“Para mi generación que era chica en los '90, siempre hubo una barrera infranqueable sobre si la educación debía ser pública o no: la universidad de calidad era la pública, habida cuenta que el peronismo permitió, entre otras cosas, diferenciarnos con algo del resto de Latinoamérica, y ese algo fue la calidad de la educación pública. Y mucho más en el ámbito universitario. Quieren destruir eso y me preocupa, pero me preocupa más que hay una suerte de consenso social en una parte importante de la población, que está dispuesta a reafirmar su pensamiento en contra de sus intereses reales. Esto es la enorme derrota cultural que llevó primero a Milei a la presidencia y ahora a esto que veo, que es que hay trabajadores que no llegan a fin de mes y festejan esta locura, y que hay recibidos en la universidad pública que festejan que se cierren”.
Quien habla es Ernesto Gaidolfi, con quien hablamos en el 2022 y contó su historia para Buenos Aires 12, que recuerda que “mi historia, la del padre laburante, electricista, fotógrafo algunas veces, y que yo viajaba en el colectivo empujado por mi abuela Beatriz que me taladraba el cerebro con que vos tenés que recibirte, sos el mayor y es importante que seas el primero de la familia con un título universitario, porque además tenés que ser ejemplo para tu hermana y para el resto, fue la base de la constancia. El resto es romperte el culo. Hoy saben que somos capaces de hacerlo, de llegar a destino contra todos los obstáculos que nos pongan, entonces tienen que hacer desaparecer ese puerto, porque no es que nos siguen odiando, nos odian más que antes por seguir lográndolo”.
Cuando hicimos la nota en cuestión, que se titulaba “Nos odian, pero no nos importa” hacía unos días que el congreso había vetado la creación de cinco nuevas universidades, las de la Cuenca del Salado, en Cañuelas (Buenos Aires); de Ezeiza (Buenos Aires); de Rio Tercero (Córdoba); Juan Ortíz (Paraná-Entre Ríos); y de las Madres de Plaza de Mayo, en la Ciudad de Buenos Aires. y Ernesto renegaba entre mate y mate que “¿cómo no voy a putear, viejo? ¿Sabes las que pasé por tener mi universidad en la otra punta del mundo? Les jode que podamos, que lo hagamos, que las universidades públicas sean lindas, que las tengamos cerca. Nos odian por eso. Su pretensión es que nunca salgamos del pozo, que nos arrincone el desgano, para poder despreciarnos con soltura. No les alcanza con tenernos pobres, nos quieren ignorantes. Lo que hicieron estos, desde lo republicano es muy grave, porque rompen el funcionamiento de las instituciones, y desde lo social, eso que te dije: nos odian, y no nos importa, otros lo hicieron y nosotros y los que vengan, también. Vamos a seguir. Como se pueda”. Y entonces cobra sentido su razonamiento de que la única forma de evitar que lleguen es dinamitar el puerto.
La historia de Ernesto es común. había intentado el CBC pero una oportunidad de trabajo lo sacó de ahí porque “yo quería tener mi plata, mi viejo ayudaba, mi abuela bancaba todo y no estaba bien eso. Así que allá fui, vivía en Ituzaingó y laburaba en Libertador y Juramento. Una masacre de catorce horas por día que no me dejaba tiempo para nada” hasta que la abuela hizo magia de abuelas y entre trabajo y abuela terminó su carrera en la Universidad de Lomas de Zamora.
Hoy el panorama cambió, está mucho peor porque “ellos avanzaron como nunca. Se atrevieron a decir cosas que jamás antes se dijeron. No hay antecedente de eso. Antes esbozar algo así le costaba el puesto a un ministro, mínimo. Tampoco se discutía la política de derechos humanos en la que Argentina fue proa mundial y ahora pusieron el tema en discusión, en agenda junto con la educación pública”.
Por primera vez Ernesto habla a un solo ritmo y sin gesticular, tiene una mezcla de incomprensión calculada, asombro, enojo, y algo de sorpresa que lo hace pensar mientras masculla despacio la charla. “Yo creo que la dirigencia está subsumida en una clara discusión a cielo abierto de cómo continuar. Veo que la resistencia de lo que pasa se va a construir de abajo hacia arriba porque no aparece desde la dirigencia una posibilidad de marcar agenda, de ahí viene a la reconstrucción, de abajo hacia arriba y en la calle, y además es la expresión más real, porque entre otras cosas, hay algo que sucedió y sucede: el peronismo dejó de escuchar al pueblo, se ha distanciado y es evidente entonces que estas expresiones de resistencia que aparecen de forma genuina y que son transversales y representativas de varias clases sociales, permite organizar la esperanza y reordenar políticamente… creo… ojalá”.
Hablar desde su propia historia pudiera parecer sencillo, pero un presente sin horizonte también es la semilla de la desesperación a futuro cuando “hoy tenemos gente en políticas universitarias que vienen de grandes dirigentes populares, y que extorsionan a las universidades, es gente miserable que extorsiona a las universidades con los presupuestos. Eso enoja, porque es increíble que un solo miserable pueda corromper todo".
Ernesto levanta las cejas, y cierra los ojos imaginando un futuro de desiertos, pero finalmente es el nieto de su abuela Beatriz, así que “mirá, Yo creo que todo esto que se visibiliza es un desquicio general lleno de exabruptos hacia adentro del espacio nacional y popular, del peronismo y aún de algunas izquierdas antiperonistas, pero hoy va a haber una resistencia muy fuerte de algunos sectores de la sociedad frente a esto, porque la cuestión es transversal, hijo de obreros, de abogados de clase media. mira lo que pasó con la convocatoria de los chicos de la UADE y la Universidad de San Andrés. Esa amalgama de clases sociales es enorme, abarca casi todo ese crisol de clases” y entonces parece que vislumbra algo parecido a una salida “desde abajo hacia arriba”. Y bajo el dintel de la puerta y ya saludando suelta casi en un suspiro “en fin, hoy sabremos de qué estamos hechos".