Desde Barcelona
UNO Rodríguez leyó Ciudad Victoria de Salman Rushdie meses después de que su autor fuese acuchillado por un psicópata oscuro de esos que se cree un iluminado en agosto '22; pero en realidad la novela había sido escrita antes del episodio en cuestión. Rushdie la entregó un año antes a su editorial para que llegase a las librerías en febrero '23. Sí: la velocidad de las ficciones es diferente a la de la realidad, y muchas cosas que sucedieron antes en la página se publican recién después de lo informado en las primeras planas de los diarios. Así, por un instante, la no-ficción se impone a la realidad para luego batirse en retirada hacia el pasado, mientras las ficciones no tienen edad ni tiempo y siempre vuelven a acontecer cada vez que un lector las busca y las encuentra. Así, la Historia queda fija y las historias no dejan de moverse, piensa Rodríguez.
DOS Y luego de varias novelas Made in USA --La decadencia de Nerón Golden es la favorita de Rodríguez-- iba siendo hora de volver a casa, sino en cuerpo, sí en alma y mente. Lo que no significaba necesariamente que Rushdie al irse de allí hace ya tanto años no hubiese llevado consigo a Manhattan la potencia mítica de la India. De hecho, buena parte del atractivo de sus últimos títulos pasaba por leer y contemplar, maravillados, cómo el autor de esas indiscutibles e incuestionables obras maestras de lo para nosotros exótico como Hijos de la medianoche contaminaba a la vez que curaba a los cada vez menos Unidos Estados adentrándolos en la "Era Donde Puede Pasar de Todo" como antídoto a las ocurrencias desaforadas del realismo no mágico sino ilógico imperante en Trumplandia.
Sí: en Ciudad Victoria Rushdie reincidía una y otra vez en lo que es Su Tema y que no es otro que las idas y vueltas en el arte hechicero de relatar historias y del cómo es posible que haya personas que no desean que se las cuenten. Y Rushdie --como se dice de uno de los personajes de Ciudad Victoria-- es plenamente consciente de que "la ficción podía ser tan poderosa como los hechos históricos".
Y aquí viene otro hecho histórico en la Era Donde Puede Pasar de Todo.
TRES Y lo que pasó es que Cuchillo es el libro que --piensa Rodríguez-- Salman Rushdie jamás pensó que iba a escribir acerca de algo que podía llegar a ocurrirle (porque, de ocurrirle ese algo, difícilmente viviría para contarlo y, mucho menos, redactarlo). De hecho, Rushdie pensaba que ya había cerrado este asunto en 2012 con Joseph Anton: su memoir de fatua mortal desatada con Los versos satánicos en 1989. Pero, de pronto, en 2022, resulta que esa autobiografía se convirtió en, apenas, el prólogo a una historia supuestamente cicatrizada que volvía a abrirse como la más abierta de las heridas, de las muchas heridas. Y, sí, Joseph Anton era voluminosa y robusta y abarcaba varios años y estaba escrita en tercera persona; mientras que Cuchillo se ocupa de apenas trece meses en poco más de doscientas páginas narrados por una inapelable primera persona porque "cuando alguien te hiere quince veces es una experiencia muy de primera persona".
Y, sí, claro: Cuchillo es, también, un muy personal libro de primera; y lo que aquí se narra es esa experiencia en la más afilada y filosa de las auto-no-ficciones. Y así su primer oración es casi clínica y fría: "A las once menos cuarto del 12 de agosto de 2022, un soleado viernes por la mañana en el norte del estado de Nueva York, fui agredido y casi asesinado por un joven armado con un cuchillo poco después de subir yo al escenario del anfiteatro de Chautauqua para hablar de la importancia de mantener a los escritores a salvo de todo riesgo".
Lo que sigue a estas líneas es algo desgarrador y escrito en carne viva y más vivo que nunca. Una forma no de perdonar pero sí de volver a intentar comprender el por qué suceden ciertas cosas y el cómo modifican una visión del mundo las heridas tanto internas como externas en alguien quien, por escritor, no puede evitar el vivirlo para contarlo --el sobrevivirlo para contarlo-- como si se tratase de la más apasionante y apasionada de las tramas novelescas en la que los acontecimientos y su héroe se precipitan.
Y "Todo iba bien. Y de pronto el mundo explotó".
CUATRO Y entonces Rushdie decide que --pensando que ha perdido el don de la imaginación y que ya no se le ocurrirá nada-- registrará cada tambaleante paso de su recuperación a modo de exorcismo. Y se abre en canal: "El lenguaje también era un cuchillo... El lenguaje era mi cuchillo. Si a mí me hubieran pillado inesperadamente en una pelea con armas blancas, puede que este hubiese sido el cuchillo que podría haber usado para defenderme y atacar. Podría ser la herramienta que utilizaría para rehacer y recuperar mi mundo, para reconstruir el marco en el que mi imagen del mundo volvería a estar colgada de la pared, para así hacerme cargo de lo que me había pasado, hacerlo mío". Y, a diferencia de su atacante, Rushdie sí sabe usar su cuchillo. Y, en Cuchillo, Rushdie lo clava. Y más que defenderse ataca y pasa de ser acuchillado a acuchillador.
Así, aquí está todo: ese instante de segundos que parece un siglo, el dolor y la certeza de que todo se acaba, lo que sigue, los tormentos de la rehabilitación y las secuelas y "las humillaciones de la anatomía" frente al espejo, el amor como fuerza sanadora y redentora, el covid y los amigos con problemas de salud (Amis y Auster y Kureishi) y los enemigos de siempre (que vuelven a considerarlo "fiestero" y casi culpable de habérsela buscado y encontrado), las otras puñaladas a Beckett y a Mahfuz, las conversaciones imaginarias con su agresor (Hadi Matar, qué apellido, y a quien Rushdiese refiere, apenas, como a A. porque se niega a honrar su nombre mencionándolo), el temor a un cáncer que no resulta ser tal, la triunfal publicación de su novela Ciudad Victoria, "la discusión que no deseaba ahondar más era en aquella que había atormentado mi vida: la discusión acerca de Dios" y, fundamentalmente, el experimentar la epifanía de que "Mientras no me ocupara del atentado, no sería capaz de escribir nada más. Entendí que, antes de pasar a cualquier otra cosa, debía escribir el libro que estás leyendo ahora, lector. Sería la manera de hacer mío lo sucedido, de adueñarme de ello y poseerlo de alguna manera: nada de ser una mera víctima. Respondería a la violencia con arte". Así, una investigación a fondo del "¿Por qué ahora? No fastidies. Si aquello pasó hace mucho... ¿Por qué ahora, después de tantos años?" y la certeza de que debe dejar constancia de todo porque "Esto no va solo de mí; el tema es mucho más amplio". Y Rushdie se hace muchas preguntas consciente de que --como canta su muy admirado Bob Dylan-- la respuesta está flotando en el viento y, a menudo, es un viento idiota.
Joseph Anton terminaba con el personaje a solas y levantando su mano para llamar a un taxi. Cuchillo cierra con la persona diciéndole a su amada "Volvamos a casa". Algo ha mejorado después de todo, se dice Rodríguez. Y, a diferencia de entonces, ahora Rushdie puede tener la certeza de que, si sobrevivió a ese cuchillo luego de quince puñaladas, entonces es que no hay dudas de que Alláh está de su parte y quiere que siga aquí, vivito y escribiendo.
Bienvenido de vuelta a su victoriosa ciudad que es el mundo entero.
Ya pasó allí.
Aquí sigue y seguirá.