Si los comentarios de las redes sociales fueran comestibles y si en lugar de ir directos al cerebro se dirigieran al estómago bastaría con un solo día para morir envenenados. El estómago es muy delicado y si algo le sienta mal lo vomita; en cambio, el cerebro admite toda clase de basura, cuanto más sucia más apetitosa.
Hijo de puta, sociópata, traidor, “fake”, guevarista, déspota, ególatra, mentiroso, mediocre son algunas de las definiciones que recibió en las redes sociales Juan Pablo Sorin por su apoyo a la marcha en la defensa de la educación pública. No es algo nuevo en este pozo séptico de realidad paralela que intoxica con sus venenos de discordia y furia destructiva. Parece mentira que hayamos logrado alcanzar como especie estas alturas técnicas de verborragia y seamos incapaces de erradicar la pobreza extrema.
Uno sospecha que en el ámbito “mileirista” te regalan un detallado kit de insultos al alistarte como disciplina de partido. Hijo de puta no es un insulto cualquiera. Está lleno de todos los valores emocionales que cabe imaginar. Es la clase de insulto que todos intentamos no decir porque sabemos que va contra la razón y contra la dignidad de las personas y no únicamente contra la dignidad de quien lo recibe. Pero en esta ocasión la dignidad de quien lo ha recibido está fuera de toda sospecha.
Los futbolistas de “elite” rara vez se comprometen con una causa. “Defendamos la universidad pública, la educación pública argentina”, manifestó Sorin, seguramente con ese sereno fatalismo de quien se sabe destinado a la soledad. Fue el único ex futbolista y futbolista en activo de alta gama que se solidarizó con la marcha. Hay “hijos de puta” que generan una esperanza, lo suficientemente luminosa, para abrazarnos a todos.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón del Mundo 1979