Los primeros en llegar venían mirando, incrédulos, más hacia arriba que hacia adelante. Ni los chaparrones de la madrugada ni las nubes plomizas de la primera mañana invitaban a imaginar un cielo despejado como el del mediodía. Se van reuniendo en grupos, en forma de círculo, alrededor de los más previsores, los que trajeron sus equipos de mate.
“Con lluvia hubiera sido más épico”, dijo una de las pibas. “Prefiero sin épica y volver a casa seca”, le respondió la que estaba a su lado. Eran estudiantes, pero también había docentes, no docentes, graduados, vecinos, docentes del sector privado que fueron a expresar su solidaridad, y trabajadores municipales. Hasta los bomberos voluntarios se hicieron presentes y tocaron la bocina del camión en solidaridad.
Los más grandes y experimentados recuerdan y comparan, casi inevitablemente, con otro abrazo similar que se hizo en 2016, cuando el entonces presidente Mauricio Macri intentó también su propio recorte presupuestario. “Me parece que esta vez va a haber más gente todavía”, dice la que añoraba la lluvia.
Claudia Córdoba tiene 62 años y cursa el último año de Derecho. “Siempre tuve el sueño o la fantasía de estudiar, pero no hubiera podido hacerlo de no tener la universidad a pocas cuadras de mi casa”, cuenta.
Aunque, en su caso, la cercanía no fue el único factor. También la alentaron sus hijas, primera generación de universitarios de la familia. Belén, licenciada en Periodismo, y Anabella, licenciada en Marketing. “El único que no pasó todavía por la universidad es él”, dice y señala a Darío, su compañero, que resiste las presiones familiares.
La diputada nacional de Unión por la Patria Mónica Litza, avellanedense de toda la vida, escucha el relato de Claudia, la casi abogada y se pregunta: “¿Que una familia tenga la posibilidad de estudiar no es acaso un impacto positivo? ¿Cómo se mide eso? ¿Quién lo valora? En una planilla de Excel no entra”.
La Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV) tiene una materia, Trabajo Social Comunitario, común a todas las carreras, que consta de cuatro niveles. Allí se aprende, desde cero hasta la implementación y la evaluación posterior, qué y cómo es una intervención profesional, del campo que sea, sobre el territorio y su complejidad. Tal vez esa materia explique parte del romance entre la gente de Avellaneda y su universidad.
Laura Vaca es licenciada en Enfermería y preside la asociación de graduados de UNDAV. “Enfermería es la carrera con más estudiantes y con mayor porcentaje de graduación”, cuenta orgullosa. “Acá tenemos una tradición de lucha, por la invisibilización que intentan imponernos, por la lucha con el gobierno de la ciudad para que nos reconozca como profesionales de la salud, por el impacto de los recortes en los hospitales universitarios. Por todo eso, porque somos mayoría de mujeres y de sectores populares, la carga emocional y el compromiso es muy fuerte”.
Paula Maitía es una de las conductoras de Radio Undav. Afirma que “las universidades del conurbano son mucho más que un lugar al que ir a buscar un título". Y se explica: "Son centros de vacunación, ofrecen herramientas de salud mental, la posibilidad de practicar deportes, hasta cuidado de infancias. Acá funciona una guardería infantil para que las mujeres puedan venir a estudiar o a enseñar. Cuando se habla de recortar, se recorta la comida de esa guardería”. “La universidad es, para muchos, la primera cara amigable del Estado que conocieron”, afirma.
Junto a ella está Malena Espeche, docente de "Géneros, diversidad y sexualidad". Sostiene que “hay algo de iniciático en esta lucha, para muchos pibes". "Para los ingresantes, por supuesto, pero también para los que empezaron a cursar en pandemia, virtualmente. Para muchos, hay dinámicas de la organización colectiva, de la socialización, que les eran desconocidas hasta ahora. No sabían lo que es una clase pública, por ejemplo”.
Pocos minutos después de las doce, la hora convenida, el frente de la sede de la calle España luce sus banderas y pancartas y la multitud diversa se aprieta detrás de ellas, para salir en la foto y pasar el mensaje.
Primero, las consignas clásicas, “universidad de los trabajadores y al que no le gusta se jode” y “Traigan al gorila de Milei para que vea que este pueblo no cambia de idea, pelea y pelea por la educación”. Se agrega “qué cagazo, obreros y estudiantes como en el cordobazo”, en referencia al fuerte apoyo mutuo entre estudiantes y no docentes, en sus respectivos reclamos.
Más allá de la tensión y las expectativas por lo que ocurra en esta jornada, las caras son sonrientes, el ánimo festivo. “Jorge vino de Colombia con un regalito”, dicen. Jorge es Calzoni, el rector, que estuvo en Bogotá la semana pasada. Allí, la asamblea de la Unión de Universidades de América Latina y el Caribe (Udalc), lo eligió presidente para el nuevo cuatrienio. Es la primera vez que una universidad del conurbano preside la institución.
En un rato, esta multitud, apenas menor a la que circula por las mismas calles un domingo de fútbol en el Cilindro o en el Libertadores de América, caminará hasta la estación del ferrocarril Roca, para dirigirse a la ciudad de Buenos Aires, a fundirse con el resto de las columnas. "Fue así, nomás. Hay mucha más gente que en 2016", despide una docente al cronista de Buenos Aires/12. En un rato se reunirá con cientos de miles de personas que marcharán a Plaza de Mayo.