El gran cortinado comienza a bajar sobre la pantalla del 25° Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente, aunque aún restan dos días completos de proyecciones. La Competencia Internacional, la primera sección que aparece listada en el catálogo, ya presentó todos sus títulos. El sábado 27 por la noche tendrá lugar la ceremonia oficial de premios, donde se entregarán los palmarés de esa competencia , como así también los de la local y la ya veterana sección competitiva Vanguardia y Género. Seguramente las ganadoras tendrán una última pasada este domingo, por lo que será la última oportunidad de apreciar esas películas, habida cuenta de que casi con seguridad no tendrán estreno comercial, con la excepción de alguna posible triunfadora argentina. Se acerca así el momento de los balances, particularmente interesantes y, huelga decirlo, angustiantes en un año marcado por el accionar de la nueva dirección del INCAA y la difícil situación del cine argentino presente y futuro.

Si se revisan los viejos catálogos de las veinticuatro ediciones anteriores del Bafici, podrá apreciarse la recurrencia de algún título más o menos ligero en la principal sección competitiva. Este año, ese lugar fue ocupado por el largometraje belga Chiennes de vies, uno de esos films divididos en tres relatos entrelazados por un tema en común. En el segundo largometraje en solitario de Xavier Seron, cada una de las tres historias está dedicada a la relación de los seres humanos con los perros, y el tono imperante es el del humor ácido y, por momentos, satírico, aunque la tercera sección desemboca finalmente en el terreno de la melancolía. El vínculo entre las personas y las criaturas de cuatro patas no es aquí precisamente armonioso, más bien todo lo contrario.

En “Mezcal” (cada capítulo lleva el nombre del can protagonista) un hombre solitario, montajista de cine para más datos, termina adoptando a regañadientes al perro chihuahua de un vecino que acaba de fallecer. Más temprano que tarde el humano cae en la cuenta –o, mejor dicho, se autoconvence– de que la diminuta mascota es el diablo reencarnado, y una serie de accidentes parecería confirmarlo. Jugada a la comedia negra de cabo a rabo, la primera sección incluye varios pasos de grand guignol antes de cederle el lugar a “Sophie”, que comienza con una explosión gore en la cual pierde la vida la perra en cuestión, mimada en vida por su dueña, una actriz y modelo en pleno ascenso que mantenía una relación de amor obsesivo con el animal.

Si la cuestión suele pasar por la humanización de las mascotas, aquí se produce exactamente lo contrario, la “animalización” de un humano, disparate que es llevado al extremo hasta llegar a un final con moraleja bacteriana incluida. El último de los cuentos refleja la vida de un agente de seguridad de un supermercado, amante del cine de artes marciales, cuyo perro parece tener capacidades adivinatorias, pero el centro de gravitación pasa por la nueva relación sentimental del protagonista con una mujer. En el medio de ambos, desde luego, el factor desequilibrante. Pero el pobre perro no tiene la culpa de nada: es el ser humano, con su sempiterna habilidad para meter la pata, el que termina arruinándolo todo.

The Sweet East es una suerte de Cándido para la generación Z.

La influencia de Cándido, o El optimismo, el cuento satírico de Voltaire publicado en 1759, es enorme, y su esquema narrativo básico –el de un hombre que es testigo de los desastres que azotan al mundo– puede rastrearse en películas muy disímiles, desde Un hombre de suerte, de Lindsay Anderson, al Django sin cadenas de Tarantino. The Sweet East, la ópera prima del experimentado director de fotografía estadounidense Sean Price Williams, rodada en formato analógico, reemplaza al “hombre de su tiempo” por una adolescente, Lillian, interpretada con mutante fiereza por Talia Ryder. Al comienzo de la historia, Lillian se traslada junto a sus compañeros de colegio y un noviecito que la aburre hacia un típico “viaje de estudios”, pero durante la primera noche de festejo, y como consecuencia de un hecho de violencia común y silvestre, termina como invitada de un grupo de jóvenes anarquistas que se encuentran preparando un acto de protesta. Es el punto de partida de un viaje hacia el otro lado del espejo, aunque aquí la fantasía adquiere las formas más realistas que puedan imaginarse.

Lillian, precisa en sus modos de asimilar ideas, conceptos e información, pasará de integrar ese grupo de revoltosos a ser la protegida de un profesor universitario bien de derecha, y de allí a ser elegida para participar, nada menos que como protagonista, de una película de bajo presupuesto que intenta reflejar las tensiones en la sociedad estadounidense contemporánea partiendo de su pasado de violencia racial (en el set se mezclan los soldados blancos, los esclavos negros y los líderes aborígenes). Pasan miles de cosas en The Sweet East, incluida la aparición de un grupo secreto de islamistas cuya base de operaciones es un aislado campamento en medio de un bosque. Testigo activa, Lillian recorre sitios geográficos y mentales, y en su derrotero de crecimiento es transformada y a su vez transforma a los demás, en un film lleno de ideas (aunque no todas lleguen a buen puerto) que sorprende y, sí, atrapa sin recurrir a ninguno de los trucos más elementales del cine contemporáneo. Una Cándido para la generación Z.

Chiennes de vies se exhibe el sábado 27 a las 12.15 en Cine Gaumont 1.

The Sweet East se exhibe el domingo 28 a las 14 en Sala Leopoldo Lugones.