Desde hace décadas sucede lo mismo: cuando un artista cordobés se instala en Buenos Aires, algo tiembla en la escena y nada vuelve a ser igual. Desde 2022, con Amatorio, su primera muestra en la galería Sendrós, El Pelele no dejó de subir la vara del arte contemporáneo. Su apodo está inspirado en un muñeco de trapo y objeto de burla, protagonista de un juego popular del siglo XVIII y que quedó inmortalizado por Francisco de Goya en un cuadro homónimo. Pinturas, esculturas, dibujos, música y performance fueron algunas de las bases con las que armó su reinado porteño. Ahora, con "La multitud agazapada" -su nueva exposición individual en el Centro Cultural Recoleta-, El Pelele ofrece, a partir de diez pinturas hechas en los últimos dos años, una invitación a la desidia, a flotar por una oscuridad que humedece hasta los nervios.
La obra de este artista de 30 años es algo más que oscuridad y fantasía: podría ser un modelo de existencia basado en la historia del arte, el lenguaje audiovisual y la cultura de la música y la noche. Este organismo es amplio y reducirlo a un fragmento es complicado. Desde el videoarte hasta la creación de sus propios temas, entiende a su práctica como un espacio para proyectarse a sí mismo mediante el disfraz y los artificios de la performance.
Aunque esta muestra se concentra en la pintura, estas son parte de un gran tejido que une lo visual con lo literario.
“La multitud agazapada” se centra en una visión macro de mi universo, el universo pelelístico que vengo construyendo en diferentes plataformas y medios. Aquí estamos pensando en el conjunto de esos seres que habitan esos imaginarios. Por eso la referencia a la multitud en el título. Hay un díptico titulado "La multitud y mi ángel", el corazón de la exposición. Se trata de un plano cenital de este conjunto de seres que se amalgaman como si fueran uno solo. La humanidad como un solo organismo es una idea que me seduce y me divierte”, comenta el artista en diálogo con SOY.
Las piezas de la muestra construyen un paisaje visual donde la penumbra se retuerce en forma de abstracción y figuraciones del orden romántico y siniestro. Por momentos, los procedimientos recuerdan a las obras de carácter informalista de los años 60 en Argentina, dónde la superficie pictórica era señal de las heridas materiales y espirituales del mundo.
Noemí di Benedetto, Dalila Puzzovio y Luis Felipe Noe son algunos de los artistas con los que se puede vincular a las obras de El Pelele: criaturas que buscaban generar un tejido sórdido para las artes visuales y desviarlas de los ideales de belleza y armonía fomentados a lo largo de la historia. En definitiva, imágenes con sabor a muerte pero con una pulsión vital.
Carla Barbero, curadora de la muestra, comenta: “Da igual la herramienta de la que se valga, siempre está diseñando un imagen-idea más grande, más transversal a una obra en sí: un diseño de su artista-personaje. Su imaginario es como una nave temporal, va desde motivos clásicos hasta posthumanos sin prejuicios estéticos”. No importa la técnica o el lenguaje, al artista le interesa ahondar hasta el fondo en la dimensión visceral de las cosas, para así encontrar una belleza innombrable, algo que remite a ese principio de realidad del que habló alguna vez Sigmund Freud: mientras la realidad es aquello que se puede nombrar y ver (puro artificio), lo real escapa a la percepción, es materia fecal (lo único verdadero) que chorrea desde las grietas de lo conocido.
El plástico, los materiales sintéticos y las texturas desbordantes dan cuenta de un artista plenamente contemporáneo, dispuesto a experimentar con todo lo que tenga a mano. El objetivo es claro: diseñar un sistema visual donde exista lugar para inventarse personajes, promover atmósferas angustiantes pero juguetonas y relevar la mayor información posible de ese universo que se esconde bajo la luz y sus falsas promesas de calma. “Lejos de querer solemnizarlo, me parecía apropiado desnudar su imaginario, reducirlo a sus pinturas, aunque lo de reducir es un eufemismo porque las pinturas son de mediano y gran formato. Algunas superan los tres metros”, comenta la curadora.
El cine surrealista, de terror y las escenas de David Lynch son otros de los motores que impulsan el trabajo de El Pelele. En sus pinturas aparecen búhos como símbolos de una verdad no revelada, de esos lugares incómodos donde conviven la belleza y el miedo. También aparecen figuras que exhiben sus genitales y remiten a imaginarios victorianos o salidos de un poema de Edgar Allan Poe.
Se puede pensar al artista en vínculo con las estéticas digitales y las imágenes que abundan en Internet, pero también se podría trazar un horizonte desde el sentimentalismo y cierto aspecto dramático del arte argentino de los años 80 y 90, encarnado en la figura de Marcelo Pombo. Sus obras dedicadas a la contracultura gay y el underground de la época exponían el carácter amorfo de los deseos de las disidencias y el recorrido fluido de sus emociones. Con la dosis justa de sátira, crítica y un gusto exquisito por los imaginarios paganos, Pombo metió el dedo en la llaga a la cultura heteronormativa de su tiempo, algo que El Pelele repite a su manera, exponiendo la decadencia de lo queer y un orgullo por las emociones bajas.
El Pelele entiende a lo íntimo como un lugar para customizar, para distinguir sentimientos que nutran sus obras y la construcción de una ficción sin género y descuartizada, sin señales aparentes de una introducción, un nudo o un desenlace. Es un artesano que evoca a una sensibilidad corrida de lo que se espera de un artista, sus obras pueden ser más que una pintura, una performance o cualquier categoría que estabilice los parámetros de su producción. Ante todo, las piezas son artefactos, pedazos de una maquinaria compleja que necesita ser transitada más que explicada. Observar su trabajo es un ejercicio eficaz para controlar la ansiedad: sentir ese escalofrío que se manifiesta cuando uno cree que algo terrible está a punto de suceder, una fábula que se inventa el cuerpo para dominar el peligro.
"La multitud agazapada" podrá visitarse hasta fines de junio de martes a viernes 13.30 a 22 h y sábados y domingos de 11.15 a 22h, con entrada libre y gratuita. Centro Cultural Recoleta, Junín 1930.