Pocos espías (o contraespías) más famosos que el conocido como Garganta Profunda, el hombre que ayudó a resolver el caso Watergate. ¿Será el cine el que lo hizo famoso, fumando entre las sombras de aquel estacionamiento subterráneo en el que se encontraba secretamente con el reportero Robert Redford, en Todos los hombres del presidente? ¿O la realidad? En Estados Unidos seguramente habrá sido un poco de ambos, pero entre nosotros no hay dudas: fue el cine. Más famoso incluso que el actor que lo encarnaba, el especialista en secundarios Hal Holbrook, que nunca llegó a romper la barrera de los connaisseurs. Lo que pocos sabrían es que el hombre era nada menos que el Nº 2 del FBI, por la sencilla razón de que esto se supo hace unos pocos años. Hasta ese momento, Mark Felt (ese es su nombre, bastante menos exuberante que su apodo) logró permanecer en el lugar que siempre fue su hogar y su terreno: las sombras. Basada en un par de libros de memorias escritos por Felt, El informante cuenta su historia, desde poco antes de que estallara el escándalo hasta poco después. Para los fans de las intrigas políticas (el cronista se confiesa uno), esta película no necesariamente excepcional es un boccato di cardinale.
Hay dos posibilidades: o Liam Neeson adelgazó hasta lo esquelético para el papel, o su salud no está en buena forma. Sea como fuera, lo magro le sienta a la perfección a este espía de escritorio, leal a sus jefes y su organización, eficaz y definitivamente oscuro. Una primera escena en el despacho de Nixon, con el presidente (el actor que hace de él se le parece tanto como Macri a Cristina) y sus asesores, sugiere que la posterior muerte de Edgar Hoover, dinástico mandamás del FBI durante casi medio siglo, podría haber sido un encargo de Tricky Dick. Hipótesis que los historiadores no manejan, pero es útil a la hora de colaborar con la intriga. Como segundo de Hoover desde hace décadas, Felt se prepara para asumir el cargo de director. Pero justamente el hecho de haber sido el segundo se lo impedirá: el presidente le pone en su lugar a un tipo que sabe tanto del tema como Felt de música soul. Pequeño ajustecito de cuentas, también, porque previamente Felt le negó a ese mismo lugarteniente los archivos secretos del muerto, que es lo que de veras le interesaba al Presi. This means war: de allí en más, es el director puesto por Nixon contra toda la plana mayor del FBI, encabezada por Felt. Cuando salte lo de Watergate, el tablero se dará vuelta y los funcionarios no se dedicarán precisamente a cubrirle la espalda al Presidente y sus espías.
A diferencia del thriller político, que trabaja sobre la amenaza del crimen, y construye por lo tanto su drama en base a una creciente tensión, la intriga política lo hace, si se permite la aparente perogrullada, sobre la intriga misma: la infinita red de tramas, alianzas y traiciones en las sombras, que terminarán desanudándose de una u otra manera. Casi ni importa demasiado de qué manera, más allá del destino del héroe, que a uno le interesa por contrato, porque es el héroe. Porque de carisma más vale olvidarse en este caso: Felt es un burócrata, con su casita en las afueras y su mujercita, que está un poco loca (Diane Lane, que sigue tomando algún brebaje contra el paso del tiempo). Aunque es verdad que un burócrata común y corriente no arriesga su vida tirándose contra el Presidente de la Nación, así que éste es en tal caso un burócrata especial. Neeson está magnífico, por cierto. Por más que haya sido cierta, una subtrama vinculada con su hija no está bien insertada. Es graciosa la aparición de un par de actores familiares al género intriga política (el notable Bruce Greenwood, Tony Goldwyn), como si con este género también hubiera lugar a “especializaciones”, tanto como en su momento las hubo en el western, el terror o el policial.