra, chiribín chiribín chinchín”. Por el bien de todos los argentinos y argentinas –incluso de aquelles que eligieron esto–, espero que no.