Justo antes del cóctel y sus medicamentos de nueva generación que cambiarían el tratamiento y los modos de vivir y percibir el vih-sida, una acción de la “agencia creativa de ficción” llamada Fabulous Nobodies, formada por Roberto Jacoby y Kiwi Sainz, lanzaron la campaña Yo tengo sida (1994-1995), que consistió en la impresión masiva de coloridas camisetas, onda Benetton, con la leyenda “Yo tengo sida”.
Y si bien las remeras circularon más y de alguna manera, un poco paradójica, se volvieron virales, iban acompañadas por un flyer que cumplía “la función de anclaje del mensaje. El impacto de la frase de la remera debía complementarse con la argumentación del texto”, recuerda Kiwi Sainz hoy, que se están cumpliendo treinta años del lanzamiento de aquella “obra-acción”. El flyer firmado por Jacoby comenzaba diciendo: “Si usted cree saber todo acerca del sida, pruebe salir con esta remera”. Para restituir todo el espesor que implicó esta acción de Fabulous Nobodies, la galería Eros, gestionada por Nicolás Cuello y Santiago Villanueva, preparó una muestra llamada “Ya nadie va a escuchar tu remera. Archivo del proyecto Yo tengo sida”, donde se restituyen documentos de toda esta campaña y sus alrededores para comprender el impacto.
Rojas alerta
“En los 90 se organizaron una serie de reuniones en el Centro Cultural Ricardo Rojas acerca de cómo comunicar sobre el sida. Yo intervine como parte del público y me trataron horriblemente. Entonces se me ocurrió hacer mi propia campaña. Me gusta mucho el resultado desde el punto de vista artístico-político, porque tiene una investigación muy importante detrás, acerca de las motivaciones y las convicciones que llevaban a cuidarse o no del contagio, los frenos y los impulsos, los mitos ancestrales o modernos y las clásicas trampas del inconsciente”, le explica Roberto Jacoby, en su libro El deseo nace del derrumbe, a la investigadora, curadora y escritora Ana Longoni. Aunque esas reuniones no fueron positivas para Jacoby, en el Centro Cultural Rojas, en la bisagra entre los 80 y los 90, el artista y curador Gumier Maier convocará a artistas que plantearán obras y dinámicas muy personales para pensar esos tiempos de representaciones retrógradas del VIH, como Liliana Maresca y Omar Schiliro, quienes morirían de sida justo en 1994, año que inicia la acción campaña de Jacoby-Sainz.
Pero “Yo tengo sida” no era una obra exclusiva para galerías, sino que se proponía como una intervención que rompería esos cercos del mundo del arte para ir más allá, como todo el impacto que ya traía la propia historia de la obra de Jacoby. La estrategia para cruzar barreras fue una confluencia que Sainz explica hoy: “La remera-flyer fue el octavo visible del iceberg de toda una campaña que empezó antes y en la que hicimos confluir el ser artistas (construir acontecimientos a partir de una estrategia mediática se inscribe dentro de lo Jacoby ha venido realizando desde los 60 como arte de los medios) con nuestra expertise profesional de investigadores creativos y estrategas comunicacionales en el ámbito de la publicidad.”
Por lo tanto, la obra-acción “Yo tengo sida” fue de “naturaleza anfibia (comunicación-publicitaria y artística)” y circuló tanto por galerías de arte y museos como medios de prensa y espacios públicos. La primera vez que Jacoby la mostró como obra fue en la galería MUN en 1994 en la muestra “Uno sobre el otro”.
Mitos desmontables
Dos objetivos principales de “Yo tengo sida” para Jacoby y Sainz fue la “concientización sin miedo; desmontar mitos y prejuicios”. Para eso investigaron en los años previos algunos de los mitos que existían en relación al vih-sida, y hay un documento de la muestra de Eros que enuncia algunos de esos mitos basados en la transmisión del virus, que hoy son olvidados. Por ejemplo, el mito del profesor de tennis que en un country contagió de sida a todas las esposas aburridas de los ricos burgueses, o incluso el mito de la “oruga inyectable”, que hablaba de un enfermo loquísimo anda suelto (y arrastrándose) en los colectivos de la línea 60 pinchaba con una aguja llena de sangre infectada a las chicas de los más hermosos tobillos de zona norte. No había solo mitología nativa sino también internacional, como los que hablaban de una disco de Barcelona que pinchaban a la gente mientras se distraían delante de un espejo o un sauna de Rio de Janeiro donde entre toallas y vapores también había sátiros con agujas infectadas.
La idea general de la campaña era “apelar a una inclusión que haga disolver en un nosotros (yo+yo+yo) lo que inicialmente sería el señalamiento estigmatizante del otro. Con una intención similar al sesentayochesco ‘Todos somos judíos alemanes’, poder decir: ‘Si todos usamos la remera, nadie podría señalar a nadie como sidoso (expresión que se usaba entonces para estigmatizar)’.
Con la camiseta puesta
Aquella remera fue diseñada con una lógica que buscaba una alternativa a las campañas de prevención que existían de manera local e internacional. “Con una remera colorida ¡a lo Benetton! buscábamos corrernos de la cristalización del sentido rojo y-o negro como colores de advertencia, de peligro, que eran los que predominaban en la mayoría de las campañas sobre la prevención del sida. Queríamos que la remera fuera linda, que dieran ganas de usarla”, dice Kiwi Sáez, quien hoy, después de décadas, no recuerda quiénes fueron la pareja de jóvenes textiles que donaron las remeras para poder agradecerles.
“Se vendieron algunas remeras en la exposición MUN. Compraron amigos y familiares, a precio gauchito de lo que hoy sería una remera de la calle Avellaneda. Mi hermana hizo el experimento de poner a prueba YoTengoSida al ingresar a España. Aterrizó en Barajas luciendo la remera. En Migraciones la miraron un poco raro ¡leyeron! pero entró. Cierto es que iba invitada a recibir el Premio Rey de España.”
Hubo un plan con etapas. Se plantearon que la exposición mediática de la consigna fuera usada por parte de referentes ideológicos para contribuir a disminuir la estigmatización y la segregación. La remera llegó a los medios principalmente a partir de algunos famosos como el locutor y periodista Lalo Mir, la periodista Silvina Chediek, y el músico Andrés Calamaro, quien la usó en el famoso show ¡Qué linda noche para fumarse un porrito! “Pero la mayoría de referentes la rechazó. Estaban de acuerdo, pero no se animaban a ponérsela. ‘Es muy fuerte’, nos decían.
Activismo y vanguardia
Desde la campaña STOP SIDA, primera campaña de prevención en Argentina, la Comunidad Homosexual Argentina había establecido relaciones con otros organismos internacionales que luchaban contra el de vih-sida. Una prueba es que Carlos Jáuregui fue a la segunda Marcha del Orgullo en 1993 con una remera del ACT UP de New York. Kiwi Sainz y Roberto Jacoby también llevaron “Yo tengo sida” a New York y tuvieron altísima aceptación en ACT UP en 1995. “Conectamos de inmediato. Estábamos en la misma frecuencia. Buscamos en la guía a ACT UP, fuimos, nos presentamos, nos pusieron al final de la fila de oradores. Tradujimos rápidamente todo y ensayamos en inglés y frente a un salón lleno: obtuvimos un emotivo aplauso cerrado. Hubo mucho interés en comprarla (solo habíamos llevado una para un amigo en New York), quisieron donar para los enfermos de sida en Argentina, nos hicieron notas, nos invitaron a seguir conversando.”
Ese éxito instantáneo afuera de “Yo tengo sida” no fue el mismo que hubo en la búsqueda de apoyo institucional en Argentina, que durante la década menemista no tuvo campañas dignas sino una desidia oficial del neoliberalismo en relación a las luchas contra el vih-sida. “Visitamos varias fundaciones que trabajaban en torno al sida y les ofrecimos la campaña. Fundación Huésped fue la única que aceptó… inicialmente (por eso su nombre está impreso en la primera edición de la remera) pero al final, no movilizaron la campaña. ¿Se habrán asustado? Sin embargo, 30 años después, mostraron la remera en sus redes sociales, creyendo tal vez que hasta se sienten orgullosos a destiempo. Ese desfasaje temporal tal vez señale de que se trataba de una acción de vanguardia”, dice Sainz hoy.
Arte & moda
Tras el fin oficial de la acción Yo tengo sida, en 1996, el fotógrafo Alejandro Kuropatwa hace la muestra de fotos Cóctel, donde a través de fotos similares a las que publicaba en los medios con celebridades de moda en los 90, le da una nueva entidad a la representación del vih-sida en el arte argentino y algunas de sus estrategias estéticas y comunicacionales no estaban alejadas de las que habían planteado Jacoby-Sainz. En este milenio, el artivista Lucas Fauno hizo varias performances e intervenciones en lugares públicos con remeras visibilizando el vih-sida como un homenaje a esa campaña.
Cuando le pregunto a Kiwi Sainz cómo ve “Yo tengo sida” luego de tres décadas, da cuenta del cambio y del lugar insólito que fue creando con el tiempo: “De mayúsculas a minúsculas. Hace rato que el Sida es sida y cada vez menos amenazante y más indetectable. ¡Qué alegría! De enfermedad a condición. En ese camino hacia lo indetectable ha perdido también su condición estigmatizante. Yo tengo sida también ha cambiado de función, de ámbito, de modo de recepción y circulación. Increíblemente nuestra remera está de moda y con gran reconocimiento. Pasó de una acción publicitaria-comunicacional a una función artística (se venden y exhiben en el mercado del arte con mucho éxito, se ha institucionalizado: está en varios museos). También ha sido recuperada como acción fashion: nos sorprendió muy bien que fuéramos citados por un Yamil Arbaje, que recreó la remera para su tesis final de la Parsons School of Design. 30 años después, ¡volvió a la moda y a estar de moda!
Como parte de la muestra “Ya nadie va a escuchar tu remera. Archivo del proyecto de Yo tengo sida”, ser va a realizar la actividad Lesbianas y vih, el cockteail que falta, donde habrá una charla de Marta Dillon y Mónica Santino y la proyección del video Antiretroviral de Miguel Garutti. Viernes 25 de abril, 18 horas, en Eros, Virrey Liniers y Estados Unidos.