Martín Solá tiene la particularidad de realizar rodajes en lugares difíciles o, como mínimo, incómodos. No tanto como en Palestina y en Chechenia, sus otros dos documentales –que se verán en La Lugones– no fueron en lugares fáciles de filmar: su ópera prima, Mensajero, fue a pleno sol en la sequedad de una salina del noroeste argentino, mientras que la filmación de su segunda película, Caja cerrada, fue en un buque pesquero frente a las costas de Barcelona, junto a pescadores de Senegal y de Marruecos que habitaba el barco. Se puede conjeturar que Solá es un cineasta que pone el cuerpo en los rodajes de sus documentales. El realizador tiene su propia visión sobre esto: “Mientras pasan los años tengo ganas de hacer otras cosas, pero más que poner el cuerpo me interesa la experiencia humana del rodaje. A veces, la experiencia humana es más importante que la propia película. Pero hoy, un poco más grande, estoy entendiendo que no hace falta irse a un lugar extremo para tener una experiencia humana interesantísima que a uno lo marque. Evidentemente, siempre decimos que la película tiene un valor, claramente, pero lo que nosotros vivimos, si llegamos a tener nietos se los vamos a seguir contando”, comenta Solá.