1. Para mi cumpleaños número 38 una amiga me regaló El tiempo de la convalecencia, de Alberto Giordano. Debo admitir, a riesgo de sonar patético o ridículo, que el primer impulso que tuve fue verificar la presencia de mi nombre entre las páginas, ya que sabía de su proyecto (diario personal publicado en Facebook) y recordaba que Giordano me había dedicado unas líneas (inequívocamente ambiguas).

2. En El tiempo de la convalecencia (Iván Rosado, 2017) el autor despliega, con un tono intimista, sostenido por una sutil (auto)ironía que a veces se transforma en descarnada, una serie de anécdotas y reflexiones en torno a temas como la familia, el amor, la enseñanza, los libros, la angustia, la literatura, aunque la sensación al leer las entradas (los posteos) es que reflexiones y anécdotas se van superponiendo hasta conformar una argamasa indiscernible.

3. La soledad casi absoluta en la casa de mis padres los sábados por la noche me permitió descubrir un programa de televisión en Canal (á) llamado Biografías; gracias a ese programa pude, con enormes esfuerzos, sostener un deseo de lectura que estaba a punto de desvanecerse. Eran biografías de escritores argentinos célebres, si bien a la mayoría de ellos los conocía sólo de oídas. Un sábado del 2007 o 2008 (se mezclan los recuerdos de años aciagos) el biografiado fue Manuel Puig. Me acomodé entonces en la cama y aproximadamente a los cuatro minutos y veinte segundos (encontré el video en Youtube) reconocí (lo conocía sólo de vista) a Alberto Giordano. Me emocioné, son contadas las oportunidades de ver en televisión a un profesor de la facultad; además, tuvieron efecto sus palabras, prueba de ello es que entre lunes y martes sustraje de la librería en donde trabajaba toda la obra de Puig, salvo Maldición eterna a quien lea estas páginas.

4. El autor de El tiempo de la convalecencia formula un pacto de lectura: "Todo lo que anoto en este cuaderno virtual se corresponde con hechos o pensamientos reales"; y como la moral del autor considera sagrado ese pacto, utilizará cualquier herramienta, incluso la misma escritura, con vistas a generar las condiciones de su cumplimiento: "Hola Adriana. Te escribo para quedar en tomar un café y conversar sobre mi próximo libro, así puedo escribir una entrada a Facebook que comience: 'vengo de tomar un café con la editora de mi próximo libro'".

5. En 2012, a poco de abandonar por primera vez, y definitivamente, la seguridad del hogar materno, comencé la Maestría en Literatura Argentina con el seminario: "Literatura, cultura y política. El pensamiento crítico de Roland Barthes", que dictaba Alberto Giordano (lo seguía conociendo sólo de vista, pero para esa época me había enterado de que éramos vecinos). El primer encuentro fue el 20 de abril (estoy seguro de la fecha porque tuve la gran idea de tomar apuntes y luego transcribirlos en el Word, de otra forma hoy resultarían ininteligibles o se hubiesen perdido; aunque, debo reconocer, las huellas más profundas de aquella experiencia, paradójicamente, fueron producto de expresiones que sólo conservo en la memoria):

El profesor cuenta la importancia que tuvo Sobre verdad y mentira en sentido extramoral en su formación, un texto breve de Friedrich Nietzsche que fue capital también para la mía. Esa mínima alianza iniciática me generó una gran confianza en él (en la entrada 10 de septiembre del 2015, Para leer a Nietzsche, Giordano se refiere a Sergio Sánchez, doctor en filosofía cordobés, especialista en el filósofo alemán, quien, durante el 2005, vino a Rosario para dictar una materia que giraba en torno al texto en cuestión. Sánchez finalmente dirigió mi tesina de grado).

El profesor introduce a Maurice Blanchot. Nunca lo había leído (subrayé la definición de esencial: "Aquello que se sustrae a cualquier determinación de esencia"). Quedé deslumbrado (deslumbrado por una oscuridad). Por eso salí corriendo a comprar sus libros (ya no trabajaba en la librería). Los leí a medias. Y de modo, sin duda, deficiente. El trabajo final (creo que la nota más magra que obtuve en la carrera fue la de este seminario) se lo dediqué a la muerte (a la imposibilidad de la muerte) en Blanchot. Un tiempo después lo reescribiría (Giordano tenía razón) para publicarlo en la Revista de Filosofía de la UNR. Los consejos del Comité Editorial y la reescritura lo convirtieron en algo, al parecer, digno de leerse (fantaseé con la idea de hacerle llegar a Giordano el nuevo texto para demostrarle que yo podía ser capaz; nunca lo hice).

Recuerdo, por último, con cierta nostalgia (Giordano formó parte del tribunal contra el que defendí mi tesis de maestría), a varios compañeros quejándose por la desmedida impronta filosófica del curso. El descontento, estoy seguro, reforzó el sentimiento de confianza.

6. La clave para desestimar el proyecto de escribir una reseña sobre El tiempo de la convalecencia apareció en la página 73, "Carta a mamá, en el día de su cumpleaños", 10 de febrero: "Alguien que jamás podrá olvidar el olor de su madre, un día abandona la casa familiar, porque el mundo lo llama, o porque tiene ganas de encontrarse con otros que lo llamen con gestos y palabras diferentes a los de la infancia, y se aleja, y hace su vida, hasta que un día, ya mayor, descubre, tal vez porque la extraña, o extraña algo de sí mismo que quedó en la vieja casa, que no sabría cómo volver, aunque quisiera, porque de tantos caminos que se fueron abriendo, el de regreso se borró"; de todas formas, revisando el ejemplar corroboré que desde la entrada del 1° de enero ya sabía que esa posibilidad estaba descartada, "El que habla por la tribu": "Me conmueve el reconocimiento de que el amor paterno reposa, como todo lo que es auténtico, en el olvido más que en la memoria, es decir, en los recuerdos (que llegarán no se sabe cuándo ni de dónde), y en misterio de un encuentro absoluto, a partir de la absoluto diferencia (el padre jamás podrá saber, ni siquiera intuir qué es ser una hija)".

7. En el 2014 leí (incompleto) mi primer libro de Giordano, Una posibilidad de vida. Allí hay una reseña de Íntima, libro de Roberto Appratto, titulada Algo sobre mi padre. Por aquel entonces yo estaba intentando construir (a los tumbos) una reconciliación con mi papá y el texto fue un auxilio invaluable para mantener en pie aquello que a cada paso amenazaba con derrumbarse. Las paginas exhiben varias marcas de lectura, transcribo una: "La construcción literaria del padre es obra, en principio, de lo que el hijo puede saber de sí mismo y de la necesidad que tiene de inventarse un origen para (como decía Goethe, citado por Freud) adquirir lo que heredó a fin de que sea suyo".

Un par de días después le pedí prestado a nuestro autor (nunca olvidaré el malestar medio impostado que alcanzó Giordano en el seminario cuando se refirió a los textos que utilizan ese posesivo para designar al autor trabajado), por mensaje privado de Facebook, el libro Íntima, y más tarde Patrimonio, de Philip Roth, que también destacaba en la reseña. Este fue el comienzo de una obsesión por los libros de hijos sobre sus padres (la verdad, no leí tantos). Me sirvieron mucho para revisar la relación con mi papá, para demoler su figura, para construirla nuevamente, para tratar de entender la desorientación que siempre lo había embargado por ser (mi) padre (hubo una consecuencia inesperada: reconfigurar la historia de mi madre).

En el 2015 compré El giro autobiográfico, lo leí encantado, lo recomendé con la siguiente afirmación‑consejo: el libro se sostiene en el tono, vos prestale atención a eso. Sin embargo, la causa original de la adquisición tuvo que ver con que Giordano iba a dar una charla en el taller "La Basurita", del que yo estaba participando (según él, engañando a quienes lo organizaron). Quería hacerle alguna pregunta, quedar bien, lucirme ante mis compañeros.

8. En El tiempo de la convalecencia Giordano recomienda diarios de escritores. Me convence con Un año sin amor, de Pablo Pérez. Voy entonces al Juguete Rabioso (¿la mejor librería de Rosario?) y le cuento a Germán la causa de mi visita; está, lo busca en medio del delirio, y me lo entrega, acto seguido me muestra In memoriam y amores, de Paul Léautaud, y dice "no llegaron los diarios, que según Alberto son excelentes", asiento, continúa, "Alberto una vez me dijo que el diario de Rama le había cambiado la vida, que era un antes y un después. Al tiempo vino y dijo lo mismo del diario (La tentación del fracaso) de Ribeyro", nos empezamos a reír, quizás, porque advertimos lo que implica la pasión por la lectura y la necesidad de compartirla (yo, además, porque suelo utilizar ese tipo de expresiones extremas, auténticas en su desmesura). Antes de despedirme le pregunto si tiene algún inconveniente en que lo nombre; fue rotundo, "para nada".

La sabiduría del librero se reveló en su verdadera dimensión cuando llegué a casa y leí la página dedicada al 6 de enero: "Dice Julio Ramón Ribeyro, en alguna entrada de su diario (¿se conoce que es el más extraordinario de la literatura hispanoamericana?)".

9. Me siento tentado de confesar la tensión que me produce escribir este texto. El cúmulo incontenible de angustia de quien escribe sabiendo que ignora (casi, ¿casi?) todo de su herramienta. Repito, siento la tentación de confesar la enorme inquietud que me atraviesa por querer cumplir con una premisa (Giordano cita a Horacio González) de la que sólo puede brotar la palabra fracaso: "No escribir sobre ningún problema, si ese escribir no se constituye también en problema".

10. La escritura confesional parece interpelar lo más propio (lo invisible, lo olvidado) de uno, como si lo íntimo perforara el muro de la diferencia para descubrir lo otro (uno mismo), la esencial negatividad que nos constituye y nos acecha: la muerte. En este sentido Giordano tiene razón cuando afirma "todo diario es diario del duelo"; el diario (su diario, el de Pérez también) resiste a la muerte más allá de la conciencia inequívoca de la intrascendencia de nuestros actos (escribir).