En momentos en los cuales se está definiendo el futuro de la educación pública y gratuita y en particular del rol y las posibilidades de supervivencia institucional de la Universidad de Buenos Aires como de otras universidades nacionales es indispensable recordar el papel que les toca cumplir no sólo en nuestro país, sino en toda la región de América Latina.
Debemos recordar que a la educación pública le debemos, en sociedades lamentablemente desiguales, que todavía exista alguna posibilidad para un modelo de meritocracia democrática. Eso significa que si realmente queremos un país con menores niveles de fragmentación debemos asegurar la posibilidad de que el que comienza su camino vital en el último lugar de la fila tenga chances de llegar a lo más alto de sus posibilidades intelectuales, sociales y profesionales. Significa que quién no nace rodeado de privilegios pueda aún así cambiar su destino individual y el de su familia.
Nunca debemos olvidar que la educación pública, particularmente para los sectores más vulnerables, implica una contención comunitaria para que los más jóvenes no sientan más temprano que tarde la desoladora y destructiva sensación de que en verdad no tienen ningún destino.
Debiéramos advertir a cada minuto de nuestra vida social que no hay manera de caminar hacia un modelo de país más igualitario sin una educación pública que posea enorme protagonismo.
Es necesario que comprendamos que la educación pública, gratuita e inclusiva es parte esencial en cualquier modelo de construcción de un todo de identidad comunitaria: ya que siempre lo que nos da identidad como grupo es aquello que tenemos en común.
Nunca deberíamos obviar que la educación pública es el camino más seguro al respeto y a la garantía de la diversidad cultural.
A cada minuto deberíamos reconocer en la educación y en la universidad pública particularmente la construcción de puentes de compromiso comunitario.
La UBA es un ejemplo conmovedor de cómo es posible construir y formar a los estudiantes en una mirada solidaria con el entorno. En sus aulas es inconcebible construir formaciones intelectuales individuales y alejadas del termómetro comunitario. Eso no se llama adoctrinamiento se llama solidaridad, se llama empatía, se llama compromiso con el otro.
Pero incluso en términos exclusivamente académicos hay que recordar que son las universidades nacionales y públicas, como la Universidad de Buenos Aires, aquellas que junto con el dictado de clases se ocupan de fomentar la investigación. La investigación, esencial en cualquier centro cultural del mundo, está siempre presente en las universidades públicas. Ello explica que cinco premios Nobel hayan estudiado y enseñado en la UBA.
Por todo ello es que defender a la Universidad de Buenos Aires como a las demás universidades públicas en todo el país, es defender nuestra integridad como comunidad.
El autor de la nota es Doctor en Derecho (UBA) y Profesor titular de Derecho Penal y Procesal Penal (UBA)