Hace exactamente vente días, en el marco de una entrevista por los cien años de Radio Universidad de La Plata, el histórico coordinador de la FM, Oscar Jalil, le convidó al NO una observación que hoy interpretamos profética: "Me llama la atención este ataque (del gobierno nacional) a las universidades porque el cierre de cada una de ellas implicaría marchas de decenas de miles de estudiantes".

La apreciación terminó siendo admonitoria, ya que aún no era tema público la marcha nacional, que sería anunciada recién cuatro días más tarde de esa charla del Turco Jalil (con un oído en el universo académico y otro en el consumo cultural de las juventudes) con este suple.

Foto: Alejandra Morasano

En efecto, lo que vimos este martes quedará en la historia de las movilizaciones de un país como Argentina, que siempre es afecto a las congregaciones populares ya sea por cuestiones políticas, económicas, deportivas o musicales. Al argento le sobran ganas para tomar las calles, levantar banderas y hacer oír su voz, sólo que hasta el momento no había una excusa cautivante y articuladora. Algo así como: traigan motivos que manijas sobran.

Como siempre, la historia primero sucede y recién después se explica, y no al revés. A veces de manera más o menos premeditada, otras de forma precipitada. Esto último es lo que aconteció en una marcha que se esperaba convocante aunque sin poder sospechar el verdadero alcance multitudinario que terminó adquiriendo.

Foto: Alejandra Morasano

Cuando parecía que el gobierno de Javier Milei tenía luz verde para avanzar sin frenos, terminó siendo la pibada quien le pudo bajar la bandera a cuadros. Si la juventud es la era biológica más audaz y atrevida, ayer quedó otra vez demostrado con una avanzada que rompió ese miedo inoculado de manera venenosa por las violentas intervenciones del presidente y su cohorte de súbditos sin identidad que trollean con amenazas en las redes sociales.

Ante aquello, ayer quedó claro como nunca que Twitter no es un espejo de la realidad, sino apenas un microuniverso más parecido a la deep web que a un termómetro de la calle, por mal que le pese al compinche dilecto que Elon Musk tiene sentado en el sillón de Rivadavia.

Foto: Alejandra Morasano

La movilización no fue sectorial sino transversal: estudiantes, docentes y personal académico, pero también ciudadanos de todas las edades que encontraron en esta proclama un vector para trasladar su propio fastidio a un gobierno insensible. De ahí es que uno de los cantitos más repetidos y compartidos es aquel que recitaba: "Universidad de los trabajadores, y al que no le gusta, se jode, se joda". La convergencia del ámbito laboral y el académico en un frente espiritual de barricada ante el intento de humillación y disciplinamiento.

Milei es un tipo que no tiene amigos, se lleva mal con sus padres, destrata a sus propios socios políticos y le habla a un perro muerto. ¿Desde qué lugar puede empatizar con la sociedad si uno de sus principales defectos es, justamente, la incapacidad de sociabilizar? Sus razonamientos desaforados remiten a un estadio prehumano.

Foto: Alejandra Morasano

De otro lado, la universidad pública, gratuita y abierta aparece como el último tapón de resistencia a ese ducto cloacal abierto desde la Casa Rosada a partir del 10 de diciembre pasado. Un motivo de orgullo argentino al mundo, incluso para quienes jamás pisaron una facultad pero igual entienden su valor en la construcción de conocimiento y de sentido de un país que puede tener muchos déficits, pero ninguno emocional. El corazón ante todo y nunca contra él.

No existe esperanza de progreso con aulas cerradas, docentes vilipendiados y alumnos desmerecidos. La facultad sigue siendo un horizonte de aspiración, orgullo y realización. Argentina tiene setenta universidades públicas y está claro que todo es corregible y mejorable, pero una cosa es ahorrar y otra muy distinta es depredar. Difícilmente algo puede cambiar para bien si antes se lo asfixia.

Foto: Alejandra Morasano

Atravesamos tiempos de crisis de representación política general y eso obtura liderazgos de resistencia. Pero si algo le molesta al poder hegemónico, entonces es por ahí. Y los pibes la vieron más rápido que todos, así que lo ejecutaron en un martes conmovedor que quedará para siempre como una multitudinaria salida colectiva de luz en tiempos que se van poniendo cada vez más oscuros.

Para los centennials, la Dictadura es la prehistoria y el 2001 apenas algo que conocen por la experiencia de sus padres. Y si bien vivimos en una posmodernidad que alienta la atomización social a través de los dispositivos electrónicos y la virtualidad de hechos que antes eran personales y analógicos, hay narrativas que evidentemente perduran en el inconsciente colectivo y se van legando de generación en generación.

Ahora les llegó el turno a los pibes de nuestro tiempo de interpretar el espíritu de época y ponerle el cuerpo toda vez que haya que resistir con el cuero. Que no se corte: nos seguiremos viendo en las aulas y en las marchas.

Foto: Alejandra Morasano


  • Encontrá más notas del NO acá, o suscribite acá abajo ↓ para recibir gratis en tu email todos los artículos, la agenda de shows, música nueva y nuestros recomendados.